La previa en el hall del Teatro Coliseo advertía que no iba a ser un recital más de Pablo Milanés. Si bien cada visita del cantautor bayamés a Buenos Aires siempre estuvo matizada por algún condimento especial, desde su debut en la Argentina en 1984 junto a Silvio Rodríguez, en la noche del viernes la muchedumbre se notaba más encendida que de costumbre. Por lo que la gran mayoría, especialmente el público que arribó a la sala procedente de la Marcha por Santiago Maldonado en Plaza de Mayo, parecía esperar algún gesto que la abrazara e incluso que la envalentonara. Sin embargo, una vez adentro, la distensión se adueñó por un rato de un aforo henchido. Cuando el acto local Fer Grill acabó su breve intervención, no pasaron ni diez minutos para que la banda que acompaña actualmente al cofundador de la Nueva Trova Cubana apareciera en el escenario. A la que le secundó, tras la introducción de la canción “Marginal”, incluida en el álbum Orígenes (1994), la salida del artista, recibido con una gran ovación. 

A continuación, Milanés, sentado frente a un atril en el que reposaban las letras de su prolífico cancionero, explicó la morfología de su recital, no sin antes saludar a la audiencia: “Esta vez haremos canciones menos conocidas, y tal vez las que esperan. Me voy a complacer a mí y los voy a complacer a ustedes. Será una noche entre amigos”. Aunque también fue una velada en la que recorrió el caleidoscopio musical que atraviesa su vasta obra. Lo que dejó en evidencia con “Amor de otoño”, en la que sacó a relucir su veta más pop, seguida por “Hay”, próxima a los ritmos afrocubanos, y “La felicidad”, balada que se robó los primeros arrebatos de euforia. Después de hacer “Nostalgias” y “Los momentos”, del chileno Eduardo Gatti, el juglar cubano reconoció que improvisó el repertorio. Y bien que lo hizo porque eso dio pie a uno de los pasajes más introspectivos del show, en el que además se lució su director musical y pianista, Carlos Miguel Núñez, mediante “Dios de gloria” y una canción de manufactura 2017: “Vestida de mar”, que presentó como “No apta para turistas”. 

Si bien su flamante tema hace alusión a los efectos del capitalismo en su “preciosa” La Habana, “Dulces recuerdos” ahonda en la transformación de las revoluciones socialistas de los sesenta y setenta. Pero antes de llegar a ese híbrido entre barroquismo y jazz de impronta afrocubana, Milanés apeló por el son montuno en “Saco roto” y, aunque en un tono menos festivo, en “Ya ves”, a la que se refirió como “una de mis canciones más queridas”, en la que fue una de las mejores polaroids sonoras del show. Después de introducir al resto de la terna que lo respalda, conformada por el experimentado baterista y percusionista Osmani Sánchez Bárzaga y el joven bajista Sergio Félix Raveiro Gato, el icono caribeño, promediando la mitad de su recital, desenfundó su artillería pesada. Comenzó con “Matinal” y arremetió con “De qué callada manera” (basada en Canción, poema de su compatriota Nicolás Guillén), lo que invitó a una espectadora a pedirle “Yolanda” a manera de regalo de cumpleaños. Antes de complacerla, pidieron cancha “La soledad” y su oda “Si ella me faltara alguna vez”. 

“Para vivir” fue la confirmación de que el músico de 74 años, quien se  mostró vigente y contemporáneo, se encontraba recorriendo la densa estepa de sus clásicos. Así que era inminente la consumación de “Yolanda”. Al momento de ejecutarla, Milanés guió a través de sus brazos las partes que le correspondía a él y las que le tocaba al público. Interacción a la que calificó con un “¡Muy bien!”. Pero lo más emocionante estaba por suceder. Poco antes del ocaso de “El breve espacio”, el cantautor, de manera inesperada, aunque asomando el preámbulo, improvisó un tramo del tema para pedir que aparezca Santiago Maldonado. Eso provocó que la sala entera se levantara de sus asientos, en muchos casos alzando la imagen del artesano desaparecido, para sumarse a la consigna. Sin bajarle un cambio a la emoción, el artista cubano explicitó lo estimulante e inolvidable que era actuar frente a un público como ése. Sin embargo, pese a que regresó al escenario para despedirse con “Yo no te pido”, no hubo vuelta atrás: el clamor por justicia que incitó ya se había tornado fuego sagrado.