¿Cuántas formas tiene un diálogo? En teoría se trata de una conversación entre dos o más personas que exponen sus ideas y comentarios de forma alternada. Pero Las piedras de Agustina Muñoz viene a discutir esta definición desde su primera escena, o mejor dicho, a volverla más compleja y más linda. La obra se abre con un extenso diálogo del que tenemos noticias por una barra de subtitulado, que a su vez es leída por una única voz femenina. No hay cuerpos, solo palabras en una pantalla y la voz de una misma chica que toma alterativamente uno y otro rol. ¿Es una persona hablando, reflexionando consigo misma? ¿O es que siempre, en toda conversación, lo que escuchamos del otro es algo que de algún modo ya habíamos pensado en primer lugar? Si estamos en el teatro ¿como es que solamente estamos leyendo una conversación?

Una versión inicial de Las piedras fue estrenada en Ámsterdam en 2016, a donde Agustina Muñoz había estado viviendo dos años, mientras cursaba una beca de teatro y performance. Al finalizarla regresó al país donde encaró diversos proyectos: dirigió el ciclo de reenactment de performances de Yoko Ono que se hizo en el Malba, fue actriz y partícipe junto a Soledad Barruti de la conferencia Extinción en el Teatro Cervantes, y co-creó junto a Bárbara Hang la performance El espíritu es un libro que para la última Bienal de Performance. Muñoz es también una actriz muy requerida, a la que se vio en Kantor, de Mariana Obserzstern y en la última película de Matías Piñeiro, Hermia y Helena, que aún está en cartel. 

Sobre el contexto de escritura de la obra, Agustina cuenta: “Las Piedras fue mi trabajo final en Ámsterdam. Esos dos años fueron muy intensos para mí, era la primera vez que vivía en otro país, en un país que era además muy distinto al nuestro. Por un lado, tenía que crear obras que no necesitaran de un contexto tácito, pero a la vez, la mayoría de las cosas que generaban los otros directores estaban en relación directo a las historias de sus países, Irak, Serbia, Nigeria, Sudáfrica. Historias que a mí me encantaba escuchar, que me generaban lo mismo que cuando mi abuela me contaba de la guerra, esa sensación de la potencia de la vida, los misterios que mueven a las personas, lo que hace inmensa y abismal la idea de la existencia y resistencia. Pero eso abismal, que a otros se le movía en el plano más geopolítico, a mí me empezó a interesar a un nivel más pequeño.” De todas esas conversaciones y también de su escucha atenta y a la vez extrañada por los sucesos, los acentos y los idiomas de los que estaba rodeada, surgió esta obra.

 Las piedras tienen en su escenario exactamente lo mismo que enuncia su título. Un montículo de pedruscos reales de distintos tamaños, que son manipulados continuamente por los actores. Ellos son Bárbara Hang, Denise Groesman, Rafael Federman y Vladimir Duran. Con su ingreso comienzan a dialogar pero con la particularidad de que a veces hablan a unísono –como un minúsculo coro griego– otras conversan sobre un mismo hecho pero sin posiciones fijas, cambian una y otra vez de ángulo, de posición. El espacio vacío, solo ocupado por estos minerales construye una imagen de una potencia anacrónica. Uno podría pensar que esos cuatro personajes son los últimos hombres sobre la tierra. O los primeros. Restos de una civilización, que bien podría ser también una fiesta y ellos, los trasnochados que quedan filosofando sobre una alfombra hasta el amanecer.

Las reverberaciones de Las piedras son muchas y diversas, la más clásica de ellas es hacia La caverna de Platón –espacio de ecos, si los hay– porque el teatro es también ese ámbito donde lo que vemos son sombras del afuera, pero que en vez de enceguecernos, nos iluminan, nos invitan a pensar. Las vinculaciones entre las personas y el mundo, pero también de las personas entre sí, la idea de comunidad, son algunas de las preocupaciones principales que aparecen en la obra: “Mientras la escribía, algo de ese estado de aislamiento, de distancia con todo lo que yo había tenido hasta el momento, me generó una especie de incertidumbre y certeza a la vez. Y creo que salió una obra muy personal en relación a ese estado de pregunta, que tiene certezas a un nivel muy íntimo, muy simple, una persona en el presente, con lo ineludible que eso tiene, las cicatrices, sus experiencias políticas, su familia, sus ideas sobre el futuro, su trabajo. Ese estado de fortaleza y vulnerabilidad que es un cuerpo en el presente con todo lo que guarda. Lo que me preocupaba era darle forma de obra a ese estado, a esa sensación vital.” Eso ocurre y por eso esa sensación vital, esa alegre congoja se transmite a la platea. 

Pero los diálogos de Las piedras no se quedan solo en lo textual. Por momentos las palabras no alcanzan para decir el amor, la incertidumbre, y es el cuerpo el que se expresa bailando con un otro en una especie de fiesta improvisada; hay también un dialogo entre el presente y el pasado, a través de los cuerpos de los actores que con sus rostros y atuendos contemporáneos, representan las solemnes poses de pinturas de siglos pasados. Esta vinculación con la historia del arte, con la danza, con la literatura, con la instalación, ubica Las piedras en un borde en el que el teatro parece encontrarse con la performance y esa idea de interdisciplina, transdisciplina o disolución de disciplinas y géneros, que trae aparejada. 

“A mí, me gusta pensar que Las Piedras es una obra de teatro, la gente se sienta, hay actores, hay un texto, etc. pero por ejemplo la voz en off del principio tiene que ver con una necesidad de generar imágenes sin que haya cuerpos en escena. El teatro a veces es puro presente, todo a la vista, y este trabajo es el resultado de haber tenido otras necesidades escénicas. Me gusta pensar que al principio, los espectadores son un poco lectores, leyendo a la vez, sentados en sus butacas.” Lectores/ espectadores que establecen con lo que ven el pacto de siempre pero renovado, porque a pesar de la dureza del título, Las piedras es una obra blanda, abierta, que permite un ingreso diferente a su mundo, un dialogo sensible y conmovedor con el espectador.

Las piedras se puede ver los jueves y viernes en el Cultural San Martín, Sarmiento 1551. A las 21.