El PRO, tanto en su versión Horacio Larreta como en su costado Patricia Bullrich, está eufórico con el resultado de las elecciones municipales y autonómicas de España. La victoria de la derecha tradicional, el Partido Popular, cada vez más cerca de las posiciones de la ultraderecha de Vox, provocó opiniones como la de Lorena Petrovich, senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. "Es una política distinta, que piensa por y para la gente, no como acá que está pensada para lo propio y está cercada", dijo a CNN Radio. Además informó que hubo una reunión entre los dos precandidatos a gobernador de la provincia de Buenos Aires de ambas alas, Diego Santilli y Néstor Grindetti. "Estamos buscando el modelo que solucione a la Argentina, y no solo necesitamos gestión, sino también orden y firmeza", dijo.

La figura hoy más fuerte del PP, Isabel Díaz Ayuso, es una especie de Trump mujer e hispanoparlante. Su campaña se basó en la demonización de cualquier forma de progresismo o populismo -la construcción de un chivo expiatorio-, y terminó con un spot con transeúntes convertidos en bailarines que, bajo la consigna “Ganas de Madrid”, repiten “tu ganas” y otras banalidades.

La campaña del PP, más allá de sus aciertos políticos y errores del adversario, delimitó discursiva y simbólicamente, dos campos claros, el de los buenos -españoles, cristianos, heterosexuales, trabajadores, etc.- y el de las amenazas -inmigrantes. moros, gays y cobradores de “paro”, es decir de desguro de desempleo, entre otros-. Un discurso al que Pedro Sánchez, ya jugado, responde cantando retruco al adelantar las elecciones; “veamos si son esas las políticas que desean los españoles”.

Políticas es aquí la palabra clave. Sánchez entiende que el electorado se dejó confundir por emociones y cree que está a tiempo de “espabilar”, porque para él las emociones y las políticas son cosas distintas. Sánchez tiene para mostrar una incipiente recuperación económica y unas cuantas medidas redistributivas. Sin embargo... la realidad no es lineal sino polisémica, admite múltiples interpretaciones y narrativas. En este caso, ganó la que proponía salvar a España de la disolución nacional y el caos. Real o imaginario, poco importa. 

Aunque no se puede ni se debe trazar paralelismos ni conclusiones apresuradas, las derechas latinoamericanas, la argentina incluida, se miran mucho en el espejo español. Allí el franquismo gobernó desde 1939 hasta la muerte del dictador, en 1975, quiso establecer las condiciones de su retirada y sus crímenes jamás fueron juzgados. En este aspecto la Argentina es, con su tradición de luchas populares y su política de memoria, verdad y justicia, casi su opuesto complementario. No se puede copiar y pegar una receta de campaña como si fuera un big mac, pero sería igualmente peligroso no estudiar la ezperiencia ibérica. Las sociedades post pandémicas se han vuelto más impacientes, irritables, irreflexivas, inestables, efectistas, impulsivas y, por qué no, autodestructivas.

Volviendo acá, ¿cuáles serán las narrativas que traduzcan a nuestros vecinos, cuñados y amigos de la infancia el rol del FMI o la corte suprema o la importancia de la articulación público privada para el desarrollo estratégico de la economía? ¿Cómo exponer a los verdaderos responsables de la catástrofe que nos atraviesa? La “generación de la esperanza” es un paso en el sentido correcto, aunque muy probablemente insuficiente.

Algunas señales pueden tomarse del acto del 25 de mayo en la Plaza. A pesar de la lluvia, se juntaron dos multitudes. Una debajo del escenario y otra arriba. Ambas conforman el contexto, un mensaje tan potente como el que expresó la vicepresidenta, a lo largo de una hora exacta.

Más allá de los lugares comunes acerca de micros y choripanes, no sólo las organizaciones políticas, sociales y sindicales se movilizaron. También hubo familias, personas sueltas, parejitas de la mano: los desencuadrados, los simpatizantes. Y las organizaciones, que pueden movilizar a reglamento o con ganas, lo hicieron con ganas.

Arriba del escenario, junto a Cristina y su enorme poder de movilzación, hubo un poco de todo y estratégicamente ubicado. La foto resuelve varias cosas. Uno, ya hay menos posibilidades de una interna peronista. Quienes se lancen deberán buscar apoyos a sus candidaturas por fuera de esa foto, lo cual suena difícil. 

Otra señal es la reinvención de Sergio Massa, cuya aparición junto a CFK opera como blanqueo o como la resultante de un largo proceso en estos tres últimos años. ¿Es este Massa el mismo que viajó a Davos con Macri en 2016? “He visto muchos malos volverse buenos, nunca un bruto volverse inteligente”, solía repetir Juan Perón en ocasiones como ésta. 

Tercera señal, fundamental para los bonaerenses, Massa y Wado de Pedro estaban de un lado de Cristina y Axel Kicillof del otro. ¿Fórmula nacional y candidato a gobernador bonaerense? Sería lo lógico. 

Cuarta señal, los “cuatro ejes” que enunció Cristina Fernández como plataforma básica, fueron avalados tácitamente por quienes la rodeaban mientras lo hacía, Massa incluido. ¿Qué significa esto? Que la vicepresidenta no está dispuesta a dejar cabos sueltos ni grises sujetos a interpretación, como ocurrió en 2019, cuando el cemento que unía a los componentes del Frente de Todos se limitaba a ganar las elecciones.

El saldo, al final del jueves, fue el de un peronismo ordenado políticamente, con candidaturas semidefinidas, con fuerte capacidad de movilización y con cuatro ejes que son el embrión de una plataforma de gobierno. Faltaba (falta) todavía la traducción. Lo que dijo Cristina, tal como lo dijo, es oro para la militancia, pero todavía no es accesible para la porción despolitizada de la sociedad, que es enorme y creciente. Faltan las narrativas accesibles, de fuerte impacto emocional, que puedan atravesar a toda la población.