Si se hiciese una encuesta indagando cuál es la ley económica más simple y difundida la respuesta seguramente sería “la de la oferta y la demanda”, la que dice que si la demanda de un bien aumenta, aumenta su precio. Nadie en su sano “sentido común” se animaría a contradecir la relación. ¿Pero es efectivamente así? ¿Cuándo aumenta la demanda de un bien aumenta su precio? La primera respuesta es que deben darse muchas condiciones para que tal cosa ocurra. Si se imaginan esos mercados relativamente perfectos tan caros a las construcciones modélicas de la economía neoclásica, la corriente principal que se enseña en la mayoría de las universidades del mundo, la respuesta es no. Si existe competencia la reacción de los productores frente al aumento de la demanda es el aumento de la producción. Y no hace falta que la competencia sea perfecta, ocurre también en mercados oligopólicos. La razón es que si un solo capitalista aumenta el precio de su bien, se consumirá el producto del competidor, por eso la reacción económica más lógica para aumentar las ganancias frente al aumento de la demanda es aumentar las cantidades producidas. El precio aumentaría recién en un segundo momento, cuando se presentan restricciones a la oferta de dicho bien. Por ejemplo, cuando hay “cuellos de botella sectoriales” en el caso de la producción de bienes, o cuando comienza a aproximarse al pleno empleo, en el caso del mercado de trabajo, es decir cuando aparece la escasez.

Generalizando puede afirmarse entonces que el aumento de la demanda de bienes “reproducibles” aumenta la oferta de estos bienes y no su precio debido a que en los mercados capitalistas existe la competencia. Nótese, de paso, que el argumento deshace el sustento microeconómico de las teorías de la inflación de demanda. Hecha la generalización puede deducirse rápidamente la salvedad, las situaciones “especiales” en los que sí opera plenamente la ley de la oferta y la demanda: los casos de los bienes “irreproducibles”. Por ejemplo, una obra de arte, un vino de determinada cosecha o el dólar. En su teoría del valor el economista inglés David Ricardo sumaba las dos características. Decía que el valor de cambio (precio) de los bienes que poseen utilidad depende de dos factores, de la cantidad de trabajo necesaria para su “reproducción” y de la escasez. “Escasez” es aquí sinónimo de irreproducibilidad.

Regresando al dólar, entonces, se trata, para la Argentina, de una mercancía no reproducible, y su precio, por lo tanto, depende exclusivamente de la oferta y la demanda, es decir funciona para él la más simple y difundida de las leyes económicas. Por esta razón las variaciones de su precio son muy fáciles de explicar y no incluyen cuestiones extraeconómicas inasibles, como “las señales de la vuelta de Cristina a la política”, que según la singular interpretación de Mauricio Macri, generó “nervios en alguna gente” por la posibilidad de “una vuelta al pasado”.

La oferta local de dólares tiene cuatro fuentes. Las más genuinas son el canal comercial: el neto del comercio exterior, la diferencia entre exportaciones e importaciones, y las inversiones extranjeras, las que sin embargo suponen repagos a mediano plazo. Luego están los canales financieros, la entrada de capitales especulativos, como es el caso del carry trade, y la toma de deuda. Si hay mucha entrada de divisas por cualquiera de las cuatro vías el dólar tiende a apreciarse y viceversa. En principio, el precio del dólar es una variable distributiva (en tanto determina el poder adquisitivo del salario) que el Estado puede fijar a voluntad, aunque se trata de una voluntad condicionada a contar con los dólares necesarios para sostener la cotización. Definida la oferta, puede considerarse su comportamiento. El flujo de dólares comerciales es actualmente negativo en tanto existe un déficit estructural de la cuenta corriente, salen más dólares de los que entran. La inversión extranjera es sumamente escasa y se encuentra en pisos históricos. Sólo queda el aporte positivo del canal financiero, el exitoso carry trade o bicicleta que practica el BCRA para que ingresen capitales, hoy fuente de un importante déficit cuasi-fiscal que no es especialmente preocupante en tanto es en pesos, pero fundamentalmente el endeudamiento externo, 50 mil millones de dólares en 2016 y un piso similar en 2017. Como el BCRA aumentó por esta vía sus reservas internacionales tiene capacidad de acción para sostener la cotización de la divisa, algo que comenzó a hacer desde fines de la semana pasada, una vez que dejó deslizar el precio hasta los 18 pesos, un nuevo valor que considera por ahora óptimo. Mientras se mantenga la posibilidad de tomar deuda o se paguen altas tasas de interés reales, el dólar no será una variable descontrolada en el mediano plazo. Lo que el lector seguramente ya advirtió son los problemas de sostenibilidad del esquema en tanto es altamente dependiente de la entrada de capitales. Si la entrada de capitales se cortara o frenara se manifestaría inmediatamente en la cotización y, por lo tanto, en la estabilidad macroeconómica y política.

Desde la demanda, en cambio, seguirán operando factores más inasibles vinculados a las expectativas. Por un lado está el test mensual del arbitraje con la tasa de interés. Por otro el sustento político del modelo de endeudamiento. Aquí si entra el peso de Cristina y el posible límite temporal que su eventual triunfo pondría a un régimen basado exclusivamente en la toma de deuda y en la entrada de capitales especulativos. La Alianza Cambiemos armó una bomba de tiempo, un triunfo opositor le pondría fecha de vencimiento a la fiesta explosiva del endeudamiento.