Como parte de sus funciones al frente de la Confederación General de Trabajadores del Perú, Pedro Huilca solía viajar por el mundo. Fue en la India donde le contaron sobre Indira Gandhi, la popular y todopoderosa primera ministra, una de las pocas mujeres en liderar un gobierno por entonces. Esa extrañeza debe haber llamado la atención del dirigente sindical, que decidió bautizar con ese nombre a una de sus hijas.

Indira Huilca tenía solo cuatro años cuando un hombre armado mató a tiros a su padre en la puerta de la casa familiar de Los Olivos, a las afueras de Lima. “Durante los años posteriores a su asesinato, para nuestra familia fue muy importante la relación con los trabajadores, que fue el sector al que le tocó resistir más fuertemente las políticas del fujimorismo”, dice la parlamentaria. En su caso, la biografía íntima determinó la trayectoria política. Y ese resultado explica muy bien un momento bisagra en la historia peruana.  

La huida de Alberto Fujimori a Japón y su célebre renuncia a la presidencia vía fax marcaron la vuelta de la discusión pública al país. La izquierda comenzaba a reorganizarse al igual que el resto de la sociedad, después de años de persecución ideológica y terrorismo de estado. Indira Huilca militó en diferentes movimientos que reivindican tanto el socialismo como las luchas ecologistas, indigenistas, feministas y por las libertades del colectivo LGBT. Una nueva izquierda, más amplia y menos dogmática, que se propone construir un nuevo Perú.  

Esta joven política está acostumbrada a batallar. Lo hizo primero como legisladora de Lima y ahora como congresista de Perú. Secundada por la excandidata presidencial Verónika Mendoza y su compañera de bancada Marisa Glave, Indira Huilca es una de las voces disonantes dentro del Parlamento. También un dolor de cabeza para el oscurantismo fujimorista y el inmovilismo de Kuczynski.