Maria deja el zapin por un rato y entre fantasías y pensamientos dice: “Mi sueño es tener una casa propia para mí y para mis hijos, tener mi propia tierra y decidir qué plantar”. Así de sencillo y enorme es su sueño, y un poco los ojos se le llenan de lágrimas y nos emocionamos todas. “A las 5 de la tarde es la reunión y el taller y después habrá festejo”, dice Celina y acomoda otra vez cuerpos y emociones. Es la referenta del grupo, una de las primeras cultivadoras de cebolla de la región de Pedro Luro, bien al sur de la gran provincia de Buenos Aires.

Diez mujeres rurales, productoras del cinturón hortícola platense, viajamos diez horas hasta la localidad del sur bonaerense a encontrarnos con otras como María, compañeras que son igual que hermanas, comadres y amigas. El objetivo: compartir un taller de promotoras de género rurales y dar comienzo a la primera cooperativa de trabajadoras de la tierra integrada exclusivamente por mujeres de Pedro Luro. Somos integrantes de la Asociación Mujeres de la Tierra, que con muchos años construyendo feminismo popular, campesino y ecológico, hace tan solo un año decidimos dar el paso hacia una organización propia en donde los liderazgos se centren en la agenda de las mujeres rurales y campesinas.

De mujeres y rutas, de destinos cambiantes, se trata también la historia de estas compañeras de la tierra y la cebolla. Pedro Luro queda tan al sur que a las platenses nos cuesta pensar que seguimos en la Provincia de Buenos Aires. En esta localidad se planta y cosecha más de la mitad de la cebolla que se consume en Argentina y el 80% de lo que se exporta en el mundo.

¿Quiénes son las mujeres y las historias que hay detrás de esos números?

Celina es una de las referentas del grupo de Pedro Luro, junto a su esposo y sus dos hijos, su familia es de las primeras que iniciaron su asentamiento en ese pueblo en el año 1995. Compartiendo un api bien calentito -esa bebida morada que trae el altiplano a la llanura- en la cocina de su casa, Celi nos cuenta: “Vinimos directo desde Bolivia a la Cebolla, tardamos 3 días. En agosto comenzamos la siembra y durante octubre, noviembre y diciembre le metimos fuerte a la desyudada. Trabajamos casi 16 horas, tomábamos agua del canal junto a nuestros hijos, sin medir los riesgos”. Ahora, nos cuenta, las condiciones son menos duras, sin embargo dos factores han puesto en riesgo la actividad: el vaciamiento del Río Colorado producto de la crisis hídrica agravada por la crisis climática, y el deterioro del suelo debido al excesivo uso de agrotóxicos que trae como consecuencia la proliferación de enfermedades para la cebolla como el fusario, un hongo que pudre los cultivos aun con la cebolla cosechada, por eso cada vez dura menos.

Debido a esto “la producción no rinde, se paga menos y eso arrastra toda una cadena de pobreza: el productor, productora, el changarín, el galpón de empaque que cada vez contrata menos gente y paga menos y los comercios de la zona que venden menos”. En esos galpones, en los que la mayoría de la mano de obra son mujeres, se elige la cebolla de exportación, la que comen en otros países y queda la de descarte, la que comemos argentinos y argentinas.

La crisis hídrica a la cual se refiere Celina está trasladando la actividad cebollera cada vez más al sur. “Tuvimos que empezar a arrendar tierra cada vez más al sur hasta Viedma, pero nuestros hogares siguen en pedro Luro, esto genera que solo los varones de la familia se muden temporalmente y nosotras, las mujeres, quedemos con todas las tareas del hogar y con menos ingresos”. Muchas se emplean en los galpones de acopio de cebolla de la zona que pagan menos de $700 la hora de trabajo, “con eso no compro ni un kilo de pan” afirman las cebolleras.

Mientras nos cuenta todo esto, Celina se agarra y refriega las manos como aquietando una energía que parece recorrerla entera para decirnos que ya es hora, que hay que ir a buscar a las mujeres al campo para las actividades que tenemos programadas: asamblea de constitución de la Cooperativa, Taller sobre violencias de género, visita de referentas de otras organizaciones de la localidad.

Entre ripios, curvas y, literal, bolas de pasto que se cruzan con el viento, nos encontramos con las compañeras. Mujeres curtidas, muy jóvenes, todas con hijos e hijas. Al principio tímidas, aunque enseguida las risas comienzan a asomar en esos rostros.

La realidad es dura; sin acceso a la tierra, trabajan en quintas bajo patrón. Grandes extensiones de tierra salpicadas con algunas casas muy precarias que alojan familias también oriundas del norte que trabajan y producen alimento a cambio de un magro porcentaje de la producción. Asistir a la reunión no es fácil para las compañeras, muchas viven acorraladas por la cultura machista presente tanto en el hogar como en el vínculo patrón - obrera.

Cuando paramos en la primera casa y se abre la puerta nos encontramos con una gran sorpresa, un rostro conocido: es Maria y una historia de años de acompañamiento por una situación de violencia de género ocurrida en La Plata se deja ver en el abrazo entre ella y quien fue su promotora de género. La búsqueda tanto de un lugar en donde estar cerca de algún pariente junto a sus hijes y la posibilidad de seguir trabajando la había llevado al distrito sureño bonaerense.

Con un mate dulcísimo en mano nos cuenta su verdad: sin tierra propia, terminar aquel vínculo tóxico le fue difícil, ahora las condiciones en la quinta son duras, la crisis económica que golpea a todo el pueblo trabajador pega también en la verdura. Se vende poco y se gana poco, y de ahí el porcentaje que queda en la familia trabajadora es ínfimo.

En la reunión también participan mujeres de otras organizaciones con las que compartimos el mismo destino: luchadoras, trabajadoras de la tierra liderando nuestros sueños colectivos. Así nos comparte Laura Vázquez, de 30 años, agricultora y referenta de la Federación Rural, con mucha presencia en la localidad: “Sueño con que mi familia, y todas las familias que hacen de ésta su forma de vida y aman el oficio puedan vivir dignamente, producir de forma más sana y no que tengan que pensar cada año en si van a tener qué comer, creo que así de forma organizada y luchando para que el Estado nos reconozca vamos a salir adelante”, Laura se emociona mientras cuenta que ama la cebolla y todas las comidas que la tienen como ingrediente.

En nuestro país los proyectos de ley e iniciativas que las organizaciones llevamos adelante en torno al acceso a la tierra quedaron entre los cajones de los despachos. La reciente reglamentación de la Ley de Reparación Histórica de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (ley 27.118) puede traer un poco de esperanza a través de la constitución de un Banco de Tierras que permita relevar y aglutinar las tierras rurales que posee el Estado para ser adjudicadas a familias productoras. En la asamblea junto a las productoras circula esta información que despierta los sueños con los que inicia este relato.

La necesidad de estar organizadas, los primeros pasos en la construcción de la cooperativa propia y el desarrollo de nuevos emprendimientos que puedan complementar nuestros ingresos -producción de plantas nativas, emprendimientos de costura y agroecología- tejieron la cuerda de la que nos sostuvimos toda la tarde.

Una idea-fuerza recorrió nuestro encuentro: la lucha por la tierra y el territorio sigue siendo una constante. El sueño de la tierra propia y la libertad quema en las manos de las trabajadoras de la tierra del sur bonaerense.