Un amigo, bien intencionado, bastante lúcido respecto de las cuestiones nacionales, me escribe a propósito de una nota mía, donde toco de refilón el sempiterno conflicto de Medio Oriente, y agrega (lo copio textualmente para que no vaya a pensarse que soy yo el que caricaturiza): "Sólo tengo alguna duda/reticencia a aceptar que la guerra sea "Hamas-Israel". Para mí es otro episodio de las guerras de las potencias imperiales-coloniales (eeuu/inglaterra/francia...). /// Israel no es un país, es una sucursal (con colmillos atómicos) como las Islas Marshall y no recuerdo que otro de esos que votan en las Naciones Unidas contra Argentina en las resoluciones por Malvinas".

A esta altura de mi vida, del siglo XXI, y de los acontecimientos, esa "duda" o "reticencia" me toma por sorpresa y me deja sin respuestas posibles.  

Esta es la explicación que vienen dando muchas izquierdas al conflicto en Medio Oriente, y de modo creciente a partir de los ‘60 y de los mandatos teórico-políticos de los soviéticos en razón de intereses globales que les eran privativos, pero yo creí que había menguado luego de la caída del Muro de Berlín y del repliegue general del socialismo. No es así, parece, y ello convierte, solo con su copia fiel, esas afirmaciones en caricaturas.

La fórmula, como se ve, aparte de ser absolutamente anacrónica, semeja copiada, en su conformación, de las que usaban las derechas para Cuba, y a ratos todavía utilizan para Venezuela o Nicaragua. Aunque están más "aggiornadas", y ya admiten que el socialismo ha caído hace unas décadas.

Otros que intentan ”aggiornarse” son algunos dirigentes y diputados del poderoso movimiento francés de izquierda, “La France Insoumise”, que se alzan contra la política de Jean-Luc Mélenchon y su grupo de dirección de querer negar y condenar el terrorismo de Hamas, como lo han hecho los Verdes y sectores del partido Socialista.

Asombra, pues, con qué facilidad ciertos grupos de izquierda hablan de historias y de culturas que ciegamente desconocen. Historias que tienen miles de años, y culturas enormes (la musulmana, la judía) fundadoras del pensamiento contemporáneo.

La existencia del Estado de Israel ya no es negada ni por los propios dirigentes palestinos, y salvo sectores muy atrasados de las izquierdas se empacan en hacerlo, como si estuviésemos en medio de la Guerra Fría y frente a los mismos actores. Pero los tiempos han cambiado. Y mucho. Jorge Elbaum, en una nota publicada en este mismo diario el 20/10/2023 (“Negocios son negocios: Reino Unido, Qatar y Hamas”) da estremecedora cuenta de ello: “…las Fuerzas Armadas de la Corona mantiene acuerdos estratégicos con Doha, que incluyen la interoperatividad de bases militares conjuntas en territorio británico. // Qatar es el único país en el mundo que goza de esa prerrogativa: cuenta con dos bases aéreas conjuntas ubicadas en Coningsby (Lincolnshire) y en Leeming (Yorkshire). Ambas son administradas por la Royal Navy, encargada además de la capacitación de los dos escuadrones aéreos enviados por otro de los integrantes de la dinastía Al Thani. Dicho privilegio está enmarcado en un acuerdo de 7250 millones de dólares para “coordinar las tareas de ambas fuerzas militares”, que incluye la venta por parte del Reino Unido de 24 aviones de combate Typhoon y 9 aeronaves Hawk, producidos por la firma británica BAE Systems en su planta de Warton. Uno de los escuadrones tuvo como tarea prioritaria garantizar la seguridad aérea durante la Copa Mundial de Fútbol del año pasado. /…/ Qatar es –según todos los analistas que historizan la evolución de Hamas– su máximo sostén financiero”.

Aparte, llama la atención, entre tantas otras cosas, que tan defensores como dicen ser de los derechos de los pueblos originarios (el de la tierra ancestral, uno de los primeros) se contradigan acusando a algunos judíos de ocupar su propia tierra bíblica, minúsculo territorio (unos 22.000 kilómetros cuadrados), al lado del océano árabe (casi 13 millones de kilómetros cuadrados).

Soy ateo desde que nací; como Franz Kafka, como Walter Benjamin, no comparto los postulados del Sionismo, en especial aquéllos según las cuales la “solución” del “problema judío” vendría con la constitución de un Estado en la tierra ancestral (y visto la experiencia histórica del 48 para aquí, menos aún), pero nada de todo ello me autoriza a desconocer la existencia de tal Estado en el conjunto de naciones, por más reaccionarios, agresivos o intratables que sean sus últimos gobiernos. ¿A quién se le ocurriría atribuir a Brasil y a todos los brasileños los propósitos de Bolsonaro, a El Salvador y a todos los salvadoreños los de Bukele, y hasta a los Estados Unidos y a todos los yanquis los de Donald Trump...?

Mario Goloboff es escritor y docente universitario.