Se enuncia que la pobreza en Argentina alcanza hoy en día al 40 por ciento de la población. Un dato de alto calibre en tiempos electorales que, para desazón de algunos, no ha destruido al oficialismo. Argumentaré aquí que ese enunciado es falso: no es ni pobreza, ni es 40 por ciento.

Hay evidencias que sugieren que el guarismo no es correcto. Para empezar, el Banco Mundial realiza un cálculo propio de incidencia de pobreza a partir de un dato normalizado para distintos países. Se trata de la población que recibe menos de un ingreso diario predeterminado. En un reciente posteo, el organismo presenta los datos de su indicador, conjuntamente con estimaciones propias de pobreza de cada país, para un conjunto de países de América Latina. En general existe cierta correspondencia entre los dos indicadores pero Argentina es la excepción. Para el Banco Mundial, la población “pobre” de Argentina representa cerca del 10 por ciento del total, y no 40 por ciento

Una medición poco confiable

La medición actual referida a la población bajo la “línea de pobreza” que se hace en Argentina es problemática por dos razones. En primer lugar, el cálculo del ingreso que delimita a la población pobre de la no pobre muestra fragilidades, que lo tornan poco estable. 

Es que el cálculo consiste en definir una canasta alimentaria considerada "deseable". Se identifican luego, en la encuesta de gasto de los hogares, los casos donde se eroga ese monto en consumo de alimentos. El gasto total (alimentario y no alimentario) de esas familias define el ingreso que establece la “línea de pobreza”. Todo hogar que no alcance ese ingreso será “pobre”. Por ejemplo, consideramos una canasta alimentaria apropiada que se valúa en 100 unidades monetarias. Si el estrato de familias que realizan ese gasto en alimentos gasta en total 250 unidades monetarias, éste será el valor del ingreso de “línea de pobreza”.

Ahora bien, en el caso de Argentina, se verificó un fenómeno llamativo. La encuesta actualmente empleada corresponde a los años 2004/2005. Esta encuesta sustituyó a la anterior (años 1997/1998) en 2016, cuando recomenzó la publicación de la información basada en la “línea de pobreza”. La relación entre gasto alimentario y gasto total se redujo entre ambas encuestas de 42,2 por ciento a 38,4 por ciento. La mayor incidencia del gasto no alimentario elevó el nivel del ingreso que define la “línea de pobreza”.

Fue así que se incrementó la incidencia de población “pobre”: para el año 2006, el porcentaje fue mayor en once puntos con relación a la medición anterior. Un cambio de alto impacto, que el Indec atribuyó a una modificación de hábitos de consumo.

Este cambio sorprende. Por lo general, la proporción del gasto en alimentos disminuye si el ingreso aumenta, y viceversa. Por otro lado, a paridad de ingreso, la incidencia de los alimentos crecerá si los precios relativos de los alimentos aumentan: los alimentos son irremplazables. ¿Qué ocurrió en la Argentina, entre ambas encuestas de gastos? 

Por un lado, debido a la crisis del 2001, el ingreso per cápita real en 2004/2005 fue 4,6 por ciento inferior al de 1997/1998. Además, los precios agrícolas crecieron 133 por ciento, mientras que los industriales lo hicieron en 90,8 por ciento y los servicios en 19 por ciento (según el índice de precios implícitos). Esto se asocia a la devaluación ocurrida a inicios de 2002. O sea, los alimentos aumentaron de precio más que el resto de los bienes.

Es decir que el nivel de ingreso per cápita era menor en 2004-5, y los alimentos más caros. Esto debería haberse traducido en una incidencia mayor de los alimentos. Sin embargo parece haber ocurrido lo contrario. Hubo un cambio de hábitos tan fuerte que habría compensado estos efectos. La cercanía de las dos encuestas en el tiempo ( siete años) lleva a poner muy en duda esta posibilidad.

En definitiva, el cálculo de la canasta de “línea de pobreza”, tal como emerge de las encuestas, muestra una fragilidad pronunciada, que lleva a poner en duda los resultados. Esta fragilidad tiene una considerable repercusión: se tradujo en Argentina en un cambio de dos dígitos en la incidencia de la población pobre.

Por otro lado, el procedimiento de recolección de los datos sobre ingreso familiar también presenta falencias. El operativo de relevamiento es la Encuesta Permanente de Hogares. Cabría esperar que la suma total del ingreso recogido por la encuesta fuera similar al ingreso familiar que puede calcularse a partir del Ingreso Bruto Interno del país (dato de las Cuentas Nacionales).

En el informe "Medición de la pobreza: cuestiones conceptuales y de implementación – el caso de la Argentina", publicado por Cespa se realizó un ejercicio de consistencia entre ambas fuentes. El resultado fue contundente: el ingreso familiar total estimado a partir de la Encuesta Permanente de Hogares es un 47 por ciento más bajo que el ingreso familiar que puede estimarse por vía de las Cuentas Nacionales. La Encuesta Permanente de Hogares subestima fuertemente el ingreso familiar. Se trata de una fuente que también muestra fragilidades.

No hay elementos para explicar esta diferencia, y menos aún para diseñar un procedimiento de corrección. Solo a título de ejemplo, se ha señalado que una posible razón es que los hogares de mayores ingresos no son cubiertos por la Encuesta (por rechazo al operativo de campo). Un cálculo que incorpora una estimación de la población de altos ingresos resulta en que la incidencia de la pobreza descendería en un cuarto. O sea, pasaría de 40 por ciento a 30 por ciento, para la última estadística disponible.

Pobreza o exclusión

A esto debemos agregar una confusión terminológica. La generalidad de las personas asocia la situación de pobreza no solo a insuficiencia de ingresos, sino especialmente a la exclusión. El individuo pobre es una persona que se encuentra al margen de una vida social "decente" o "digna". La estadística no logra medir la exclusión, por lo que se conforma con medir la insuficiencia de ingresos. Nace de esta manera el concepto de “línea de pobreza”, que separa mecánicamente a pobres de no pobres.

Esta terminología es problemática, porque el dato de familias “por debajo de la línea de pobreza” es retomado en el ágora, pero con otro significado, porque para el común de la gente pobreza quiere decir precisamente exclusión. Es así que el periodismo ilustra el dato acerca de población “pobre” mediante imágenes que aluden a la exclusión. Esto lleva a concluir que el 40 por ciento de la población argentina está excluida: cartonea, cirujea y vive en viviendas precarias.

Esto es completamente falso. En lo referido a vivienda, el censo de 2010 indica que la población con Necesidades Básicas Insatisfechas es el 12,5 por ciento, observándose un descenso de 5 puntos porcentuales con relación a 2001. En este indicador pesan sobre todo las condiciones de vivienda (y dentro de ellas, el hacinamiento es la más relevante). De manera que no puede haber 40 por ciento de pobres, si por tales entendemos a quienes viven en viviendas precarias, más allá de los eventuales errores que contengan los censos.

Por otro lado, está claro que si la pobreza entre dos mediciones baja, esto no significa automáticamente que una porción de esas familias ha dejado de dedicarse al cirujeo y ha abandonado hábitats precarios, y viceversa. Haber empleado los términos “pobreza” y “línea de pobreza” ha sido un grueso error. Términos más técnicos como “insuficiencia de ingresos” o similares habrían sido más apropiados, para no enviar mensajes confusos a la sociedad.

Entonces, el indicador basado en la “línea de pobreza” muestra fragilidades en su construcción, demasiado pronunciadas para un indicador que lleva el nombre de pobreza. Si estas fragilidades no se corrigen, es dudoso que convenga seguir con su publicación. Y si fueran corregidas, sería imperioso que no incluyera el término pobreza en su designación.

Esta nota se basa en el informe "Medición de la pobreza: cuestiones conceptuales y de implementación – el caso de la Argentina", publicado por el Centro de Estudios de la Situación y Perspectiva de la Argentina (CESPA). Se agradecen comentarios de Teresita Gómez, Jesús Monzón y Julio Ruiz.

*Universidad de Buenos Aires-FCE-CESPA