El primer libro de Luciana Jazmín Coronado, joven poeta nacida en 1991, fue coronado en 2016, muy merecidamente, por el I Premio Hispanoamericano de Poesía San Salvador. Se llama Catacumbas y su estructura se orienta en tres direcciones tópicas y postales: Las Heras 3847, que versa sobre la relación difícil, explosiva, con el padre; Arengreen 1367, que explora la línea materna y los últimos tiempos de vida de su abuela, y Calle Cero, el momento de la hija. “La bomba”, el poema con el que arranca, dice así: “mi hermanito y yo/ no esperábamos la bomba/ pero ha caído”. Esa explosión inesperada rompe el candor de la infancia, el devenir generacional acarrea pérdidas: es una sucesión de capas de vida sobre muerte, florecimiento sobre decrepitud. En “El secreto”, de Arengreen 1367, Luciana dice: “mi abuela guardó silencio/ por una semana/ cuando se enteró/ de que su novio/ de todos estos años/ había muerto/ en un geriátrico// ella guardó ese secreto/ junto a otros// sueño con abrir su cabeza/ una vez muerta/ para mirar/ sus pensamientos/ escondidos en cajitas// ordenados/ por tipo/ como mínimas joyas// sueño/ con encontrar esos cofres/ para aceptar por fin/ que ciertas cosas/ no nos pertenecen”. Se trata de esto, intuyó, el tejido del amor filial. ¿Hasta dónde llega la idea de “pertenencia”? ¿Hasta dónde quedamos ligadxs al punto de sentir que lo oculto en las personas de la propia sangre también es nuestro? Llega hasta donde descubrimos que aún en el lazo más estrecho, hay otrx (“Hay otro/ siempre hay otro/ lo que él respira, es lo que a ti te asfixia”, decía la mexicana Rosario Castellanos). En este sentido, Catacumbas es un libro de elaboración de una salida, un primer libro, que como muchos inaugurales de una obra poética, reconstruye la cimiente subjetiva de los primeros años para destruirla, se independiza asumiendo la raigambre. Y lo hace sin pretensiones, haciendo uso de un lenguaje sencillo, austero, que no alza siquiera la voz con una mayúscula al comienzo de un poema, no la eleva un decibel para imponer su verdad de versos cortos sobre el discurso que la precede. Como si dijera: con esto que voy a contar no empieza nada, esta voz viene de antes, es apenas la continuación de una repetición, la repetición de una experiencia que creemos propia y, aunque lo es en sus detalles, no lo es en la mecánica siempre idéntica de la vida. La parte final, Calle cero, tiene como primer poema “El rezo”, que dice así: “en el fondo de tu sangre/ hay una herida/ que debés curar// el sol te dejará ciega/ quedarán tus labios/ como la corteza// tomarás un atajo/ encontrarás tu sombra/ serás piedra/ serás pantera/ serás extraña para otros/ pero tendrás tu minuto de amor”. Son los primeros versos de este libro en apuntar a la diferenciación personal, ya no subsumida al encuadre tribal, a la referencia identitaria que viene de lxs otrxs. Serás piedra, serás pantera, serás extraña: serás. No es una premonición sino un hallazgo de lo que ya ha empezado a germinar a partir de lo que ha sido enterrado. En el poema “El baúl de flores”, dice: “si dejo de verte/ en el jardín/ cortar pimpollos/ del rosal/ que plantó el abuelo// si dejo de mirar/ tus manos/ de pecas grandes/ extenderse al sol// o sentarte/ a fregar tus piernas/ la sangre reunida/ en tus pies hinchados// entonces/ ¿cuánto faltará/ para que el jardín se esconda/ y un baúl/ de flores azules/ ilumine bajo tierra?”. 

Catacumbas
Luciana Jazmín Coronado

Valparaíso Ediciones