Cuando cumplió 70 años, Soledad Silveyra se propuso un desafío: sacarse una foto posando, a la antigua, en blanco y negro. Quería tener ese retrato solemne. No sabía bien por qué. El numero redondo, la decisión de dejarse las canas, la idea de mostrarse sin maquillajes, más cercana a como es en realidad, tal vez. Sin embargo, no pudo hacerlo porque no paraba de gesticular, hacer mohines, poner caras. De actuar, en suma. Ese oficio que viene haciendo desde hace casi seis décadas en teatro, cine y televisión, y que impregnó su vida. 

“No podría vivir sin actuar, sin jugar con esa niña que una tiene adentro. El teatro me mantiene vital y activa. Me puedo olvidar de todo, pero por suerte por ahora sigo reteniendo la letra”, cuenta, orgullosa, entre risas. La gran actriz argentina, entonces, actúa para vivir. Por eso no sorprende que haya estrenado Pasta de estrellas, una nueva obra que protagoniza en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza, de jueves a domingo.

Pasta de estrellas no marca el regreso de Silveyra al teatro. Si bien se trata de un estreno, más bien es la continuidad de la actriz en las tablas. Es que el mismo día que llegó desde Salto, Uruguay, tras hacer la función despedida de Dos locas de remate junto a Verónica Llinás, Silveyra apenas tuvo tiempo para llegar a su casa, bañarse, cambiarse e ir al primer ensayo de Pasta de estrellas. “Pensaba tomarme al menos 10 días para descansar y trabajar la obra, pero el Paseo La Plaza aceptó inmediatamente y se precipitó todo. Llegué a casa a la mañana y a las 2 de la tarde ya estaba arriba del escenario”, cuenta la actriz, no en tono de queja, sino de incredulidad ante el privilegio de no parar de trabajar nunca. “Poder estar así de activa a mi edad es una bendición”, subraya.

Pasta de estrellas es la nueva creación de Gonzalo Demaría en la dramaturgia y de Ciro Zorzoli en la dirección, la dupla creativa que estuvo detrás de uno de los grandes éxitos de la cartelera porteña en los últimos años: Tarascones, la hilarante obra que se estrenó en 2016 y aún puede verse en el Metropolitan. En este caso, se cuenta la historia de Marta (Silveyra), una misteriosa mujer que amasa encerrada en una casa de pastas desde hace años, casi sin contacto con la realidad ni con nadie, a excepción de Edith (María Merlino), que lleva adelante el negocio. La revelación de la identidad de esta mujer, una diva de la época dorada del teleteatro argentino, sacudirá la normalidad del barrio y hará emerger un pasado que explica mucho del presente. Una comedia con el sello disruptivo de la dupla Zorzoli-Demaría.

“La obra es un homenaje al teleteatro en blanco y negro, que cuenta el presente de una diva de hace 40 años, que siente que es perseguida por la censura. Está un poquito piantada y solo tiene contacto con Edith, que era quien escribía sus textos cuando era una estrella, palabra que yo detesto porque las estrellas para mí están en el cielo y los pies siempre hay que tenerlos en la tierra. Espero no marearme nunca. Si no lo hice a los 71, ya no creo que lo haga”, subraya la actriz que vuelve a actuar al Paseo La Plaza, donde protagonizó éxitos como Made in Lanús, El cuarto azul y Espejos circulares.

-¿Por qué la protagonista está encerrada? ¿A qué le teme?

-Es una mujer que está encerrada porque le tiene miedo a todo. Es una diva del viejo teleteatro, como Rolando Rivas, taxista, Pobre Diabla y todas las que hice yo. Pero ella era una diva. Añora aquellos años, quisiera volver a actuar, pero algo pasó que la mantiene oculta y no quiere salir a la vida. Está enloquecida con el “padre tijeras” y la censura, porque alguna vez le prohibieron en una novela que se diera un beso en el final. Quedó absolutamente traumada. Es una mujer que teme y esconde. Hasta que en un momento ocurre algo y tiene que salir. Allí la trama toma ribetes policiales. La obra habla sobre la posibilidad de resurgir siempre, de animársele a la vida, más allá de los hechos traumáticos que atravesamos, muchos de los cuales incluso son provocados por otros. La censura no solo acalla voces, también te deja sin vida.

-¿Sufriste la censura?

-No explícitamente, pero sí raramente. En el ´76, con la dictadura militar, obviamente me sacaron de la televisión. No hice más tele, salvo una cosa en el ´79 que se les habrá escapado, porque no laburé más. Recién en el ´82, cuando empezaron a aflojarse las restricciones, pude grabar el especial sobre la vida de Alfonsina Storni, dirigido por María Herminia Avellaneda. Lo que me pasó una vez es que haciendo Las mariposas son libres, con China Zorrilla en Carlos Paz, llegó una amenaza muy berreta supuestamente de la Triple A, en un papel. Recuerdo que China quería suspender todo, pero a mí me pareció que era todo muy trucho y la convencí. Hicimos la obra y no pasó nada. En ese momento estaba (Luciano Benjamín) Menéndez en el tercer cuerpo del ejército en Córdoba. No sé si fuimos valientes o inconscientes.

La actuación, los miedos y la muerte

La actriz, de extensa trayectoria como intérprete, dice que Pasta de estrellas le hizo volver al pasado. No en términos personales, sino en función del juego actoral que le propuso el método con el que Zorzoli trabaja en los ensayos. “Tiene un método distinto de trabajo. Lo primero que te dice es que no estudiemos la letra de memoria, porque le interesa la creación artística a través de la improvisación de los actores y de las actrices. Entonces, para mí estos 40 días de ensayo fueron el sueño del pibe, porque no paré de reírme. Hubo mucho de creación adolescente, de probar permanentemente. El trabajo de Ciro es extraordinario. Era un sueño que tenía pendiente. Ojalá que estemos a la altura de las circunstancias.

-¿Habías trabajado este método con algún otro director?

-Sí, pero de joven, con Alberto Ure, en las clases de teatro que nos daba. Es un método raro para el teatro comercial. Fue volver a esa adolescencia, a esos 20 años, y la verdad que me reí mucho. ¡Me hice pipí en muchos ensayos! Vamos a ver si ahora logramos que toda esa risa interna se la podamos transmitir al público, porque es una obra difícil para el actor.

-¿Por qué?

-Bueno, es de Demaría, que siempre le imprime algo surrealista y delirante. Acá hay una suerte de fantasma que sobrevuela la obra, interpretado por Noralih Gago, que también le da algo onírico a la puesta. Entonces, encontrar en esa atmósfera el estilo de actuación que pretende el director no es fácil. No es una obra convencional, ni en su producción ni en la propuesta. Pero estoy encantada: toparme con un desafío distinto a esta altura de mi vida es un milagro.

Pasta de estrellas es una suerte de homenaje a los viejos teleteatros y telenovelas, género que por diferentes razones fue perdiendo lugar en la pantalla chica actual. Silveyra fue una de las actrices argentinas que más transitó por esos ciclos de ficción que durante décadas acompañaron a los argentinos y que hoy en día están en extinción en la TV local. “Es increíble que no haya más telenovelas. Ahora solo hay una en El Trece (ATAV 2). La telenovela es un género hermoso y entrañable, porque da rienda suelta a la fantasía de los espectadores y también plantea temáticas que nos son propias”, señala la actriz.

-¿Por qué los programadores y productores abandonaron el género?

-Desgraciadamente hemos perdido el mercado internacional, que ayudaba a la financiación. Nosotros teníamos un lugar en el mundo con las telenovelas. Natalia (Oreiro) es una muestra de eso, Andrea del Boca también, Lolita Torres en otra época. Yo mucho menos, pero aún así me escribe gente desde Kazajstán contándome que vieron tal o cual novela en la que participo. Esa fidelidad solo la logra la telenovela. La industria de la telenovela hizo conocer la Argentina al mundo. Muchos extranjeros, sobre todo en Israel y Europa del Este, veían nuestras novelas para aprender el español. Es conmovedor.

-Y eso que durante mucho tiempo la telenovela fue considerada por el mundo artístico como un género menor.

-Yo creo que Rolando Rivas, taxista me dio a mí una popularidad enorme, que de otra manera no hubiera conseguido. Quedé en el inconsciente colectivo de toda una generación. Me doy cuenta porque me paran en la calle, en el taxi, en los teatros, a donde vaya me hablan de Rolando Rivas… Estoy ahí. Por eso me subo a un taxi y me siento en mi casa. La ciudad es mi lugar. No tengo miedo, nunca me ha pasado nada. No sé, creo que jamás me podría exiliar de Buenos Aires. Ni quedarme encerrada como la protagonista de la obra.

(Imagen: Jorge Larrosa)

-¿Te considerás una “rata urbana”? ¿No soñás con un futuro de descanso en el campo?

-No. Adoro hacer giras por el interior. Es lo que más me gusta en la vida. Pero para vivir, la ciudad. No podría vivir en el campo. No, me muero. Necesito de la gente, necesito estar conectada, necesito luces. Eso. La luz para mí es la vida. Y no, porque además quiero morirme arriba de un escenario. Tirar hasta el último momento, sí.

-Sos de las que ya piensa en...

-Sí, sí, ya estoy viendo un escribano, ya estoy haciendo todos los trámites para la muerte. No puedo elegir un escenario porque nunca sabemos cuando nos toca (risas). Por eso tampoco podemos comprar un pasaje anticipado: nunca sabemos qué va a pasar.

-¿Pero sos de las que desea morirse arriba de un escenario, antes que retirarse a descansar?

-No morirme como un hecho concreto, sino figurativamente. Hasta que la cabeza me dé… Y sobre todo el cuerpo me dé.

-¿Por qué subrayás lo del cuerpo?

-Tengo un problema… Me rompí la apófisis odontoides. Esto lo voy a pagar mucho en la vejez. Entonces yo, por ejemplo, no puedo mover la cabeza en toda su amplitud. Eso me implica todo un trabajo de torso que hace que el lado izquierdo me duela mucho. Tengo la rodilla derecha hecha pelota. Me tendría que haber operado pero cuando me dijeron cómo era la cicatriz dije que no. Estoy un poco rota desde el punto de vista físico. Pero la cabeza está bastante bien. Digamos para el escenario, porque me ha pasado salir de casa y decir, “¿dónde iba?” Pero todos me dicen que también les pasa y me tranquilizo (risas).

-Pero tu idea es seguir actuando por siempre. ¿No concebís la vida sin actuar?

-No, no. Bueno, ahora tengo una nieta que empezó a estudiar teatro, Clarita, que tiene 13 años. Y la veo y digo: ¡ay, ojalá pueda actuar! A mí me encantaría... Además, se parece a mí, tiene algo… A lo mejor me salva ella y pueda hacerle de coach y así poder descansar un poco. Pero, bueno, son sueños.

-¿En tu caso, la actuación no solo una condición laboral?

-No. Es un oficio que me permite, por sobre todas las cosas, estar en contacto con la gente. Por eso siento en los ensayos que necesito de la gente, para terminar de pulir la obra. El público es el que me ayuda a completar la interpretación. A todos los actores nos ayudan a encontrar el timing. Y Pasta de estrellas combina el público popular con el under, lo convencional con lo distintivo… Veremos cómo nos va.

-¿Cuáles son los miedos que tenés hoy?

-Hoy... No me gustaría que no me fuera bien con la obra. Vuelvo a encabezar sola una puesta y eso pesa. Estoy acompañada de dos actrices maravillosas, pero el miedo al fracaso siempre está.

-¿Pero por qué, si eso forma parte de la vida artística?

-No sé. La vieja está un poco necesitada de cariño, tal vez, de que venga gente. Es un momento muy bueno en el teatro porteño, les va bien a todos y eso me da mucha alegría para una teatrista como yo. Pero hay un miedo a que no guste. Es un miedo mío. Ciro me reta mucho porque me dice que siempre me falta algo. Un día de estos me va a matar, no me va a querer dirigir nunca más en la vida (risas). Soy muy intensa.

-¿Y ese es un fenómeno relativamente nuevo? ¿Antes eras más relajada?

-Antes no tenía ni tiempo para pensarlo. Cuando sos joven, con tantos trabajos, vivís corriendo, mirando siempre mas allá. Ojalá pueda estar bien para actuar siempre. Me pasó con mi amada China (Zorrilla), que grabamos una escena en Vidas robadas, en una iglesia, y ahí me di cuenta de lo terrible que es cuando una actriz pierde la memoria. Veo ese video y me pongo a llorar como una niña porque a todos nos llega ese momento.

-¿Le temés a la decrepitud?

-Hay que vivir el presente. Por ahora sigo pudiendo y disfrutando del escenario.

María Merlino, Soledad Silveyra y Noralih Gago.

 

La realidad argentina

Soledad Silveyra es, además de actriz, una ciudadana siempre pendiente de su alrededor. De hecho, a lo largo de su carrera no solo condujo una edición de Gran Hermano (con su inmortalizado “adelante mis valientes”), sino también estuvo al frente de ciclos periodísticos como Un día después, donde en 2009 entrevistó a Cristina Fernández de Kirchner en Telefe. Incluso, en 2001, fue candidata (”por error”, aclara) a diputada por la Ciudad de Buenos por el ARI de Elisa Carrió. 

La actriz cuenta que está inquieta ante la realidad argentina actual. “Estoy muy preocupada -detalla- con el país, muy preocupada con el ánimo de los argentinos, sobre todo eso. El ánimo, la violencia, la pérdida de educación, las malas palabras que vemos en los medios permanentemente, la publicidad partidaria que asume cada canal… Tengo que estar haciendo zapping para poder llegar a mi propia síntesis. A mí esta grieta me tiene harta. Ahora parece ser que vamos a ser tres tercios. Pero bueno, soy una ciudadana que siempre estuve comprometida con todo lo que pasa, no puedo dejar de informarme. Me dicen que no mire, que no lea, pero no puedo. Creo que va a ser un año difícil, al igual que el año que viene”. 

¿Qué es lo que más le preocupa sobre el presente y el futuro? “Cuando se habla de reducir el gasto fiscal y que las cuentas cierren como sea, me asusta. Me entristece y preocupa la pobreza, dejar afuera a un gran sector de la población, que se caigan del mapa. No es fácil de solucionar. Debería subir el empleo privado. Hay que estudiar bien el voto, que sea lo más racional posible”, concluye la actriz.