Mientras se espera mucho más lo que suceda en Washington que sobre los acuerdos alcanzados en China, el país politizado ingresó a un enloquecimiento de versiones alrededor de las candidaturas. El otro país se presume muy mayoritario y desentendido por completo de esa fiebre internística, porque la locura que lo rige es la inflacionaria. Los precios, que en rigor “no hay”.

La “gente del común”, en general y sin que hagan falta grandes estudios sociológicos para afirmarlo o percibirlo, tiende a creer que “todo” es sencillamente un escenario donde se actúan disidencias cuando, en verdad, las cosas ya están cocinadas.

A veces es así. Y a veces no.

En esta oportunidad, con la certeza de datos que se manejan tras bambalinas, en los protagonistas hay más inseguridades que actuación.

Vayamos en el orden de importancia que cada quien prefiera darle.

Si Wado de Pedro será capaz de instalar el conocimiento de su figura porque parte de un piso bajo en ese sentido, o si convendría mudar a Axel Kicillof a la candidatura presidencial porque es el único que garantizaría los votos del núcleo duro cristinista. Esto último debe atravesar la barrera de que el gobernador no quiere saber nada con la mudanza. Si logran que cambie de decisión, lo será a costa de su vocación. Por el momento, parece repetirse lo ocurrido con CFK desde que, el 6 de diciembre, anunció que de ninguna manera sería candidata, a ningún cargo: aquello de quienes oyen con sus deseos, en vez de escuchar textuales y literales.

Si la Comandante Pato perdurará en sus dardos envenenados contra Larreta porque el clima de época estaría favoreciendo a su discurso milico, y si a Larreta no le sería propicio entrar en esa dinámica porque en circunstancias presidenciables “la gente” se corre casi inevitablemente al centro.

Si a los gobernadores peronistas les calza jugar algún papel extendido, o si les es mejor cuidar su quinta sin arriesgarse a quedar en orsai (lo que se llama el “peronismo heterogéneo”, que pasado diciembre próximo podría vérselas con/contra un gobierno de salvajadas munido de viento a favor).

Si los votos K le ganarían a Daniel Scioli porque el kirchnerismo le negará colgarse de sus listas distritales y, ergo, Scioli deberá armar candidatos propios a intendencias, diputados, concejales y consejeros escolares; o si a Scioli le alcanza con la fe y el optimismo para vencer al “aparato”.

Si Bullrich se bajará porque Larreta mide más, o si las ambigüedades de Larreta lo ponen cerca del horno. Si en la Ciudad tienen que articular La Cámpora y sus adversarios, o si van a las primarias. Si los radicales (cualquiera sea hoy la acepción de ese término) van a insistir con ser un patético furgón de cola macrista, o si alguno se animará a mínimas desobediencias.

Es aburrido. O aburridísimo. O agotador, más bien. Y, encima, es una lista corta de movidas y conjeturas. Muy corta.

Pero es la lista de incertidumbres que verdaderamente acosa a los grandes, medianos y pequeños nombres de “la política”. No es actuación. No es que ya todo está cocinado. Dudan de veras, del primero al último. O de la primera al último.

Y no sólo dudan frente al escenario electoral propiamente dicho. Dudan, y cómo, ante las perspectivas y recetas de la economía. Una de ellas, la del gran relato e, inclusive, la de los pronósticos “estructurales” desde el año que viene, señala que Argentina despegará sí o sí porque la sequía ya habrá sido, porque el litio, porque las exportaciones, porque el gasoducto, porque el superávit comercial de 20 mil millones de dólares, porque el autoabastecimiento energético dará para tirar manteca al techo.

Puede ser. Y ojalá sea. Pero mientras tanto está el acogote trágico del Fondo. Y cómo se llega a diciembre o antes, si el Gobierno pierde las elecciones. Y la amenaza u operativos de corrida cambiaria. Y el clima social consecuente.

Es en eso donde debería remarcarse la irresponsabilidad y el ventajerismo de la oposición.

Sin quitarle un gramo de responsabilidad al gobierno de un Frente de Todos que ni continuará llamándose así, no es correcto endilgarle la exclusividad de esta etapa desconcertante. No es ecuánime respecto de su gestión, por cierto que entre pobre y flojísima al cabo de la pandemia, ni acerca de lo que se le exige en materia de definiciones programáticas.

Entendámonos: no se cuestiona la justeza de esos reclamos, sino la desproporción entre el todo requerido al Gobierno, junto a las candidaturas que lo circundan, y la nada (la nada misma) que se le demanda a la oposición.

Hablamos, con prioridad, de los cambiemitas. Sólo recorren medios adictos a los que van de paseo; y sólo postean en las redes frases altisonantes o lugares comunes, que no encierran propuesta alguna.

Desde ya, con los candidateables oficialistas pasa lo mismo.

El subgénero “entrevista política” pasó a mejor vida, con las escasas excepciones que correspondan. A un lado y otro, únicamente hay monólogos que tienen formato de diálogo a través de sparrings.

Y “después” está el caso de Javier Milei, quien derecho viejo no sólo no acepta polémicas respetuosas: aunque se trate de un acting, se pone violento a la primera de cambio.

Sin embargo, se produjo una ¿novedad? en las filas del terraplanista que, como se verá, no lo es tanto.

Diana Mondino, su precandidata que encabezará la lista de diputados nacionales por la ciudad de Buenos Aires, trascendió en estas horas porque, con pretensiones de sarcasmo y señalando al canciller Santiago Cafiero, dijo en La Nación+ que ella “se baña y habla inglés”. Un aporte fundamental a la elevación del debate político.

Al revés, pasaron inadvertidas sus declaraciones en Urbana Play.

Avisó allí que los “libertarios” no tienen pensado ni de cerca bajar la carga impositiva, y que continuarán “recaudando como se recauda ahora, porque ningún país del mundo deja de cobrar impuestos”.

Agregó que “más gente va a pagar Ganancias, más gente va a pagar IVA y más gente va a pagar un montón de cosas”.

Al preguntársele de dónde sacarían la plata para cubrir el hueco en las reservas monetarias, siendo que entre los primeros hechos de un gobierno de ultraderecha se contaría eliminar las retenciones, hizo agua por los cuatro costados.

Simplemente, verseó que la plata que deje de ingresar llegará “con lo que el productor, el exportador, el transportista, el muchacho que le vende zapatillas al hijo que está en los campos (???), van a gastar”.

¿Increíble?

Todo lo contrario: es la versión ni apenas aggiornada de la teoría del derrame, que promete el desborde hacia abajo de la copa de los ricos cuando les saquen la pata estatal de sus cabezas.

Por si fuese poco, el padre político de los ojitos celestes redivivos en Milei publicó, en su blog, que “la oposición tiene que ser cautelosa con sus promesas. En el mejor de los casos, un buen plan de estabilización podrá ponerse en marcha, recién, a principios de 2025”.

Agrega Domingo Cavallo que si el próximo Gobierno decide eliminar el cepo cambiario rápidamente, sin antes aplicar un ajuste fiscal con corte de emisión monetaria, “el resultado será una explosión hiperinflacionaria, costosísima desde el punto de vista social y demoledora desde el punto de vista político”.

Esto es sensacional.

A falta de que la derecha electoralista explicite algún programa de gobierno, específico, son cuadros de la propia derecha quienes a) se meten solos en un berenjenal del que no saben salir y b) quienes presagian una catástrofe si siguen desparramando delirios técnicos, demagógicos, en formas de frases al paso con la adhesión de sus chirolitas mediáticos.

En consecuencia, que caigan sobre el Gobierno, y sus Fernández en las proporciones que fueren, y sus ilusionismos que encarnaría Sergio Massa, y sus dubitaciones sobre si éste aquí o aquél allá, y su ausencia de candidatos que apasionen, todas las críticas negativas que sean menester.

Pero, y disculpas por la obviedad, no sería justo que una oposición mamarrachesca pueda llevárselas de arriba.