El secretismo alrededor de Oppenheimer parece competir con el manto de silencio oficial alrededor del Proyecto Manhattan, llevado a cabo en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, entre 1942 y 1945, donde tuvo lugar la investigación y desarrollo de la primera bomba atómica de la historia. Es que la nueva película del británico Christopher Nolan no participó de ningún festival internacional de envergadura antes de su lanzamiento comercial, y el embargo periodístico para aquellos que sí pudieron ver la película en la premiere mundial parisina, hace escasos días, impide conocer en detalle las formas y alcances del relato. Su contenido, sus temas, en cambio, son evidentes y por demás conocidos: a la manera de una biopic, pero con cruces temporales muy característicos en el cine del autor (recordar Dunkirk), el director de Memento y Batman: El caballero de la noche asciende se propuso narrar las turbulencias interiores de J. Robert Oppenheimer, el físico teórico nacido en Manhattan en 1904 que se transformaría eventualmente en el “padre de la bomba atómica”, como solía llamarlo la prensa luego de las explosiones genocidas de Hiroshima y Nagasaki. Un hombre complejo, contradictorio, que pasaría de la portada de la revista Life a ser vigilado y perseguido por el gobierno de los Estados Unidos bajo la sospecha de tener filiaciones comunistas, y que luego de dedicar tres intensos años de su vida a lograr la fisión nuclear controlada con fines destructivos se montaría en una campaña personal para prevenir acerca de los peligros de una guerra nuclear. Protagonizada por Cillian Murphy en el papel central, acompañado en el reparto por figuras como Matt Damon, Emily Blunt, Robert Downey Jr. y Florence Pugh, la película parte de un guion escrito por el mismo Nolan que toma como base Prometeo americano – El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, el libro de los biógrafos e historiadores Kai Bird y Martin J. Sherwin publicado en 2005 y que es considerada la biografía definitiva del hombre y sus tiempos. Oppenheimer tendrá un estreno masivo el próximo jueves 20, y además de su lanzamiento en complejos de salas y en la enorme pantalla Imax digital, tendrá algunas funciones en formato 35mm, primero en la Sala Leopoldo Lugones y luego, en el mes de agosto, en Malba Cine.

“Como aquel rebelde dios griego, Prometeo, que robó a Zeus el fuego y se lo entregó a la humanidad, Oppenheimer nos dio el fuego atómico. Pero cuando quiso controlarlo, cuando trató de hacernos conscientes de los terribles peligros que entrañaba, los poderes fácticos, como Zeus, reaccionaron con furia y lo castigaron”, escriben Bird y Sherwin en el prólogo de su libro, explicando de manera precisa la elección del título, entrelazando la mitología con la ciencia aplicada, los límites humanos con la posibilidad de alcanzar el poder destructivo de los dioses antiguos. “Para los científicos, como el doctor Hideki Yukawa, el primer japonés en ganar el Nobel, Oppenheimer fue ‘un símbolo de la tragedia del científico nuclear contemporáneo’”, continúa la descripción, ahora en términos estrictamente humanos. “Para los liberales, fue el mártir más destacado de la caza de brujas macartista, un símbolo de la inquina carente de principios de la derecha. Para sus enemigos políticos, fue un comunista encubierto y un mentiroso demostrado”. En palabras de Christopher Nolan, que comenzó a brindar entrevistas un par de semanas antes del estreno (y de que alguien pudiera ver los planos que integran el film, más allá de los que están presentes en el tráiler), se trata sin medias tintas de la figura más importante del siglo XX.

Defensor acérrimo de los formatos analógicos por sobre la ubicuidad digital, el cineasta rodó su última película nuevamente en el sistema IMAX original, descendiente de los formatos de gran pantalla de 70mm del pasado, y en cada afirmación pública sobre sus deseos a la hora de crear al personaje basado en el hombre de carne y hueso nunca dejó de destacar la ausencia en su película de efectos digitales (conocidos familiarmente como CGI). “Recrear la Prueba Trinity, la primera detonación nuclear de la historia, sin el uso de gráficos computarizados fue un gran desafío. Una de las primeras personas a las cuales les mostré el guion fue el supervisor de efectos visuales, Andrew Jackson, y le dije cuáles eran mis intenciones. Lo que necesitábamos era un hilo entre el proceso interior de Oppenheimer –sus visiones, su visualización de los átomos, las moléculas, las ondas de energía, esas interacciones– y la expresión última del poder destructor cuando esa fuerza es liberada. Creo que los efectos digitales son versátiles, se puede hacer toda clase de cosas, pero tienden a ser un terreno demasiado seguro para el espectador”.

Pero Oppenheimer no es, en esencia y por sobre todas las cosas, un film de efectos especiales. Aunque la explosión nuclear del 16 de julio de 1945 en Nuevo México, menos de un mes antes del bombardeo atómico de Hiroshima –la misma detonación que David Lynch transformó en experimentación audiovisual en el famoso capítulo 8 de Twin Peaks – El regreso–, ocupa un lugar central en el relato. Alternando el color y el blanco y negro, saltando entre distintos tiempos en la vida y obra del científico, alternando las actividades públicas o secretas con la cotidianeidad matrimonial y filial, las tres horas de metraje intentan reconstruir y detallar las luces y sombras del homenajeado. Comenzando por su propia condición de judío criado en el reformismo, nacido en el seno de una familia de descendientes de inmigrantes europeos de muy buen pasar económico que deseaban, antes que nada, asimilarse por completo a la sociedad estadounidense. Sherwin y Bird decidan un extenso capítulo a la infancia y juventud de Oppenheimer, destacando el hecho de que el joven Robert (el Julius previo fue eliminado a conciencia, reemplazado por una simple “J.”) estudió en la escuela de la Sociedad de la Cultura Ética, fundada por inmigrantes judíos a finales del siglo XIX, comprometida con la acción social y el humanitarismo, y cuyo lema era contundente: “Hechos, no credos”. “Felix Adler y su grupo de competentes profesores”, escriben los historiadores, “tendrían una influencia poderosa en la formación espiritual de Robert Oppenheimer, tanto en el aspecto emocional como intelectual”. El pequeño prodigio, que brilló como estudiante tanto en los terrenos duros de la física y la química como en el aprendizaje de idiomas (a los quince años leía latín y griego, entre otros lenguajes modernos), estaba llamado a ser una de las figuras esenciales del siglo que apenas comenzaba a despuntar. Una centuria que dejaba atrás los horrores de la Gran Guerra del 14, cuyos desastrosos corolarios hacían pensar que ya nunca volvería a ocurrir algo similar, inconsciencia optimista que quedaría sepultada en el barro de la Segunda Guerra Mundial, primero, y más tarde en la Guerra Fría y la amenaza constante de la bomba, a la cual nadie aprendió nunca a amar.

“Oppenheimer y muchos otros físicos del país sabían, ya desde febrero de 1939, que construir una bomba atómica era factible. No obstante, despertar el interés del gobierno por ella llevaría tiempo. Un mes antes de que estallara la guerra en Europa, el 1° de septiembre de 1939, Leó Szilárd había convencido a Albert Einstein para que firmara una carta (escrita por él mismo) dirigida al presidente Franklin Roosevelt. En ella se le advertía que ‘puede construirse un nuevo tipo de bombas de potencia extraordinaria’. Señalaba que ‘una sola bomba de ese tipo, transportada en barco y haciéndola estallar en el puerto, podría destruir el puerto entero y parte del territorio circundante’. También insinuaba, fatídicamente, que los alemanes tal vez estuvieran ya trabajando en esa clase de arma: ‘Creo que Alemania ha interrumpido la venta del uranio procedente de las minas checoslovacas que ha capturado’”. El extracto, tomado del capítulo “El coordinador de Ruptura Rápida” de Prometeo americano, describe a la perfección el espíritu de la época, marcando el comienzo de la carrera nuclear. El zeitgeist que Nolan intenta reproducir en pantalla a partir de su relato de ficción (obviamente, basado en hechos muy reales).

Las contradicciones y dudas personales no son otra cosa que un reflejo de los miedos y ansiedades que recorrían las venas de los científicos. Al menos las de aquellos preocupados por los límites de aquello que estaban por crear, un Frankenstein de protones de uranio que iniciaría una nueva era en material de destrucción. En el tráiler de Oppenheimer pueden verse un par de breves planos de uno de los tantos encuentros del científico americano –que había cursado estudios en Alemania, el país de una parte de sus ancestros– con Albert Einstein, quien un par de años después de la guerra declaró que “de haber sabido que los nazis no habían avanzado en el desarrollo de su propia bomba, no habría levantado ni un dedo”. El pensador detrás de ambas teorías de la relatividad había apoyado, desde luego, el desarrollo de la bomba de hidrógeno para vencer en la carrera armamentística al gobierno nacionalsocialista de su país, y fue una de las personas que defendió a rajatabla la honorabilidad de Oppenheimer cuando comenzó a ser perseguido por sus afinidades de izquierda a partir de 1954.

Segura candidata a varios premios en la próxima temporada de premios, Oppenheimer estuvo en la cabeza de Nolan por muchos años, como la teoría que hizo posible la fabricación real de “Little Boy” y “Fat Man”, los nombres de fantasía de los aparatos cargados de uranio que terminaron con la vida de cerca de 200.000 mil japoneses en cuestión de segundos. “Es una idea increíble”, declaró el realizador en conversación con la revista Wired. “Toda esa gente haciendo cálculos, sopesando la relación entre la teoría y el mundo real, pensando que hay una pequeña posibilidad de que terminen destruyendo todo el mundo. Y, sin embargo, apretaron el botón. Mucha gente conoce el nombre de Oppenheimer, sabe que estuvo involucrado en la bomba atómica y que hay algo allí que lo pone en un lugar complicado en relación con la historia de los Estados Unidos. Pero no mucho más, nada demasiado específico. Francamente, para mí ese es el público ideal para la película. La gente que no sabe que está a punto de apreciar una historia salvaje. Porque es una historia realmente salvaje, y Oppenheimer es el hombre más importante que jamás haya vivido”.