El acto en la Legislatura en reivindicación de los genocidas, organizado por el partido de Javier Milei, fue la representación del divorcio inaudito entre lo que propone la casta dirigente libertaria y lo que aspira la mayoría de sus votantes, los que, en su gran mayoría, ellos o sus familias, fueron víctimas de la dictadura. Pero también expuso el enorme retroceso que sufrió la sociedad a partir de esa contradicción que concedió espacios que hace mucho habían perdido los seguidores de Videla y Massera.

El lunes, los medios corporativos se lanzaron de cabeza a justificar la realización del acto, como hicieron siempre que pudieron relativizar y menospreciar las denuncias de los organismos de derechos humanos. Tres días después, durante los cuales se visualizó el rechazo mayoritario de la sociedad, los legisladores de todos los bloques, incluyendo a los del macrismo, expresaron su repudio y pusieron el cartelito del Nunca Más en sus bancas.

Recién a partir de allí, estos medios recularon y se dejaron de menear el derecho a “homenajear a las víctimas del terrorismo” que ha sido la excusa para estos actos que reivindican a los torturadores y asesinos.

Se ha encuadrado este resurgimiento del discurso prodictadura —que es mucho más agresivo que el negacionismo vergonzante— en el contexto de profundización de la grieta “kirchnerismo-antikirchnerismo”, la que a su vez es una expresión del histórico antagonismo “peronismo-antiperonismo”. En realidad, el núcleo duro de la oposición al kirchnerismo, el motorizador de escraches y caceroleos recoletos han sido los defensores de la dictadura, familiares de los genocidas y militares y miembros de fuerzas de seguridad que justifican las atrocidades que cometieron sus camaradas.

Está también una franja amplia de la derecha del radicalismo, muy gorila, que nunca simpatizó con el alfonsinismo y que asumió sin problemas la variante de oposición rabiosa que propusieron los amigos de la dictadura. Y hay que agregar elementos residuales del menemismo que no se pudieron reacomodar tras la dilución de Carlos Menem. Todos ellos se sumaron a la derecha histórica neoliberal prooligárquica y procorporativa.

Apenas asumió Néstor Kirchner, lo apretó el director de La Nación, José Escribano: si juzgaba a los genocidas no duraría un año en la Rosada. Fue una declaración de guerra, porque Néstor Kirchner recogió el reclamo mayoritario en la sociedad y logró que se anulara la legislación de la impunidad y se extendieran los juicios a los represores.

El reclamo de memoria, verdad y justicia estaba en la calle, no era kirchnerista ni de ninguna corriente partidaria, la sociedad lo había incorporado a contrapelo de los poderes económico, mediático y militar y se había convertido en una reivindicación generalizada. A diferencia de sus antecesores, en vez de poner el oído en los reclamos de los grupos dominantes, Néstor Kirchner lo puso en la sociedad y recogió ese reclamo para convertirlo en conquista. Es la forma como se construyen los liderazgos verdaderos: escuchar al pueblo y convertir sus reclamos en conquistas.

Muchos radicales hicieron el camino inverso al que hicieron los que se sumaron al macrismo y se acercaron al kirchnerismo. Pero la cantera de odiadores siempre dispuesta para la furia antikirchnerista tuvo su porción importante de esta franja, que ahora se dividió entre el macrismo y los seguidores de Milei.

La legisladora que organizó la reivindicación de la dictadura en la Legislatura, Lucía Montenegro, llegó a su banca en las listas de Milei. No vivió la dictadura, pero su padre es simpatizante de los carapintadas y fue un aliado del partido neonazi de Alejandro Biondini. Negoció con Milei la entrega del sello partidario UNITE, a cambio de que su hija Lucía encabezara las listas porteñas.

Y la candidata a vicepresidenta de Milei, Victoria Villarruel, es hija y sobrina de militares de la dictadura. Hace más de 20 años que participa en acciones de reivindicación de la dictadura, incluyendo la organización de visitas al dictador Jorge Rafael Videla. Y el mismo Javier Milei fue colaborador del genocida Domingo Bussi

Es un sector muy minoritario, pero con respaldo económico y complicidad mediática. Estuvo en el núcleo de la oposición más violenta a gobiernos democráticos y en la conformación de las opciones derechistas, tanto con Macri, como con Milei y trató de rodearse de las derechas del peronismo y el radicalismo.

Milei está contra los que viven de la política, pero el padre de su legisladora en CABA, Lucía Montenegro está asociado con otra persona que tiene inscriptos más de cien nombres de agrupaciones políticas que ofrecen a candidatos sin partido. Dice que acabará con la inflación y su candidato a intendente en CABA, Ramiro Marra, es propietario de una casa de cambio, que son lugares donde se cocina el valor del dólar.

La gente votó al dueño de una casa de cambio para que termine con la especulación con el dólar y votó a la hija de alguien que ofrece siglas partidarias, para que termine con el negocio de la política. Hay un divorcio entre lo que declama esa casta dirigente de las listas de Milei y lo que piensa en realidad y lo que reclama de fondo la mayoría de quienes los votan.

Esa incongruencia le dio espesor a algo que no lo tiene, como es la reivindicación de la dictadura, un debate que volvió a estar en un lugar que hace mucho había superado. Lo real es que la situación económica, la persistencia de un alto nivel de inflación mensual, sometió a un nivel de estrés, de agotamiento psíquico, que excluye otras preocupaciones y se hace proclive a las explicaciones fáciles, porque hay cansancio y frustración.

En un acto ante más de mil estudiantes de la Universidad de La Plata, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, dijo que no alcanzan los discursos conocidos, que la sociedad cambió y los discursos tienen que dar cuenta de esos cambios. Kicillof gobierna una provincia muy compleja con presencia de todos los estamentos sociales que componen el mosaico fragmentado del país. Soportó la pandemia, la sequía y la guerra y mantiene el respaldo mayoritario de sus gobernados. Es un récord que lo convierte en alguien para escuchar cuando plantea que es necesario que el movimiento popular plantee un discurso renovado.

En su gobierno se pueden encontrar algunos indicios. La gestión de Kicillof fue distributiva, a pesar de los obstáculos, es la que mejor relación mantuvo con empleados públicos y docentes, invirtió en salud y educación, sostuvo las reivindicaciones de derechos humanos y propuso contra viento y marea obras como las del canal de Magdalena. Pero al mismo tiempo se preocupó de la seguridad, no hizo diferencias ideológicas en el trato con los intendentes y respetó el contacto con el territorio que él mismo se preocupó por mantener. Sacó la gestión de la Casa de Gobierno, se lo vio por toda la provincia, inaugurando rutas, escuelas o en actos culturales sin eludir el contacto directo y llano con la gente.

Si rasgos históricos del discurso popular han perdido brillo, en parte fue porque hubo sectores de la sociedad que lo sostuvieron sin que los contuviera y que, incluso están peor que antes. Ese discurso tiene que dirigirse a ellos y darles contención además de hacerse creíble. Las experiencias positivas tienen que servir de enseñanza.