Intentando alejarse de la tentación por la simplificación y el incentivo de reducir todo lo que nos rodea a esquemas de análisis lineales, el aterrizaje de Javier Milei al centro de la escena argentina merece, al menos, el beneficio de la pausa.

La era de la velocidad castiga diversos órdenes de la vida. Y la necesidad de la inmediatez, donde lo etéreo se impone a la certeza, está revolucionando todo: incluso la forma de interpretar, contar y hacer política.

Hace pocos días la superestructura dirigencial del país entró en estado de conmoción. Lo mismo las militancias. Acaso la sociedad en general, también a su manera. Claro está: “La Libertad Avanza”, y vaya si lo hace. El mapa argentino, coloreado hasta el turno anterior, y desde hace décadas, con celeste-amarillo, amarillo-celeste, y así sucesivamente, abrazó una nueva colorimetría que obliga a repensar más allá de la coyuntura.

En las PASO recién celebradas, el ausentismo fue la decisión de casi 11 (once) millones de personas, que representan un tercio del padrón electoral. Un récord histórico de privación del voto. De hecho, si el ausentismo fuera un candidato, estaríamos ante el aspirante más votado de la Argentina. El significado de esto último está terminando de tomar forma por estas horas.

Pero, ¿cuál es el verdadero motor detrás del ascenso de Milei? Un ensayo de respuesta, posiblemente incomode a más de un sector de la política que piensa y gobierna estas latitudes. Pero más pronto que tarde, la revisión profunda de las causas que regaron con fertilizantes estas tierras para que florezca el “fenómeno Milei” deberá hacer su aparición en escena. El riesgo de que ello no suceda, es que el divorcio ya inocultable entre representados y representes adopte otra dinámica de desenlace impredecible, en un marco económico y social de creciente fragilidad y larga duración.

El bipartidismo que parió la crisis de 2001 es el que hoy se encuentra mayormente interpelado por "el rugido del león”. Puede que este grito además sea el único capaz de despertar de la larga siesta a más de un factor del poder real del país.

El politólogo Adam Przeworski se pregunta si el descontento social generalizado puede estar indicando el fin de una era. En su obra Las crisis de la democracia (2019) el académico indaga sobre la desestabilización de los sistemas tradicionales de partidos (algo que parece haberse manifestado también en las PASO de la semana pasada), y lo vincula con el crecimiento de las derechas a nivel internacional, donde la polarización resulta evidente atravesando y afectando –dice Przeworski– el tejido social, la vida familiar y la creencia en el progreso material.

Dejar por un lado la lupa posada sólo en la Argentina y alejar el zoom de estas pampas, para observar lo que viene sucediendo a escala internacional (con fuerzas, sobre todo, a partir de la crisis financiera de 2008, la más compleja desde la Gran Depresión de 1929), es un ejercicio necesario para toparnos con las causas que explican lo que también se está moviendo de este lado del mundo.

¿Por qué motivo, retomando al historiador contemporáneo, Adam Tooze, la “policrisis” no podría también materializarse en la Argentina?

Pasan demasiadas cosas demasiado rápido, es cierto. Pero el saldo final de la pandemia aún está por verse. En nuestro país no hizo más que poner al descubierto (e incluso acelerar) crisis preexistentes –muchas a la vez–. Hubo una faceta sustancial del encierro que aún no terminó de despuntar. O quizás lo hizo a su modo con el sufragio de hace pocos días, que en verdad fue el primero luego de que la pandemia ya no fuese un hecho de primer orden.

La circulación social del virus y el componente psicológico que eso generó, acrecentaron la sensación y el sentimiento de soledad, inseguridad y depresión. Las ansiedades y las angustias también hicieron su trabajo y colaboraron con el quiebre de lazos y solidaridades sociales en un contexto económico adverso para las grandes mayorías.

El triunfo del paradigma de la “economía colaborativa”, del mantra de la meritocracia y del capitalismo de las plataformas terminaron por conformar un coctel denso, de difícil digestión, pero que también acabó dándole forma a buena parte de la subjetividad del voto “libertario”. Claro: es más fácil leer que detrás de Milei (sólo) hay un ejército de fascistas y no la aparición de un sentido común de nuevo tipo.

En este universo de voto “violeta” conviven franjas a las que “el partido del poder” en el poder hace rato dejó de hablarles. Lo propio hizo el otro gran derrotado de las PASO: la alianza de Juntos por el Cambio. Ambos espacios, en conjunto, drenaron más de 10 millones de votos en un período de tiempo sumamente comprimido.

¿Qué es hoy la “justicia social” para un/a joven que se gana la vida pedaleando con una mochila a cuestas de alguna app de delivery? ¿Qué es el “Estado protector” para un profesional que a duras penas puede elegir entre pagar un alquiler o sus estudios? ¿Qué tiene el bipartidismo hijo de 2001 para ofrecerles a estas nuevas realidades, central aunque no necesariamente, juveniles?

Atrapada en sus urgencias, la dirigencia política (aunque conviene también hablar de “dirigencias”) parece ya no sólo no tener respuestas a lo importante. Por momentos asoma un riesgo mayor: no sólo se desconoce la solución a los problemas, sino que directamente no se sabe cuáles son los problemas que más atraviesan a la sociedad.

Se vuelve fundamental, al mismo tiempo, desechar el mito de que la comunicación de gobierno puede saldar lo que no resuelve la política. Menos aún en un TikTok, un reel, o en escasos caracteres a través de (la ex) Twitter, red social en la que muchos creyeron ver el ágora de la posmodernidad, que venía darnos voz y voto a todos por igual.

La imposibilidad de debatir los verdaderos temas de fondo en nuestro país (generación y redistribución de la riqueza, crecimiento y desarrollos sostenidos, inserción regional e internacional –económica, política y financiera–, y política exterior en un mundo interconectado como nunca antes y en medio de una disputa creciente entre Estados Unidos y China) no hacen más, en última instancia, que abonar la tierra para la emergencia de líderes “antisistema”, que son los verdaderos catalizadores de la desorientación en la “política profesional”.

La “marea violeta” de Milei no es un “cisne negro” como más de un observador caracterizó. Acaso por miopía intelectual o comodidad política. Siempre es más cómoda la visión maniquea de la vida. Pero es justamente ahí cuando al perder la capacidad de ver matices se puede disipar el foco. A Milei también lo votaron los jóvenes, los pobres y los ignorados por la política que se habla a sí misma.

¿Hasta qué punto podemos seguir discutiendo con tanta liviandad sobre la irrupción de cisnes negros en la política argentina? El hecho marca por definición algo que nadie vio venir, justamente, por su improbabilidad empírica. Ni los gobiernos, ni los mercados, ni la comunidad internacional. Pero tampoco la academia ni los medios de comunicación. Menos aún la demoscopia tradicional. El arte de observar también entró en crisis –nada escapa al conflicto, parece– y el nuevo deporte nacional es ver qué encuesta de opinión falló más.

Para empezar a estudiar el comportamiento electoral y social que hoy le da cuerpo a Milei quizás convenga detenerse en una segunda metáfora zoológica que también sirve para analizar al mundo de los hombres: la del hipopótamo gris. Propuesta por la analista política estadounidense Michele Wucker, a diferencia del cisne negro, esta alegoría parte de definir al hipopótamo como poseedor de un cuerpo inmenso, visible a varios cientos de metros y que puede avanzar (¿cómo la “libertad”?), a paso lento pero firme, hacia un punto determinado. A diferencia de los cisnes negros, a los hipopótamos grises todos los ven venir.

La consolidación de La Libertad Avanza en el tablero político argentino resulta ineludible. Incluso repitiendo la performance de las PASO y sin llegar a la presidencia, Milei pasará a tener 41 diputados/as y 8 senadores/as, convirtiéndose en un actor de peso fundamental en la arena parlamentaria.

Por eso es central, de cara al 22 de octubre, ver cómo se reacomodan los distintos comandos de campaña. Lo que pareciera ser evidente, es que al león-hipopótamo, lejos de achicarlo lo infla el hecho de caracterizarlo por “derecha” y nada más. A fin de cuentas, para muchos de sus votantes, el verdadero miedo quizás es a que todo siga como está y difícilmente los conmueve saber que votan a la “derecha”.

En última instancia la llegada del hipopótamo gris a la Argentina confirmaría que la política tradicional perdió, al menos de manera coyuntural, el monopolio de la representación de las mayorías, de la gobernabilidad, y fundamentalmente de la narrativa que convoca a creer que mañana será mejor que hoy. La reconstrucción de este hiato y de un verdadero horizonte de expectativas –materiales y simbólicas– es lo que empezará a jugarse a partir del próximo 10 de diciembre, independientemente de quién ocupe la Casa Rosada en medio de una reconfiguración del mapa político nacional.  

* Politólogo y consultor político.