Lo primero que habrá que advertirle a quien jamás haya escuchado hablar sobre Einstein on the beach es que el título puede resultar algo engañoso, casi como esos titulares que hoy pueblan los medios digitales para alentar el clickbait. Y no es que el contenido de la ópera producida en el marco del Colón Contemporáneo sea decepcionante como las notas que uno suele leer en Internet, todo lo contrario. Pero es mejor decirlo con todas las letras: quien espere salir del teatro sabiendo un poco más sobre la vida del científico que cambió la historia del XX o espere ver pasajes playeros como los que hace pocas semanas ofreció Sun & Sea, no necesariamente va a satisfacer sus expectativas con esta puesta. Lo que se llevará, en cambio, será un acontecimiento, un Gesamtkunstwerk construido de música minimalista hecha de voces y de instrumentos, pero también de actuación en vivo, de danza y de cine. Como si ningún arte le fuera ajeno a esta versión local de una de las propuestas más radicales en la historia de las artes escénicas.

Vamos por partes. Einstein On The Beach es la obra escénica más famosa del minimalismo y es considerada, además, la primera ópera minimalista. Hasta su estreno, el minimalismo (un movimiento musical cuya propuesta consiste en la composición de música con una paleta limitada de sonidos, basada fuertemente en la repetición) jamás había sido puntapié para la creación de una ópera. Pero, ¿es Einstein on the beach, estrictamente hablando, una ópera? Eso también podría entrar en el terreno de la duda: la ausencia de una narrativa, de personajes y de una historia con principio, nudo y desenlace, hace que uno se pregunte si se la puede inscribir estrictamente en el género. Dirigida en su versión original por su creador Robert Wilson, con música de Phillip Glass, textos de Christopher Knowles y coreografías de Lucinda Childs, Einstein on the beach fue un suceso cuando se estrenó en 1976 y lo siguió siendo durante todos estos años.

Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, podría decirse que la conjunción de los artistas que llevaron a cabo esta obra icónica fue realmente constelada, de esas confluencias que suceden porque el destino llamó a que sucedieran. Si bien todos los artistas involucrados comenzaban, para aquel entonces, a despuntar en sus respectivos campos de acción a fuerza de curiosidad y de vocación artística, ninguno era a principios de los setenta el gran nombre en que se convertiría décadas después.

Foto: Arnaldo Colombaroli

Situémonos, entonces, en los primeros años de esa década disruptiva para repasar la historia de la creación de Einstein On The Beach. Glass ya venía experimentando con formas innovadoras de música y composición. Por otro lado, Robert Wilson, que había estudiado arquitectura y bellas artes, comenzaba a interesarse por el universo de las artes escénicas y venía preguntándose cómo inyectar más componentes visuales al teatro (antes que nada, Wilson es un gran creador de imágenes).

Cuando se conocieron, Glass y Wilson descubrieron que compartían un interés común de romper con muchos códigos preestablecidos, que tenían muchas ganas de crear obras que rompieran con las convenciones tradicionales. Lo que buscaban, sobre todo, era explorar nuevas posibilidades artísticas: cada cual vio en el otro un aliado para ese objetivo. Se decidieron a trabajar en un proyecto conjunto que combinara la música minimalista de Glass con el enfoque visual y escénico en el que Wilson estaba indagando. Y se les metió en la cabeza tomar un personaje clave de la historia del siglo XX como punto de partida para ese trabajo que los asociaría. Barajaron varios nombres: Hitler, Chaplin, Gandhi. En algún momento del proceso creativo, y cuando ya se habían puesto de acuerdo en que la figurita sería Albert Einstein, alguien le acercó a Wilson una grabación con varios recitados de Christopher Knowles, un poeta autista que por entonces tenía 13 años. Wilson se fascinó con lo que estaba escuchando. Cada vez que puede cuenta de esa epifanía: “Fue a principios de 1973. Un hombre me dio una cinta de audio. La cinta se titulaba Emily Likes the TV. En ella, la voz de un hombre joven hablaba continuamente creando repeticiones y variaciones de frases sobre una tal Emily que estaba mirando televisión. Empecé a darme cuenta de que las palabras fluían a un ritmo modelado, cuya lógica no pude entender del todo. Era una pieza codificada como música, que realmente se escuchaba como se escucha la música. Como una cantata o una fuga, funcionaba con conjugaciones de pensamientos repetidos en variaciones; me di cuenta de que ese patrón estaba claro en la mente del poeta, pero yo no podía seguirlo, así que transcribí el texto, y fue visualmente impresionante”.


Después de escuchar la cinta, Wilson se reunió en un café con Knowles, lo invitó a sumarse al proyecto que tenía con Glass y le dio una consigna: anotar todas las ideas y las palabras vinculadas con Einstein que le cruzaran por la cabeza. Dos o tres días después, el muchachito le entregó gran parte de los textos que pasarían a ser el guión de esta ¿ópera? junto a otros textos de Samuel Johnson y Lucinda Childs, a su vez coreógrafa de la pieza.

Einstein On The Beach se estrenó en julio de 1976 en el Festival de Aviñón, acaso el Cannes del teatro, y fue inmediatamente celebrada en Europa. El mito sobre la experiencia radical que suponía ver esa obra de casi cinco horas con música repetitiva y textos repetitivos creció, en parte, por su inaccesibilidad. No había demasiadas chances de verla a menos que se estuviera en el lugar y en el momento indicados. Recién en 2018 Wilson y Glass se abrieron a la posibilidad de que las partituras y el guión circularan por el mundo y pudieran hacerse otras puestas, dirigidas por otros.

Desde aquella liberación hasta hoy, pandemia mediante, hubo (pocas) algunas puestas emblemáticas de Einstein On The Beach. En Internet es posible rastrearlas, y el trabajo de investigación sirve para prepararse y entender algo de lo que se va a ver en Buenos Aires. Algunas fueron únicamente musicales. Otras, como la de la alemana Susanne Kennedy, incluyeron también la parte de interpretación escénica. En el Teatro Colón lo que se representará es la versión completa, que incluye los textos y representaciones en vivo, además de escenas cinematográficas. Si el objetivo era que la versión porteña tuviera un equipo con tanta mística como la versión original, podría decirse que el objetivo se logró con creces. 

Afiche local de la obra

La puesta en escena de Einstein está a cargo de un dream team de alrededor de cuarenta artistas reunidos por el director de este proyecto inmenso, Martín Bauer. Cuarenta artistas entre quienes están arriba y debajo del escenario, cada uno de enorme trayectoria en lo suyo. La dirección musical estará a cargo del francés Léo Warynski, que viajó a Buenos Aires en marzo para reunirse con los músicos y vuelve por estos días, para las funciones del martes 13 y del miércoles 14. Warynski ya dirigió Akhenaton, de Glass, en la ópera de Niza, lo que significa que ya se ha metido con las complejidades de la música minimalista –y que está listo para reincidir en el desafío–. La dirección cinematográfica corre por cuenta de Alejo Moguillansky, que ya grabó algunas escenas que van a proyectarse pero también filmará y editará en vivo. La interpretación de esos textos musicales, estrambóticos, corre por cuenta de Iván García, Analía Couceyro y Maricel Álvarez, quien se sube por primera vez al escenario del Colón. También habrá un ensamble de bailarines coreografiados y dirigidos por Carlos Casella, que también se estrena en el teatro. Gustavo Lesgart y Marina Giancaspro serán los solistas a cargo de las coreografías, pero estarán acompañados por otros ocho intérpretes.

Foto: Arnaldo Colombaroli

Es interesante hacer un trabajo de investigación previa y ver a Knowles en acción para entender (o al menos, tratar de entender) su extravagante propuesta poética: en Youtube hay varios videos que lo muestran recitando esos escritos que recuerdan a los sprachgesänge o a mantras, casi en estado de trance.

Maricel Álvarez y Analía Couceyro memorizaron los textos de Knowles en inglés, y en ese idioma también van a recitarlos, con una traducción al español que aparecerá desde los subtítulos, únicamente como una guía que no es estrictamente necesaria para disfrutar de la propuesta. Porque, ya se dijo, no hay demasiado para entender. El desafío de actuar en otro idioma no amedrentó a ninguna de las dos de las dos actrices: Álvarez ya había actuado en inglés, Couceyro por su parte ya participó de puestas en portugués, inglés y alemán. “Memorizar en otro idioma no es difícil si lo conocés. Lo difícil es memorizar algo que no tiene ni pies ni cabeza”, se ríe Maricel. “Hay momentos que son pura memoria, porque no podés seguir ningún hilo, no podés agarrarte de nada que vaya armando un hilo de sentido en tu cabeza”. Analía coincide: “Creo que la decisión de mantener los textos inglés de cierta forma ayudó, porque los textos son pura musicalidad, y es de esa musicalidad de la que te agarrás”.

A cargo de la traducción estuvo Matías Battistón, que ya trabajó con escritos de Samuel Beckett y de John Cage, entre otros autores, y completa el equipo de lujo reunido para el proyecto. Era fundamental contar con un especialista que estuviera a la altura del desafío, que pudiera trasvasar al español el significado para los espectadores hispanoparlantes desde los subtítulos y en algunos pocos parlamentos, y a su vez conservara la sensibilidad y la musicalidad de esos juegos de palabras, sin subrayar, sin sobreexplotar. En definitiva, parte del riesgo de Einstein On The Beach, que en Buenos Aires tendrá una duración de poco más de tres horas y media, es sumergir al público en un estado de profunda conexión con lo que está viendo y de profunda desconexión con lo cotidiano, para lograr eso que alguna vez enunció Einstein, el personaje que inspiró este monstruo: “La cosa más bella que podemos experimentar en nuestras vidas es lo misterioso”.

Einstein On The Beach se presenta este martes y miércoles en el Teatro Colón. A las 20.