River ha sido uno de los campeones más contundentes de los últimos tiempos del fútbol argentino. Por la ventaja con la que se consagró (por ahora con nueve puntos de ventaja sobre Talleres de Córdoba), por la demoledora diferencia que le sacó a los otros grandes tradicionales (11 puntos a San Lorenzo, 19 a Boca, 24 a Racing y 29 a Independiente) y porque prácticamente no tuvo rivales que le hicieran fuerza verdadera  a lo largo del campeonato. 

Desde la sexta fecha en adelante, el equipo de Martín Demichelis convirtió la competencia en un monólogo en el cual siempre su voz resonó mas fuerte y más claro que la de los veintisiete conjuntos restantes. Y ese es un problema. Da toda la impresión de que al menos en el plano local (la Copa Libertadores es otra canción), River ha inaugurado un ciclo hegemónico que costará interrumpir. Porque parece no haber nada ni nadie por detrás que pueda oponerse a semejante demostración de superioridad.

Talleres y San Lorenzo, segundo y tercero en la tabla a dos fechas del final, nunca estuvieron en aptitud de darle pelea real a River. Los cordobeses fueron uno de los cuatro equipos que pudieron ganarle, pero jamás llegaron a ponerse lo suficientemente cerca como para preocuparlo. Su técnico Javier Gandolfi le ha dado una idea de juego reconocible y la velocidad del colombiano Diego Valoyes y el paraguayo Ramón Sosa por los costados, la pegada y la visión de juego de Rodrigo Garro y los trece goles que aportó el uruguayo Michael Santos compusieron una vibrante fórmula ofensiva que tuvo su punto debil en una defensa vulnerable que recibió 20 goles en contra. Talleres se armó para hacer buenas campañas que le permitan en 2024 regresar a la Copa Libertadores o por lo menos entrar a la Sudamericana. Para salir campeón necesitaba algo más y quedó claro que nunca lo tuvo.

Lo de San Lorenzo fue remarcable porque con un plantel corto y un volumen de juego más bien limitado se instaló siempre entre los diez primeros y construyó una localía tan potente que hasta no cobró goles en contra. Su entrenador Ruben Insúa aisló a su equipo de la crisis política y económica del club y bajó una idea conservadora con el propósito central de no perder y después, intentar ganar. Y la apuesta le funcionó aunque pocas veces haya sido placentero verlo jugar. En un momento, pareció que podía atreverse a pelearlo mano a mano a River y que el partido de la 24º fecha en el Nuevo Gasómetro resultaría crucial. Cuando llegó ese momento, hacía rato que San Lorenzo estaba fuera de carrera.

El resto de los equipos hizo lo que pudo y, de mejor o peor manera, luchó solo por la subsistencia. Y dá la impresión de que salvo un cambio o una aparición inesperada, en la inminente Copa de la Liga volverá a pasar lo mismo. River ahora está muy por encima del resto en lo institucional, lo económico y lo deportivo. Casi siempre ha sido así a lo largo de la historia. Pero pocas veces las diferencias resultaron tan rotundas o remarcadas. Como si nada ni nadie hubiera por detrás.