La larga marcha por el sentido común: no es tan sencillo desarmar las creencias que justifican el dominio patriarcal. Menos aún, otros tópicos como los que surgen de las clasificaciones racistas o de la sociedad de mercado y que hace de nuestra subjetividad el quehacer alrededor de la mercancía. No es sencillo y sin embargo, cuando una candidata a diputada dijo que los hombres tenían derecho a renunciar a la paternidad porque eran unos pobres incautos sometidos a tácticas de engaño de las mujeres, esos dichos ya no eran creíbles. Quedaban fuera de la razón política, porque cualquiera, frente a esos enunciados ideológicos, podía apelar a la contundencia de las conductas mayoritarias: mujeres que crían solas, padres abandónicos, remisos a pasar alimentos y a hacerse cargo. Pero no siempre lo que surge de una experiencia se sistematiza como conocimiento, saber y afirmación política. Ocurre si hay militancias, activismos, agencia de muchas personas. También si hay legisladoras y periodistas, si hay quienes conjugan esos saberes y muestran su relevancia.

Lo mismo con el derecho al aborto para todo cuerpo gestante y el derecho a la jubilación para quienes no trabajaron bajo relaciones salariales pero trabajaron a lo largo de su vida. Sin el esfuerzo de nombrar trabajo a las tareas domésticas y de cuidado, esas jubilaciones quedaban asociadas al mero y gratuito dispendio. Sin la perseverancia en pensar la autonomía y el deseo, el aborto quedaba en la clandestinidad de todas y en el riesgo de la vida para muchas. Hoy parecen acuerdos ya sostenidos, salvo por los núcleos duros de la ultra derecha, pero esos consensos se construyeron. Se amasaron en los Encuentros ahora pluri y en infinitas reuniones políticas, se dispersaron en obras, se charlaron entre mates y cervezas, se hicieron poesía y documento, artículo periodístico e intervención televisiva. Los feminismos políglotas, multitudinarios, contradictorios, peleones, los que están en el Estado y en el Parlamento, los que se distancian de toda institucionalidad, los que imaginan disidencias, los que no se quieren mujeriles, los que sí, los que agitan en publicaciones subterráneas y las que reinan en el mainstream, en esa dispar y conflictiva coexistencia, han modificado el sentido común de esta sociedad. Sabemos que el sentido común no es una única y coherente totalidad, pero en ese compartido conjunto de ideas y creencias, muchas marcas hay de las luchas feministas. Muchísimas.

Pensemos una obvia: la desnaturalización de los abusos, la ruptura de las silenciosas tolerancias con el abuso intrafamiliar, que viene produciendo la Educación sexual integral. Una educación que requiere del cuerpo a cuerpo de lxs docentes en cada aula, pero también de decisiones ministeriales y una amplia voluntad legislativa. Los feminismos brillan en su callejeo marchante, pero lo suyo es más el largo plazo. Incluso cuando parecemos silentes, la labor sigue. La de miles y miles. La tenacidad de cada uno de esos actos. Ese decir no que no se esquiva. Ese nombrar el deseo que no renuncia. Ese ir más allá de los consensos de hoy para pelear por los futuros: los esfuerzos de los feminismos antipunitivistas y antiracistas, los que se niegan a que los bienes comunes sean pensados como recursos, los que quieren ir más allá de la subjetivación neoliberal. No sé si hay otros movimientos en los que el vaivén entre acuerdos y disidencias sea tan móvil, donde los pisos mínimos de coincidencias se preserven aún con la disposición a tratar otros núcleos conflictivos.

La ultra derecha eligió al peronismo y a los feminismos como sus enemigos. Al peronismo como lengua de los derechos, el gran modulador de las creencias e ideas populares en Argentina, como articulador estatal. A los feminismos, porque de ese modo interpeló una base social de varones jóvenes que se creyeron dañados y excluidos, que habían visto pasar por el costado el entusiasmo político -el de las muchachas de la marea verde y fucsia-, pero también porque los feminismos, en esa lengua múltiple que van desplegando-, construyen una disputa contra el neoliberalismo en el plano del sentido común.

Los feminismos traman y elaboran una discusión contra la mercantilización de lo viviente y una adversidad decidida contra los modos de considerar desechables a partes de las poblaciones. Pero esos dos rasgos son los que, dramáticamente, configuran el momento actual del capital. Por eso, los menos tímidos hablaron de ventas de órganos o de intercambio mercantil de niñxs. Los pobres ya podrían disponer no sólo de su fuerza de trabajo para entrar al mercado sino de las partes de su anatomía o de sus crías. Así, si -como escribía Marx- el trabajador bajo el capitalismo es libre en el doble sentido de poder contratar su fuerza de trabajo y en el irónico significado de estar libre de propiedades de medios de producción para poder trabajar de modo independiente, para la ultraderecha es también libre de enajenar su cuerpo, fragmentado y pesado. Circuló un argumento obsceno: si alguien tiene su hijo enfermo y necesita dinero para afrontar un tratamiento, porque no vender un riñón para hacerlo. Se suprime en el ejemplo lo fundamental: la existencia de un sistema de salud pública que atienda las necesidades de cualquiera. De todxs. La mercantilización total es la definición del trazo entre vidas desechables y cuidables.

Las apropiaciones, enfrentamientos y recodificaciones de la ultraderecha llegaron para quedarse. Aunque pierdan, finalmente, la elección presidencial, hay una corriente de opinión social, un entusiasmo juvenil, una hostilidad movilizada por esos discursos políticos y un fuerte bloque parlamentario. De algún modo, ya ganaron un lugar. Anidan ese odio, en una sociedad en la que no hay pocas pulsiones hacia la crueldad. Se trata de desarmar eso, de generar anticuerpos, de buscar palabras e imágenes en las que no sólo confrontemos esa crueldad hecha programa político sino el modo en que persiste en la propia dinámica social, bajo otros proyectos políticos. Pensar y desarmar la dimensión punitivista de nuestros feminismos, porque si no logramos hablar críticamente sobre la cárcel como modo del castigo, hay un modo específico y cotidiano de la crueldad frente al cual elegimos el silencio. Así como recorrimos, en esa multiplicación pensante y actuante, la cuestión del cuidado de la vida y el reconocimiento de los trabajos, la desnaturalización de los abusos y la legalización del aborto, la denuncia de la deuda y la ampliación de la presencia de mujeres en lugares dirigenciales en parlamentos, partidos, sindicatos; así como se hizo cuerpo común alrededor del cupo laboral travesti trans y se aloja la conversación pública sobre el trabajo sexual; del mismo modo los feminismos son el territorio de una imaginación posible de otros modos de vida menos cruentos, donde la crueldad esté en discusión. Desnaturalizar la crueldad como camino del antipunitivismo. De eso se trata. Porque en ese nudo, en esa afectividad odiante y hostil, en ese atajo que busca resolver los conflictos con castigos, y la diferencia con violencia, se inscribe el programa de la ultraderecha, pero también de la derecha derrotada en la primera vuelta. ¿No resonaron, fuerte, en esta campaña, las palabras exterminio, aniquilación, o la frase: los vamos a hacer correr en culo? ¿No fue promesa de campaña crear la cárcel más grande del mundo? Desarmar el sustrato que lo hace posible, sólo lo podremos hacer desde otras imágenes deseantes, pero también construyendo un nuevo sentido de lo común.