Los comicios internos del Partido Justicialista se realizaron el sábado 9 de julio de 1988, ocasión en que el binomio que integraban Carlos Saúl Menem y Eduardo Duhalde se impuso ampliamente a la fórmula que conformaban Antonio Cafiero y José Manuel de La Sota. El radical Raúl Alfonsín iba por el quinto año de su mandato como presidente constitucional de los argentinos, en el contexto de un país que se encaminaba hacia un proceso hiperinflacionario.

Después, en las elecciones presidenciales del 14 de mayo de 1989, Menem, gobernador de La Rioja se impuso al candidato radical y mandatario cordobés, Eduardo Angeloz. El riojano asumió en forma anticipada el gobierno el sábado 8 de julio de ese año. Es decir, a un año de haber derrotado a Cafiero.

De forma documentada y rigurosa, el historiador Iván Pablo Orbuch recopila en su libro “La interna que paralizó el país”, la trama de aquella disputa política al interior del movimiento de masas más importante del siglo XX que se resolvió en las urnas.

El día de las elecciones del PJ, el presidente Alfonsín encabezó el acto por el aniversario de la declaración de la Independencia. Por ese motivo, “el radical estuvo en la tradicional Plaza de Mayo parado dentro de un vehículo militar descubierto y acompañado por altos mandos castrenses”, recordó Orbuch en diálogo con el Suplemento Universidad de Página/12.

“Luego de hacer un breve recorrido, y seguramente sorprendido por la escasa convocatoria de público, Alfonsín se dirigió al palco junto a ministros de su gobierno y representantes de la Iglesia Católica y de las Fuerzas Armadas para apreciar el desfile de los regimientos que marchaban por las calles del centro porteño en ese sábado”, describió Orbuch en lo que significaba, a esa altura, toda una metáfora de un Presidente que perdía capital político ante una crisis que desgastaba a su gobierno.

A 35 años de esos comicios del PJ, “puede afirmarse –destaca el escritor- que la falta de público, en la Plaza de Mayo, no se debió sólo a la pérdida continua de poder por parte del gobierno radical, sino a la realización de la interna peronista que paralizó el país y lo tuvo en vilo a lo largo de esa histórica jornada”.

Orbuch se pregunta en el libro: “¿Por qué se sabe tan poco de la interna peronista de 1988? ¿Por qué este es el primer libro escrito sobre el tema? ¿Por qué se la reivindica escasamente dentro del peronismo? ¿Influyó que el ganador haya sido Menem quien, cuando fue presidente, hizo lo contrario a lo prometido en la campaña? ¿Es un incómodo recuerdo para quienes quisieran reivindicarla?”.

Prólogo de Cafiero

“Antonio, fiel al espíritu de la Renovación Peronista, que construyó tras la derrota electoral de 1983 y consciente de la necesidad de resolver la crisis de liderazgo que marcó al peronismo tras la muerte de Juan Domingo Perón, entendió que era indispensable abrir el Partido Justicialista a las nuevas generaciones”, escribe el canciller argentino en el libro.

El funcionario destaca que “lejos del consignismo, [Antonio Cafiero, su abuelo] se puso a la cabeza del desafío de aggiornarse para enfrentar aquel tiempo histórico y para eso hizo algo que, sin ‘inventar la pólvora’, era arriesgado en su resultado. Se propuso democratizar las estructuras partidarias a través de mecanismos de selección de candidatos por medios de elecciones y no por el dedo”.

Recordó que “en el desarrollo y el resultado de la elección interna de 1988 pesó, entonces, la decisión política de Antonio. Y fue clara: los ideales de la Renovación estuvieron por encima de los egos o los caprichos personalistas, y pusieron de manifiesto una profunda voluntad de democratización y apertura”.

“Un camino para dar real y tangible representatividad al mandato del General Perón: si su único heredero es el pueblo, quién más que el mismo para definir las nuevas etapas del liderazgo del movimiento”, argumentó el jefe de diplomacia argentina en el prólogo del libro de Orbuch.

El funcionario señala que Antonio Cafiero “fue, fundamentalmente, un dirigente lúcido que estaba profundamente comprometido con la consolidación de la democracia y la defensa de sus instituciones, en un momento en el que nuestro país necesitaba de líderes que las nutrieran y fortalecieran”.

Desalambrar al peronismo

El canciller resalta que “hoy parece -como entonces- igual de urgente e importante la tarea de desalambrar al peronismo y oxigenarlo. Así como el Papa Francisco se propuso ante la crisis de la Iglesia adoptar el formato de una ‘Iglesia en salida’ que, con sentido misionero, salga de las sacristías, la dirigencia política hoy tiene que desalambrar la distancia que tiene con la sociedad para poder así renovarse con energía popular”.

Santiago Cafiero critica en el prólogo que “no habrá salida para el peronismo si no se anima a romper la lógica del encierro y el modelo decisional de unos pocos”.

“Hoy, como en 1988, -enfatiza el canciller-, nos encontramos ante el mismo desafío: renovar al peronismo en su actualización doctrinaria y pensar nuevas maneras de enfrentar los desafíos de una época compleja en lo local e internacional, donde la anti política representada en expresiones de extrema derecha hace estragos y crece a la sombra de necesidades insatisfechas y falta de respuesta de las dirigencias”.

El contexto

En los meses previos y a escasos días de las elecciones internas, en ese julio de 1988, las opiniones, interesadas o no, daban por descontado el triunfo de Cafiero, entonces gobernador bonaerense, porque la mayoría de los mandatarios provinciales y sus respectivos PJ estaban alineados con quien después fue derrotado. “El resultado, a priori estaba cantado. Parecía que no había equivalencias posibles entre la fuerza que representaba uno y otro pre candidato presidencial”, destaca Orbuch.

El domingo 6 de septiembre de 1987 hubo elecciones en todo el país. De gobernadores y de renovación legislativa. Cafiero había ganado la Gobernación bonaerense. En la ocasión, el PJ triunfó en 17 provincias, lo que significó un duro traspié político para Alfonsín y el radicalismo. Unos meses antes, en Semana Santa, se había producido la sedición de un grupo de integrantes del Ejército, que fue bautizado como el movimiento de “los carapintadas”, porque tenían sus caras embetunadas.

Entre los triunfos peronistas en las provincias figuraba el de Menem que había resultado electo gobernador de La Rioja por tercera vez. Las anteriores había sido la de 1983 y el 11 de marzo de 1973. En ésta última ocasión, Menem asumió el 9 de julio de ese año en la localidad de San Antonio, en los Llanos del sur provincial, lugar de donde es oriundo Juan Facundo Quiroga.

Campechano y con un fuerte carisma, Menem había adoptado desde muy joven un aspecto similar al que muestran las litografías de Juan Facundo Quiroga: pelo negro ensortijado y anchas patillas, mimetización que empezó a dejar de lado una vez en la Casa Rosada.

Bajo la promesa de “salariazo y revolución productiva” y “pan en todas las mesas”, el riojano primero derrotó a Cafiero en 18 provincias. El resultado en la provincia de Buenos Aires llegó de la mano del acuerdo con Duhalde, entonces intendente de Lomas de Zamora, y con predicamento en los municipios de la Tercera Sección Electoral bonaerense.

Había intentado acompañar a Menem como candidato a vicepresidente, el entonces locutor e intendente de Morón, Juan Carlos Rousselot, pero el riojano optó por Duhalde. En 1988, Rousselot terminó envuelto en un escándalo en el contexto de un acuerdo con la empresa de la familia Macri para hacer cloacas.

El autor

Iván Pablo Orbuch, La interna que paralizó el país, Buenos Aires, Milena Caserola, 2023. Prólogo del canciller argentino, Santiago Cafiero. Orbuch es Doctor en Educación y Profesor de Historia por la UBA. Magister en Ciencias Sociales por FLACSO e investigador y docente en la Universidad de Hurlingham (UNAHUR) y en UBA. Escribió los libros Crónicas de un joven judío, Peronismo y Educación Física, y Peronismo y Cultura Física, entre otros. Y en coautoría con Eduardo Galak: Políticas de la imagen y de la imaginación en el peronismo.