Nunca ha sido ajena a la búsqueda estética de Paul Simon la dimensión introspectiva. Desde esos sueños inquietos en los que caminaba solo en “The Sound of Silence”, hasta la impronta “evangélica” que circula por “Loves me like a rock” pasando por una de las frases fuerza de “Mr Robinson” (“el cielo guarda un sitio para quienes rezan”) o la más cercana “Getting ready for Christmas Day”, donde Paul da cuenta de un sermón navideño de principios de la década del cuarenta, el músico de Nueva Jersey suele teñir sus composiciones de paisajes místicos, oníricos, cuasi religiosos. Pero esta vez dobló la apuesta.

Tal vez la edad –viaja firme hacia los 82--. Tal vez la proximidad del fin. Tal vez la carne que se va cerrando para hacerle un lugar mayor a las cosas del alma, motivaron el intimismo acústico y el aura espiritual que conlleva en su sino Seven Psalms, decimoquinto disco solista del viejo Paul. Publicado por Owl Records, llega un lustro después de In The Blue Light, dista siete años del último con temas nuevos --Stranger to Stranger-- y el origen de su creación refuerza la impronta meditativa antedicha.

Cuenta incluso el mismo Paul de un impulso inexplicable que lo llevó a componer las letras --despertándose durante varios días antes del alba-- basado en los salmos del rey David, con resultado previsible: treinta y tres minutos de canciones purificadoras. Trascendentes. Algunas permeadas por alabanzas e invocaciones a Dios, ente que el rapsoda define como “la tierra sobre la que cabalgo”, aunque paradojalmente lo ponga en duda al definir el trabajo –también-- como una forma de expresar las discusiones internas que tiene “sobre creer o no".

Los salmos hechos canción son siete y cada uno porta un título que lo define. Pero la idea es prestarle oídos como si fuera una sola pieza, única e indivisible. De hecho así –de un track continuo— se ofrece su escucha en las ediciones on line. Y entonces “The Lord”, tema que abre el disco, puede leerse en línea directa con “My professional opinion”, pieza musicalizada a ritmo –cansino-- de country blues, en el que Simon deja entrever una crítica a esa especie de “soledad colectiva” que produce la comunicación virtual contemporánea. Y esta, a su vez con el maderaje de personas solas, refugiadas muchas de ellas, que hacen dedo en un salmo bravo llamado “Trail of Volcanoes”.

En líneas generales, lo que manda en el trabajo es la soledad del solitario Paul. Los sonidos del silencio vuelven elípticos a su presente a través de un tratamiento musical en el que monopoliza el clímax la guitarra acústica, apenas intervenido por su dobro compañero, alguna flauta, un instrumento parecido al laúd barroco, llamado tiorca, y suavecísimas percusiones provocadas por un gong. Solo a veces, en ciertos y puntuales pasajes, se deja intervenir por la voz de su mujer, la cantautora texana Edie Brickell, que suma su tenor intimista, en el momento góspel del disco (“The Sacred Harp” + “Wait”). Y a veces, por la compañía vocal del grupo “Voces 8” (en “Your Forgiveness”), que lo sumerge en un tinte más bien secular. Gregario, a su forma.

Tal vez haya sido exagerado –y colonizador-- que la Revista Time haya nombrado a Simon alguna vez como una de las cien personas que dieron forma al mundo. Pero lo que no lo es, seguro, es la frase fuerza de “Wait”, tema ya mencionado que cierra el disco: “Mi mano está firme / Mi mente aún está clara”.

El disco también da fe de ello.