Publicada en 1887 por el sueco August Strindberg, El padre es una obra compleja que suele brindar material de trabajo en talleres de actuación, resignificada en 1990 por Alberto Ure en una puesta inolvidable para quienes la vieron. Cuenta la historia de un enfrentamiento tenaz, el que se produce entre un militar retirado con aficiones científicas y su esposa Laura, conflicto motivado por la necesidad de determinar el destino de la hija de ambos, en edad de emprender un proyecto de vida. La inteligencia con la que la esposa acciona en contra del marido para conseguir la custodia de su hija es, sin dudas, el mayor de los atractivos de esta contienda que concluye en forma trágica. Laura llega, incluso, a sembrar dudas sobre su propia fidelidad con el objeto de sugerir que pudo haberse embarazado de otro hombre. La pieza enjuicia la estabilidad de las bases del matrimonio burgués, cuestiona las leyes que lo rigen y habla de un desentendimiento inevitable entre hombres y mujeres. Estrenada recientemente en La carpintería (Jean Jaures 858) bajo la dirección de Marcelo Velásquez, el elenco está integrado por Marcela Ferradás y Edgardo Moreira, a cargo de la pareja protagónica, Ana María Castel, Enrique Dumont, Luis Gasloli, Denise Gomez Rivero y Santiago Molina Cueli. La música en vivo es interpretada por Alejandro Weber. 

Integrante del elenco estable del Teatro San Martín, gestora de proyectos personales, como fue la notable Las primas o la voz de Yuna, sobre la novela de Aurora Venturini, Ferradás está en otro espectáculo: junto a Horacio Peña, interpreta el rol de Ema en Pequeñas infidelidades, obra de Mario Diament, bajo la dirección de Manuel González Gil en El tinglado, de Mario Bravo al 900. En este caso, su personaje también teje una intriga que le permite obtener un resultado a su favor, aunque sea 20 años después de su divorcio. La ocasión no puede ser mejor: su ex marido se topa con ella en un departamento vacío, sin testigos ni distracciones. La lucidez con la que Ema va transformando una conversación casual en un verdadero ajuste de cuentas es también gran parte del atractivo de la pieza del autor de Un informe sobre la banalidad del amor, entre muchas otras.   

–Cuando fue convocada para hacer la Laura de El padre se interesó en la versión de Velázquez e, incluso, propuso cambios…  

–Es que toda versión implica una elección acerca de un punto de vista determinado y no quería hacer de Laura una villana. Yo la pienso como una mujer de su tiempo que sufrió el hecho de haber sido una mercancía intercambiable. Porque de pertenecer a su padre pasó a ser la posesión de su marido, sin ningún poder de decisión respecto de los hijos y del dinero. Atrapada en las costumbres de la época, Laura tiene que romper el candado y escapar de su encierro. Y esto no se puede hacer sin violencia. Menos a fines del siglo XIX. 

–¿Cuál es el objetivo principal de Laura?

–Quedarse con la hija y educarla a su manera. Tal vez uno pueda hoy pensar que la hacía su rehén. Pero no tenía otra alternativa que destruir. Y aunque ella no admite haber manipulado la situación, la realidad es que sentía que su marido la afixiaba como una piedra sobre su pecho, según sus palabras. Aunque también al Capitán se lo puede ver como una víctima de su época, de su situación social, podemos imaginar que debe haber sido un tirano y que a ella no le quedó otro remedio que erigirse sobre su realidad.

–En Strindberg está muy presente la pugna entre hombres y mujeres…

–Aun teniendo en cuenta que no todas las mujeres somos maravillosas ni todos los hombres son malvados se ve en Strindberg una gran misoginia. El retoma un tópico medieval que es el de la mujer que, como una araña, teje una tela para atrapar al hombre. A Laura podríamos verla como un prototipo de ese estilo de mujer, pero al romper la estructura que la aprisiona, se acerca a la Nora de Casa de muñecas, de Ibsen, autor contemporáneo a Strindberg. 

–¿Qué reflexión habilita esta obra en la actualidad?

–Pienso que hay una responsabilidad de la mujer en el sostenimiento del machismo, del mundo patriarcal. Creo que hemos sido nosotras mismas las que sostuvimos la obligación de tener los ojos y la boca cerradas ante la prohibición a decidir por nosotras mismas. O para soportar que, como ocurre todavía en la actualidad, ganemos menos que un hombre. Seguimos en inferioridad de condiciones. También pesa un estigma sobre la mujer que decide no tener hijos. O no ser monogámica. O no ser heterosexual.

–El personaje de Ema en Pequeñas infidelidades urde una suerte de plan para beneficiarse a costa de las confesiones de él. En algún punto coinciden Laura y Ema…

–Laura es una heroína por desafiar las costumbres de su época y Ema, a su modo, reivindica al género femenino. Un hombre negador también ejerce violencia y ella, que temió, supuso y padeció sin saber qué había sucedido en realidad, siente que, al aclararlo todo se devuelve a sí misma una dignidad que había perdido. En el caso de Laura, con la internación del Capitán, la casa queda en paz. Y Ema libera esa parte suya que había clausurado. Creo que ambas, a partir de su accionar, cambian su vida y tienen la oportunidad de crecer. 

* El padre, La Carpintería (Jean Jaurès 858), miércoles a las 20.30. Pequeñas infidelidades, El Tinglado (Mario Bravo 948), sábado, dos funciones, a las 20 y 22 hs.