Desde Alto Comedero, Jujuy

Cada vez que Alejandro recorre la zona, los vecinos salen a su encuentro. Advierten que anda por ahí porque escuchan el ruido del camión avanzando a los saltos entre las calles de tierra y tosca, y entonces se acercan para darle algo, casi siempre lo mismo. Algunos le sacan charla y otros lo miran con timidez, aunque nadie puede ignorarlo. Si viviera en Buenos Aires, dirían que es un ídolo pop, ese paraguas que contiene lo mismo a un actor como a un Instagrammer. Pero esta historia sucede a 1500 kilómetros, precisamente en Alto Comedero, el barrio más poblado de San Salvador. En ese apéndice al sur de la capital de Jujuy vive un tercio de los 270 mil habitantes de la ciudad.

Tiene ese nombre porque antiguamente era lugar de pastoreo de distintos tipos de ganado, aunque luego los terrenos fueron comprados o expropiados por el Estado para hacer viviendas sociales. A partir de los ‘80, muchas personas de la provincia –en su mayoría jóvenes– empezaron a migrar masivamente hacia la capital porque la minería sobre la Cordillera, los ingenios azucareros y la producción de tabaco y cítricos (principales actividades económicas del interior jujeño) se subieron al tren del salto tecnológico, que garantizaba mayores ganancias a costa del costo que cualquier empresario desea eliminar: el laboral. Y como el trazo central de San Salvador (aquel que divide en dos el Río Grande) ya estaba colmado, fue necesario conurbanizar la ciudad para contener a esa mano de obra huérfana que buscaba el calor de la capital.

Las viviendas actuales de Alto Comedero son un registro de ese largo proceso y funcionan como capas geológicas: según el método de construcción puede determinarse en qué era histórica o en qué tiempo político fueron levantadas. Desde las casas con tanques de agua stencileados con los rostros de Evita, el Che o Tupac Amaru que hizo la organización de Milagro Sala –hasta hace pocos días detenida precisamente en la cárcel de Alto Comedero– hasta los dos ambientes en tonos grises y pasteles entregados a afiliados de determinados sindicatos, pasando por pequeños chalecitos con ladrillos de hormigón a la vista del Instituto de la Vivienda y casillas improvisadas por quienes no gozaron de ninguno de esos beneficios.

 

Alto Comedero no es zona de casas quinta ni de countries sino una barriada periférica y urbanísticamente postergada en relación a las prestaciones de la capital, aunque así y todo es el techo de casi 100 mil peras en una provincia habitada por 700 mil, no mucho más. Pero así como abundan viviendas, en el barrio escasean tachos y contenedores de basura, por lo que muchos usan las casas para vivir, poner a resguardo sus pocas cosas y, además, amontonar bolsas de basura a la espera de que pase el recolector. Ese es el trabajo de Alejandro en Alto Comedero desde hace diez años: recorrer el barrio colgado del estribo de un camión y salir al trote para agarrar la basura que le dan los vecinos, esquivar las jaurías de perros que le quieren disputar el botín y hasta hacer parkour entre las paredes de los que cuelgan las bolsas en clavos o apéndices similares.

Las últimas PASO fueron, en términos generales, conflictivas y cuestionadas, aunque al mismo tiempo abrieron en el país pequeñas ventanas para quienes gusten asomarse. Como la del joven Alejandro Vilca, el único de los candidatos jujeños que no trabaja con saco corbata sino con traje de grafa, quien consiguió que lo elijan en toda su provincia casi 50 mil personas. El equivalente al 13 por ciento de los votos positivos generales, lo cual ubica a su lista como la segunda más votada si todas las boletas fueran comparadas por separado y no amontonadas por partido. Tan sólo debajo de la lista oficialista a las órdenes del gobernador Gerardo Morales, radical al servicio de Cambiemos, y ampliamente por encima de las seis del PJ y las tres del Frente Renovador. La posición final (que deberá ser ratificada en las elecciones generales) es importante porque Jujuy coloca sólo tres diputados en el Congreso de la Nación, dos para el ganador y otro para el segundo. Si la escalada de Vilca se revalida en octubre, podría convertirse en el primer diputado nacional jujeño de izquierda de la historia.

Tamaña performance en las PASO se explica en la propia impronta política de Vilca, fundador de una alternativa electoral al histórico bipartidismo en Jujuy. También en la contemporaneidad del FIT como un frente nacional de izquierda aún no masivo pero con ciertos años de argamasa. Y por último en un pequeño silbido que no llega a ser espíritu de época pero que tampoco debería ser desdeñado, pues insinúa la convergencia de dos músculos a los que la izquierda siempre quiso irrigarle su propia sangre: la militancia universitaria (bastión rojo por excelencia) y la organización de capas obreras que no se sienten representadas por las grandes estructuras sindicales pero que tampoco quieren abandonar la lucha colectiva.

Alejandro Vilca representa en cierto punto ese blend. Porque antes de ser recolector de basura fue albañil, mozo y hasta vendió algo muy valorado en el duro calor jujeño: helado. Y en simultáneo estudió en la Escuela de Minas, un industrial público de San Salvador, y después se fue a San Juan a empezar Arquitectura, aprovechando que un hermano vivía allá. El nudo se terminó de atar con la militancia universitaria en una corriente de izquierda. Eran tiempos donde empezaban a subir los fuegos que llegaban desde los piquetes neuquinos, pioneros de ese nuevo mecanismo de protesta propio de épocas de ajuste para abajo, despidos hacia todos los costados y dura represión estatal.

 

La revista La verdad obrera, en la que Vilca escribía, le propuso volver a su tierra para cubrir esos conflictos que se avecinaban. Poco después, el NOA tuvo su Cutral Có en Mosconi y Tartagal: amplias movilizaciones sofocadas con botas, balas y muerte. “Hay una imagen que no voy a olvidar: una vez, en Ledesma, la gente hizo retroceder a Gendarmería defendiéndose de los gases lacrimógenos con limones. Simplemente pedían trabajo, y si bien la lucha quedó trunca, eso me marcó”, afirma Alejandro. “Me iba bien en la facultad, pero ese día decidí abandonar todo para buscar la manera de involucrarme en todo eso que se estaba generando.”

Aunque nunca tuvo título de Arquitecto, Alejandro había acumulado el conocimiento suficiente para entrar a trabajar en la parte de planos de la Municipalidad de San Salvador. En negro, claro, como la mayoría de sus compañeros. Por eso es que los organizó a todos en la Coordinadora de Trabajadores en Negro. La protesta fue tensa, con huelgas, acampes y tomas de plazas, hasta que lograron muchos blanqueos. Entre ellos el suyo, aunque con un detalle: la Municipalidad decidió sacarle los planos de las manos para que las use levantando basura en Alto Comedero.

Pero el confinamiento, lejos de achicarlo, lo provocó. “Nos mandaban a juntar basura sin ropa ni guantes y nos vivíamos cortando las manos con vidrios rotos y todo tipo de cosas. Así que empezamos a unirnos para pelear por conquistas, y así alcanzamos notoriedad.” Ahí comprendió que al ideario emotivo de la revolución que traza el horizonte de todo trotskista se le añade un inevitable componente pragmático y racional: la organización. “Como militante de izquierda siempre adherí a la lucha sindical, pero ahí hay un límite que hay que atravesar para llegar a la otra lucha, la política. Desde ciertos centros de difusión se instala la idea de que la única validez es la que te dan los votos. Que el que gana es el que decide, y el que protesta en realidad debe acatar. Muy bien: nosotros decidimos presentarnos en las elecciones para que nuestras discusiones tengan esa legitimidad política.”

La creación del Partido de los Trabajadores Socialistas en Jujuy tomó impulso con la construcción a nivel nacional del Frente de Izquierda y de los Trabajadores que articuló al PTS con el Partido Obrero, dándole más competitividad al espacio político. “La aparición del FIT fue muy importante, porque a lo mejor no alcanzó los volúmenes electorales necesarios para quebrar el bipartidismo, pero nadie puede negar que se convirtió en una voz de la discusión política nacional.”

La primera experiencia electoral del FIT featuring PTS en Jujuy fue en 2011. “Fue algo más experimental, porque recién habíamos sacado la legalidad, aunque no participamos decididamente”, explica Alejandro. El panorama cambió dos años después, cuando el Frente alcanzó 22 mil votos, un pelito por debajo de lo necesario para poner aunque sea un diputado en el congreso provincial.

Fue el resultado de un crecimiento territorial espontáneo: la aparición de este espacio estimuló adhesiones en distintos lugares de la provincia. Desde colectivos docentes hasta trabajadores de ingenios azucareros, mineras o la fundidora Aceros Zapla, primera siderúrgica de Argentina que también compone una de las postales más dramáticas de las privatizaciones de otra era que vuelven al paladar de hoy como un reflujo gástrico. “Fue impresionante, porque arrancamos literalmente de cero y construimos una fuerza militante partiendo de movimientos estudiantiles y llegando hasta organizaciones obreras terriblemente explotadas”, detalla.

En una provincia donde los candidatos son en su mayoría empresarios o terratenientes, el PTS construyó alrededor de la figura de Vilca una épica alternativa. La muestra está en la boleta actual, minada de nombres como los del docente universitario Gastón Remy, la trabajadora del sector de Agricultura Familiar Natalia Morales, el obrero del Ingenio La Esperanza Chopper Egües, la militante feminista Andrea Gutiérrez o el delegado de Aceros Zapla Julio Mamaní. En su mayoría sub40 que componen un sector etario devastado: tres de cada cinco pibes que empiezan el secundario en Jujuy no logran terminarlo en los tiempos estipulados, mientras que hay 27 mil jóvenes que ni estudian ni trabajan.

La gesta de las recientes PASO, en las que el FIT jujeño alcanzó el 13 por ciento, se dinamizó con la crisis de una provincia raleada por el ajuste y la desocupación, más una campaña de boca en boca que penetró allí donde no llegan las redes de wifi ni las señales de celular, en los confines de una geografía accidentada: la Quebrada de Humahuaca, las alturas de la Puna y la inaccesibilidad de la occidentalidad cordillerana, muchas además contaminadas por el plomo y el litio que supuran las mineras y los ingenios. “Mucha gente nos dio una mano de distintas maneras, poniendo sus casas para que nos reunamos, imprimiendo los afiches por su cuenta o capacitando esa fuerza necesaria para defenderte los votos a la hora del conteo, que son los fiscales partidarios.” La proclama es tan obvia que a algunos los estremece: “Cuando hablamos de bajar la jornada laboral no es para alimentar vagos, como muchos acusan, sino para que haya más gente que trabaje y que, al mismo tiempo, disponga de tiempo para estudiar y cultivar su mente, que es lo que nos hace más ambiciosos… y más libres”.

En las elecciones generales de octubre esta fuerza joven obrera y estudiantil se juega el cuero porque necesita sumar 20 mil votos a los 50 mil conseguidos para asegurar el ingreso de Vilca al Congreso de la Nación y también el de otros camaradas al parlamento provincial. “Aunque las elecciones son una herramienta estratégica, porque más allá de repartir bancas permite difundir ideas para convertir esos votos en una gran fuerza militante”, defiende Vilca. “Lo que nos está pasando es medio surrealista pero no queremos echarnos atrás, porque no tenemos nada que perder. ¡Hasta logré que mi familia me entendiera! Después de reprocharme por haber dejado la Universidad, logré que finalmente me votaran.”