Un casamiento, un funeral. Día de la madre. Feliz primavera. Todos estos acontecimientos se visten con una de las cosas más bellas que como muchas otras nos la brinda la naturaleza: Las flores. ¿que mesas adornarán?, ¿En los eventos de qué cuerpos y que rostros estarán presentes?

Como suele ocurrir en un sistema económico en donde no se producen bienes sino mercancías, se conoce poco de los rostros y las manos de quienes con sabiduría de generaciones producen las flores en los corredores florícolas de las zonas rurales periféricas a las ciudades.

Roxana Marca es una de ellas, oriunda de Potosí Bolivia. Llegó a la Argentina en el año 1985. No solo es productora de flores fresias, San Vicente, Crisantemos y Margaritas en la localidad de Florencio Varela, si no también es referente en su territorio, construye una cooperativa de floricultores y hay que verla con su pelo larguísimo, su sonrisa llena de dientes y su firmeza llevando adelante una asamblea hablando en castellano y en quechua. No se calla nada, y quizás por eso ocurrió lo que ocurrió. El mes pasado mientras estaba con un amigo en la puerta de su quinta, en donde tiene sus invernaderos, un patrullero de la policía local los increpó pidiéndole documentos, con todo el desprecio en sus palabras, y al pararse con dignidad Roxana exigiendo respeto y más información se desató la violencia policial racista. Tanto ella como su amigo fueron golpeados, insultados, les sustrajeron y rompieron sus teléfonos celulares, golpearon a sus hijos menores y luego de tirarla al piso agarrándola de esa ancestral cabellera, la llevaron junto a su compadre detenidos a la comisaría 5ta de la localidad. Por supuesto todo esto acompañado de los clásicos insultos: “Boliviana de mierda, vuelvan a su país”.

Cómo gustan las flores, cómo gustan las verduras frescas para la ensalada. Pero, cuánto se esconden los cuerpos y los rostros que las producen. Mujeres de polleras, costumbres ancestrales, palabras en quechua, un api calentito (bebida andina a base de maiz morado, azucar, canela y clavo de olor) que nos recibe al llegar en la casa de Julieta Chincha, en el Parque Pereyra Iraola, con su quinta llena de fresias y el orgullo que siente cuando las ve pimpollar.

En sintonia con el Colectivo Marrón que intenta desnaturalizar y señalar el racismo en Argentina, las mujeres productoras de flores y verduras en nuestro país no somos blancas ni somos negras, somos andinas, marrones, indígenas. Roxana me confiesa su sopresa al recibir tal nivel de violencia de parte de autoridades públicas que deberían cuidarla, protegerla. Ella se percibe como ciudadana de este país, por ende con derechos. “Boliviana sucia, boliviana villera”, estas palabras escuchaba mientras la golpeaban y sintetizaban la ideología racista de una parte de la sociedad que al decir de nuestra compañera “se siente blanca y con privilegios”. Es el mismo sector que mira para otro lado mientras un malón histórico de comunidades indígenas y campesinas, tan celestes y blancas como multicolores con su whipala llega desde Jujuy y Salta exigiendo el derecho a decidir sobre sus territorios ancestrales.

El caso de Roxana se encuentra acompañado por distintos organismos de derechos humanos como la Red de Organizaciones Comunitarias Enrique Angelelli, el consulado de Bolivia y la Asociación Mujeres de la Tierra. La denuncia por el accionar policial está radicada en la Fiscalía 2 de Florencio Varela y se tomó contacto con la Doctora Montiel de la Defensoria 21. También se exige que se archive la causa por resistencia a la autoridad, insólito que el estado y su aparato represivo te marque con ese sello mientras una se defiende de la agresión y la violencia. 

Roxana está tramitando su ciudadanía, para pertenecer a esta comunidad con todos sus derechos plenos. Porque mientras la sociedad blanca y sus instituciones buscan excluir nosotras pensamos una matria más amplia que incluya nuestras flores y nuestros rostros del color marrón igualito al del Río de la Plata.