Cinco años estuvo en la prisión de Magdalena, hasta que a fines de los '80, ya en dictadura militar, lo trasladan a la cárcel de Caseros. Hizo la del "mono", una acción alejada de prácticas onanistas y cercana a la supervivencia. Tomó la frazada de la cama y la transformó en una muda con sus pocas pertenencias. Será mi último acto humano antes de que me maten, pensó Soriani. Pero sobrevivió, los guardias no lo condujeron a un descampado. Estaba entrando a la ciudad de Buenos Aires, que recorría con sus ojos desde una pequeña ventana del camión celular después de tantos años de ver y soñar con el campo de Magdalena.
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