PáginaI12 En Cuba

Desde La Habana

A las siete en punto de la tarde empezó el homenaje. Unos acordes del himno cubano que rompieron miles de conversaciones en voz baja y sorprendieron a estos chicos del colegio secundario que están aquí, en la Plaza de la Revolución, a estos trabajadores del Ministerio de Transporte, a esos agricultores de una cooperativa de Camagüey. Una voz se mete en la historia y pregunta varias veces: “¿Y se llama?”. Y cada vez la respuesta: “¡Fidel!”. 
¿Cuántos caben en la Plaza de la Revolución? ¿Cuántos cientos de miles de cubanos escucharon tantas veces tantas horas a Fidel Castro desde el 1° de enero de 1959, al comienzo de la Revolución Cubana? El locutor dice que otra vez la convocatoria enorme fue por el comandante Fidel Castro Ruz y la multitud grita sin delirio ni desgarro, acostumbrada a tantas manifestaciones y al mismo tiempo sin haberse preparado del todo para este momento. 
Aunque una caravana partirá para recorrer el camino hasta el cementerio de Santiago de Cuba en sentido inverso al que protagonizó el Ejército Rebelde, la ceremonia en la capital es el escenario de la gran despedida.
Es una noche hermosa en La Habana cuando el presidente ecuatoriano Rafael Correa habla de una Cuba con la esperanza de vida más alta y sin ningún niño viviendo en la calle, cuando recuerda “el bloqueo criminal de más de 50 años”.
De un lado está el Che. Del otro Camilo. Las dos siluetas iluminadas y la pregunta famosa: “¿Voy bien, Camilo?”. Fue durante un discurso a comienzos de la Revolución, cuando en medio de un discurso Castro se dirigió a Camilo Cienfuegos, el comandante que moriría poco después, con un toque de humor. El humor de los gallegos cuando se cargan a sí mismos como los italianos y los judíos. Humor cubano. ¿Humor argentino? 

Raros

Estuvo rara La Habana durante todo el día del gran acto popular de homenaje a Fidel. Cuando comenzó, a las nueve de la noche hora argentina, por segundo día consecutivo miles de cubanos habían alcanzado antes a pasar por segundo día delante de un enorme retrato del líder muerto.  
Muchos lloraban. Incluso los chicos de las escuelas, que en Cuba siempre asombran por sus uniformes prolijitos y coloridos, con pantalones y polleras de azul o rojo y, en el caso de las nenas, por trenzas que delatan madres jugando a las muñecas todas las mañanas.
A la tarde, cuando las nubes empezaban a esconder el sol en la Plaza de la Revolución desde donde Fidel habló tantas veces y ya no, columnas de trabajadores, campesinos y estudiantes ya llenaban desde el mediodía cada metro cuadrado de una de las plazas de cemento y sin árboles más famosas del mundo. 
Están serios. Incómodos. ¿Raros?
Una parte de lo raro es lo que falta de La Habana. Faltan, o están callados, los que cantan con su guitarrita en el malecón de día y de noche. Pero más bien de noche. Faltan, o están sobrios, los que darían su vida por un ron. Los que ya la dieron. Las distintas etapas de la fraternidad etílica que, como dicen los chilenos, terminan con declaraciones de amor eterno entre hombres hétero. Los chistes. Y la música. 
“Oye, extraño la cervecita”, le dice un moreno a otro en la Avenida Italia y San Rafael. Hay un remolino de cubanos porque es uno de los puntos en los que funciona el wifi público. Pronunciar uifi, por favor, como los cubanos. 
“Yo también, pero no se puede”, responde el moreno dos. 
–¿Disposición del gobierno?  –pregunta el caucásico enviado especial de PáginaI12.
 –Nooo –alarga el moreno uno–. Es que no se puede. 
Es decir, quiso decir, no se debe. 
“Aquí falta la música”, comenta una señora de unos cincuenta y tantos frente al Hotel Inglaterra, casi al comienzo de La Habana vieja. 
“Estamos de luto”, agrega. Después de unas horas en La Habana es tonto preguntarle si es una queja. Ya se sabe que no. El sentimiento dominante es la tristeza. “Teníamos la certeza ilusoria de que Fidel nunca se iba a morir”, dice Yola con un oxímoron de síntesis impecable. Y después de la tristeza, mucho después, viene cierto asombro. Es el asombro de los cubanos consigo mismos. No se adaptaron todavía a que ese señor que intentó tomar un cuartel en Santiago de Cuba (el Moncada, en 1953) y que después estuvo siempre presente en sus vidas, incluso en las vidas de quienes festejaron su muerte en Miami, ese señor esté comenzando ahora mismo a convertirse en un recuerdo.
Las menciones a José Martí, muerto en batalla durante la lucha por la independencia de España en 1895, fue corriente en Fidel. Martí es un nombre permanente. 
“Crear es la palabra de pase de esta generación”, se lee en un monumento del hall en la planta baja de la empresa pública de teléfonos. Palabra de pase suena a clave, a contraseña. A organización. Pero la frase de Martí fue pública. 
Una madre muestra a su niño de 6 o 7 años la credencial del enviado de PáginaI12. 
“¿Sabes a qué se dedica este señor?”, le pregunta. Pero la respuesta del chico después de leer las palabras “prensa extranjera” no se remite al oficio sino a un extraño parecido del nombre. 
“¡Claro, es un patriota cubano, un héroe!”, contesta feliz el chiquito. 
La madre, una mulata de treintaypico, se ríe y ni siquiera puede explicarle la diferencia entre Martín y Martí. 
En la Plaza de la Revolución hay banderitas cubanas y retratos de Fidel. Más banderitas que fotos. Empieza a haber más retratos ahora, con Fidel muerto. También hay carteles con frases. Una: “La revolución es tener sentido del momento histórico”. Otra: “Revolución es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”. 
Castro estimuló el recuerdo de Martí porque ya era un héroe para los cubanos en 1959 y porque la historia cubana tiene tiempos que pueden resultar extraños para el resto de América latina. Martí murió luchando contra los españoles mientras ya había comenzado a advertir sobre el riesgo que significaban los Estados Unidos para la región ya a finales del siglo XIX. Había vivido en Nueva York, donde preparó la independencia de España, y tenía un fino conocimiento sobre el destino manifiesto que la elite estadounidense venía cultivando acerca del papel norteamericano sobre toda América y en especial sobre América Central, México y el Caribe. 
Cuando, después de la muerte de José Martí, Cuba alcanzó la independencia buscada, ya en 1899 era dominio militar norteamericano. Y un instrumento formal, la Enmienda Platt que Raúl Castro suele recordar en sus discursos como un nudo que permite comprender los hilos de la historia, consolidó el derecho de los Estados Unidos a la intervención en Cuba.
Martí murió a los 42 años. El Che a los 39. Fidel a los 90 y hasta los 80 conservó el poder y las responsabilidades en plenitud. A diferencia de Martí y Guevara no lo mató una bala y pudo orientar políticas o dejar símbolos hasta el final. Incluso su última foto con un visitante extranjero es significativa. Se dejó retratar junto al presidente de Vietnam. Hay, como mínimo, dos paralelos. Uno es histórico: dos países pequeños resistieron a los Estados Unidos con éxito. En el caso de Vietnam ya lo había hecho antes con Francia. Otro es de modelo: en lo que se llama la actualización que vive hoy Cuba, es decir el proyecto de desestatalizar sin perder las conquistas sociales y políticas, los dirigentes cubanos acostumbran señalar que su sueño sería Vietnam por la experiencia de introducción de economía de mercado sin alterar la sustancia de los mecanismos del Estado. De todos modos las preguntas de este diario en distintos sitios de La Habana durante el día, y entre los congregados en la Plaza de la Revolución esta noche, no recogieron especulaciones políticas. Sin pretensiones científicas, la impresión a primera vista es que los cubanos están sintiendo la muerte de Fidel y no se apuran en racionalizarla. Internet avanzó en el último año y reúne cubanos en los puntos de wifi público pero las dificultades aún son considerables. En una sociedad menos neurótica por la hiperconectividad los ritmos son distintos, la charla cara a cara más habitual y la velocidad menos acuciante porque igual es difícil o inútil ser más y más veloces. No es un endiosamiento de la penuria informática sino, simplemente, una descripción. Hasta ahora, al menos, la mayor habilidad de los cubanos no es conectarse sino resolver. Resolver el día a día, el cambio económico, la adaptación a millones de turistas por año, a los mercados en pesos cubanos, pesos convertibles y divisas en negro, a una economía que tiene dificultades en reconvertirse porque alguna vez confundió mercado con capitalismo y ahora faltan empresas y sobra todavía poder a los ministerios. Los cubanos, como los uruguayos antes, son hábiles torneros. Necesitan inventar la pieza que les falta a los Chevrolet de los ‘50 y a menudo la máquina para fabricar esa pieza. Por cierto no moldearon sin éxito la convivencia con la peligrosidad activa de los Estados Unidos a 144 kilómetros de distancia y ahora la muerte de Fidel remacha un futuro en el que hay una decisión tomada: el presidente Raúl Castro ya dijo que no será reelecto en 2018. Cuando llegue ese momento, por primera vez en 59 años de revolución la cabeza del Estado dejará de llevar un Castro como apellido de su máximo dirigente.

Imágenes

En los costados de la Plaza unos vendedores –no hay muchos en proporción al momento histórico– ofrecen fotos de los líderes de la revolución y de los Cinco, los agentes de inteligencia que se infiltraron entre los grupos terroristas de Miami y terminaron arrestados en los Estados Unidos. Los cinco agentes no negociaron su culpabilidad según la costumbre judicial norteamericana. ¿Cómo hacerlo si no habían cometido un crimen, cómo afirmar que eran agentes de inteligencia si por definición y por misión no podían decirlo? Pasaron muchos años presos y en el deshielo relativo de los últimos dos años acabaron siendo liberados. 
En la Plaza, Fidel muerto parece estar tomando una frase que hasta ahora quedaba reservada para Ernesto Guevara tras su asesinato el 8 de octubre de 1967. “Hasta siempre, comandante”, dicen varios carteles pequeños que portan cubanos silenciosos y con los ojos agrandados. La voz de Carlos Puebla, el más famoso de los cantantes cubanos de la Revolución, es la misma que entonaba “Te canto/ porque estás vivo, Camilo/ y no porque te hayas muerto”. Y al final terminaba con la pregunta célebre: “¿Voy bien, Camilo?”. También resuena en la memoria, en las memorias, porque no la pasan por ningún parlante y porque nadie la canta hoy, el “aquí se queda la clara” dedicada al Che y su querida presencia. Justamente terminaba así: “Y con Fidel te decimos/ hasta siempre, comandante”.  

Momentos 

Pero hoy, nada de canciones. No las hay ahora, en la Plaza de la Revolución mientras hablan los presidentes extranjeros, traducidos por un locutor de tono solemne si hablan en inglés como el presidente de la República Sudafricana. Tampoco hubo música durante el día en Centrohabana, el centro viejo no colonial, ni en las calles estilo años ‘30 del Vedado, ni en la Habana Vieja donde los cubanos reciclan todos los días las construcciones heredadas de la Cuba española del siglo XVI y el barroco que llegó en el XVII.
El luto propio asombra a los cubanos. Es como que no se hallan sin música, sin ron, sin cerveza, sin bailar en la calle, sin los músicos de son. Esos músicos que normalmente desempolvan con parsimonia una trompeta o sus instrumentos de percusión son una de las claves de una vejez con sonrisas. Si no pregúntenle a Compay Segundo. Ahora está enterrado en el cementerio de Santa Ifigenia, donde llegarán las cenizas de Fidel el sábado. Pero tocó y cantó hasta el último día de su vida.
Los cubanos pasaron por la dictadura de Fulgencio Batista, por la revolución de 1959, por la hostilidad de los Estados Unidos, por los ‘60 iniciáticos y los ‘70 más inflexibles, por los ‘80 estables, por los ‘90 insufribles gracias a la caída soviética y las dificultades de la vida cotidiana. Pasaron por la agresión militar de Playa Girón y por el embargo. Por la isla cerrada y por el turismo. Por Miami presente ahí cerca, pasando los cayos, y por el Miami invisible de los tiempos de migraciones cortadas. Pero en los últimos 63 años hay algo estos días pasó por primera vez. En 63 años Fidel, el Martí del siglo XX, nunca se murió. 

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EFE