El pastor de cabras de una aldea coruñesa llamada Vilar da Vella, que llegó a Buenos Aires a los 14 años, transformó la edición de libros en su gran pasión. Manuel Pampín, que murió el miércoles a la tarde a los 86 años, se ganó la fama de ser un poco quijotesco al no temer a esas causas que parecían perdidas cuando decidió crear Corregidor, editorial argentina con más de 50 años de vida y más de 3500 títulos, que resistió las crisis económicas y se mantuvo como empresa familiar independiente en medio de un mercado global cada vez más concentrado. 

Pampín publicó toda la obra de Rodolfo Puiggrós, Arturo Jauretche y Macedonio Fernández. Además editó por primera vez la poesía completa de siete poetas del siglo XX argentino: Enrique Molina, Alberto Girri, Edgar Bayley, Olga Orozco, Juan Gelman, Susana Thénon y Alejandra Pizarnik; dio a conocer a los lectores argentinos la obra de Clarice Lispector y Juan Carlos Onetti; lanzó las primeras novelas de Osvaldo Soriano (Triste, solitario y final) y Alberto Laiseca (Su turno para morir); acompañó la primera etapa narrativa de Jorge Asís (Don Abdel Zalim), Luis Gusmán (Cuerpo velado), Reina Roffé (Monte de venus), Blas Matamoro (Olimpo) y Enrique Medina (Strip-Tease).

Si en el cielo hay libros, Pampín ya debe estar tramando una sucursal de la editorial que nació el 1° de julio de 1970, aunque el primer libro salió un año después: Los caudillos de la Revolución de Mayo, de Rodolfo Puiggrós. En la primera mitad de la década del 70 editaría Partitas (1972) de Leónidas Lamborghini; los cuentos de Hierba del cielo (1973) de Marco Denevi y La balada del álamo carolina (1975) de Haroldo Conti. El catálogo de este sello es fundamental en la difusión del tango –ha sido considerada la mayor editorial del mundo en producción de libros de este género, entre los que se destaca su colección La historia del tango-, el lunfardo y la historia del sindicalismo. A través de la colección “Vereda Brasil” nos llegó no solo la obra de Lispector, sino también la de Oswald de Andrade, uno de los vanguardistas más importantes del siglo XX; Graciliano Ramos, Silvano Santiago, Ferreira Gullar y Ferréz, entre otros. En la colección “Archipiélago Caribe” se destaca Simone, novela del puertorriqueño Eduardo Lalo, premio Rómulo Gallegos en 2013. De Lalo también publicaron la novela La inutilidad y los ensayos de Los países invisibles, entre otros. En la misma colección hay dos novelas del cubano Marcial Gala: La catedral de los negros y Sentada en su verde limón. Otra colección reciente, “Narrativas al sur del Río Bravo”, incluye libros del venezolano Gabriel Payares (Lo irreparable), dos novelas de la argentina Débora Mundani (El río y La convención), y un libro de cuentos y una novela del argentino Ariel Urquiza (No hay risas en el cielo y Ya pueden encender las luces). Otra colección notable es “Ediciones Académicas Argentinas”, dirigida por María Rosa Lojo, donde se pueden encontrar una edición crítica extraordinaria de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal; y varios libros de Eduarda Mansilla como sus Cuentos, Escritos periodísticos completos y Creaciones.

A pesar de la muerte y destrucción de la Guerra Civil Española, Pampín, que había nacido en 1936 en la aldea Vilar da Vella, en el seno de una familia republicana, siempre recordaba que fue un niño feliz en su Galicia natal. El propio editor le cuenta a Jorge Lafforgue en Manuel Pampín: editor argentino, publicado por Colihue, que a veces dormía en túneles secretos, o arriba de los árboles, porque no podía regresar a su casa. Cuando llegó a Buenos Aires con 14 años, se instaló en Lanús. Trabajó en un negocio de electricidad, en una fábrica de vidrio, en una bobinadora eléctrica, en un local de fraccionado de especias y como empleado en una distribuidora de libros. El largo camino en el mundo del libro continuaría cuando él mismo devino distribuidor y librero –fundó la primera cadena de librerías en el país, las librerías Premier-- hasta que decidió crear una editorial, la misma que han continuado sus hijos: María Fernanda, Paula y Juan Manuel. ¿Cómo sobrevivió una editorial independiente a los vaivenes políticos y económicos de la dictadura cívico-militar, la hiper inflación, la concentración editorial de la década del 90 y la crisis del 2001? Corregidor se ocupó de todas las partes del proceso: edición, distribución y venta directa a través de la emblemática librería propia, que hasta principios de 2020 funcionó en un local a la calle en Rodríguez Peña y Corrientes y que ahora está en el primer piso de Lima 575.

“Un día decidí empezar a editar libros, y lo hice porque para mí era una pasión y sigue siendo una pasión –le cuenta Pampín a Lafforgue–. A pesar de la ignorancia que podía tener, yo cada vez que salía un libro disfrutaba. Interiormente, más allá de la venta. Un hijo nuevo. Así es la cosa. Además, yo casi siempre estaba pensando en los libros posibles de editar, estoy en estado de alerta permanente. Quizás en una conversación surge algo, una chispa, una pista; de pronto empiezo a anotar algo: palabras, ideas, temas que se me ocurren. Por otra parte, como mucha gente concurría al local de la librería, me iban llegando propuestas y yo las evaluaba; a veces consultando con gente que confiaba”. Editar por placer, sin importar que el libro sea un éxito. Eso hizo Pampín. “Un día alguien me dijo que las obras de Macedonio las tenía un hijo, guardadas en bolsas y que no las quería tocar. En uno de los actos culturales a los que yo solía concurrir alguien me pasó el dato de que ese hijo tenía un libro de profecías y que lo trabajara por ese costado. Resultó ser un buen tipo y lo invité una, dos, varias veces a tomar un café y a conversar. Poco después de establecido el contacto salió Terror en el año dos mil, pero a la vez empezamos a publicar las obras de Macedonio Fernández”.

Corregidor resistió la embestida de las compañías transnacionales. Pampín –que en 2017 fue elegido como el editor del año en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires-- sobrevivió de la mano de su proyecto familiar y la construcción de un catálogo comprometido con la bibliodiversidad de la cultura argentina y latinoamericana. La editorial empezó como un sueño que pudo ver realizado. Durante décadas apostó a rescatar a autores olvidados y aprovechar obras novedosas de la literatura argentina y latinoamericana. “Mi catálogo habla por mí; sin libros no hay futuro posible”, afirmó Pampín con el orgullo del pastor de cabras que supo alimentar la vida de varias generaciones de lectores argentinos que saben que no serían los mismos sin los libros del señor Corregidor. Hay que revisar en nuestras bibliotecas y dar las gracias a ese Quijote argentino que de no haber existido los libros los habría inventado.