En tiempos en que la parcialización de los saberes hace estragos, cuando las disciplinas están más disciplinadas que nunca, en un presente de sequía para los cultivos de los campos del conocimiento, Pablo Amster –con una mesura congraciada pero a galope firme– se anima y lo mezcla todo. Por eso, aunque la especialidad de la casa son las ecuaciones diferenciales, también se da el gusto de preparar otros menús que combinan dosis variables de matemática, música, religión y literatura.

Como si fuera poco, además, este investigador principal de Conicet y docente universitario (UBA) se dedica a la divulgación. Escribió libros en los que introduce conceptos de la matemática que habitan al interior de las disciplinas artísticas. Desde aquí, se destacan: Matemática, maestro (2010), Fragmentos de un discurso matemático (2007), La matemática como una de las bellas artes (2004). En la actualidad, reparte su tiempo en fracciones iguales: por un lado, se introduce en el mundillo de los números y sigue con pasión el proceso de sus investigaciones en el Instituto de Investigaciones Matemáticas (IMAS) y, por otra parte, realiza un espectáculo de tango. Aunque el sentido común, con desprejuiciada velocidad, correría a sancionar la brecha casi de inmediato, para Amster no existe problema porque al fin y al cabo “matemática y música también son un poco lo mismo”.

–Desde su perspectiva, ¿qué es la matemática? En alguna entrevista señala que “no es del todo una ciencia” y que también se asemeja a “un acto de amor”.

–En principio, es mucho más simple atacar por la negativa y señalar todo aquello que no es matemática. Desde mi punto de vista, es aquello que se encuentra entre la ciencia y el arte. Comparte muchas características de lo que habitualmente definimos como “ciencias” pero también tiene un vínculo muy estrecho con la creación.

–¿En qué sentido?

–La matemática, en su esencia, es un lenguaje expresivo y creativo que permite crear universos.

–Cuando conversé con Darío Sztajnszrajber, señalaba algo muy similar respecto a la filosofía: aquel campo del conocimiento que se encuentra entre la ciencia y el arte.

–Pienso que eso se debe a que la matemática siempre estuvo muy cercana a la filosofía. En épocas anteriores, incluso, era muy difícil separarlas. Los pitagóricos, por ejemplo, comprendían que se trataba de un todo complejo y único. En mi opinión, son espacios de conocimiento que están muy ligados. La matemática, además, tiene mucho de literatura: constituye un universo ficcional, los escritores edifican mundos. Por caso, puede advertirse en la poesía del creacionismo encarnada en la pluma del escritor chileno Vicente Huidobro, cuando señalaba que “el poeta es un pequeño Dios”. En cada poema construido se compone un escenario con lógicas propias y específicas. 

–Sin embargo, en la matemática no existen tantas libertades porque los axiomas deben ser consistentes…

–Es cierto, pero también es verdad que fuera de ese requisito existe bastante autonomía para quien crea. Por eso se dice que los matemáticos son platónicos los fines de semana y formalistas los domingos. Lo que ocurre es que la matemática no puede decir nada acerca de la “verdadera verdad” y eso desde el método científico muchas veces no se comprende del todo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que al interior de la propia disciplina hay diversos espacios que atienden a problemas puntuales: no es lo mismo hacer análisis que ser algebrista. 

–Ya que introdujo la relación con la literatura, ¿cuál es el vínculo con la música?

–Hay muchos aspectos del lenguaje musical que tienen que ver con la matemática. Si se estudia la historia universal –occidental– se podrá contemplar que el primer teórico de la música fue Pitágoras. La creación de la escala de notas sigue una construcción de orden matemático que se modificó a lo largo del tiempo. De hecho, la corrección de un pequeño error –denominado “coma pitagórica”– involucra la realización de diversos ajustes que recorrieron siglos y culturas, del mismo modo que ocurrió con el calendario. 

–Si se revisa el currículum de Pitágoras puede observarse que fue filósofo y matemático, pero también desarrolló estudios en una gran diversidad de disciplinas. ¿Por qué, en la actualidad, los campos están tan segmentados y los científicos deben especializarse y encerrarse tanto?

–El conocimiento se expandió de una manera tan tremenda a lo largo de los siglos que ahora es imposible abarcar todo. La existencia del sabio antiguo hoy sería imposible. Del mismo modo, tampoco existe nadie que sepa toda la matemática y los estudiosos tendemos a especializarnos en segmentos muy puntuales. Si se pretende inventar, descubrir o construir un nuevo conocimiento, es vital no diversificarse tanto. Ahora bien, también es cierto que me atrae mucho el cruce de discursos porque es muy enriquecedor. En síntesis, mi tema son las ecuaciones diferenciales, pero eso no quita que me interese por las religiones, la música y la literatura.

–En el siglo XXI, entonces, ¿no hay espacio para la emergencia de pensadores “todoterreno”?

–Lo puedo contestar con referencia a mis propias investigaciones en ecuaciones diferenciales. Los grandes pensadores de la historia, desde Arquímedes hasta Newton o Leibniz, desarrollaron los gérmenes del cálculo diferencial e integral. Sobre sus aportes vino todo lo demás. Sin embargo, la contribución que un científico como yo puede llegar a realizar al campo siempre será mucho más acotada. En el llano de la realidad del laboratorio o la oficina, los aspectos que resolvemos los matemáticos son mucho más específicos, por el simple hecho que recién conversábamos: hoy en día es imposible abarcarlo todo.

–También se dedica a la divulgación, ¿por qué? 

–La divulgación y la interlocución me interesó desde siempre. Me dediqué a la música muchos años, con lo cual, estudiar matemática es algo que se produjo con el tiempo sin darme cuenta. En la época de la facultad no iba a las clases porque dedicaba entre seis y siete horas a la guitarra. Fotocopiaba los apuntes y rendía los exámenes, tanto que cuando me recibí no me conocía nadie. No obstante, desde adolescente fui a talleres de poesía, me gustaba mucho la filosofía, daba clases a psicoanalistas que buscaban comprender lógica y topología. Me parece importante la comunicación de conocimientos con personas que no pertenecen al ámbito pero que se interesan por las temáticas. Detrás de todo hay un afán literario, que se combina con la intención de exhibir cómo los científicos, los filósofos o los matemáticos no pertenecen a un mundo aislado del resto. 

–Sin embargo, los aportes que ustedes publican en papers son muy difíciles de comunicar.

–Estoy de acuerdo. Por eso, cuando hago divulgación tomo aspectos de la matemática que son susceptibles de ser conversados con las personas, que son interesantes, que puedo explicar. Muchas veces se pretende encontrar sentido –el para qué– a la matemática y en general no se halla con tanta facilidad. Algo similar sucede con el arte: ¿para qué escribimos libros, pintamos cuadros, realizamos esculturas? Desde mi lugar, la matemática es pura creación aunque tampoco hay que dejar de prestar atención a la infinidad de aplicaciones. De hecho, casi todo lo que funciona en el mundo es gracias a la matemática. 

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