Es gracias a que me invitan a participar de una radio comunitaria y de un taller con jóvenes entre 13 y 20 años en Villa Hidalgo que me conmociono al escuchar la siguiente afirmación: “El hambre enoja”.
Invitada a charlar y repensar las relaciones conflictivas propuse, en esa ocasión, llamar a ese encuentro “los conflictos en las relaciones humanas”. Aquel cambio mínimo pero elocuente tuvo como objetivo pensar que hay conflictos y hay modos de tratar a los conflictos, intentando salir de la afirmación “relación conflictiva” y pensando al mismo tiempo si es que hay alguna que no lo sea. Quiero decir, una relación, un “vínculo entre”, ¿no es acaso la elaboración de un conflicto? Y allí radica su oportunidad.
Es en ese encuentro que distinguimos violencia y control de cuidado, celos de amor, padres de hijos, niños y adolescentes de adultos, maridos de vigilantes, lo femenino de lo masculino… y llega esa frase que me deja muda. Atino a repetirla, “el hambre enoja”. Sí, afirmo, el hambre enoja. Las palabras, en ese punto, quedan cortas, cortísimas.
Sin embargo están allí y nosotras también. Así que, mientras tanto hablamos, escuchamos, decimos, pensamos y ahí aparece el “mientras tanto” de un barrio carenciado y digno: aparecen los comedores, el jardín de infantes, la escuela, los vecinos, las redes. Aquello que mientras tanto, mientras que llegan un Estado que se hace esperar y unas condiciones dignas y equitativas, mientras tanto digo, se arman redes en un sistema donde tantos consumen de más y otros tantos, más que los primeros, quedan como resto de este consumo desvergonzado.
El hambre enoja, en una primera aproximación, porque somete, humilla, vulnera, petrifica. Pero no del todo porque allí están, y si están, estamos.

Sometimiento-sujetamiento


Desde el psicoanálisis pensamos al sujeto como sujetado a los lazos que lo sostienen, a las palabras y tonos que lo determinan, a sus condiciones de amor y goce, a su deseo. Pero también, y como causa de estas determinaciones, sujetado a un vacío vital que puede ser leído de otro modo, habilitando a lo nuevo, a lo distinto. Ese es, muy frecuentemente, el lugar a donde es convocado un analista.
En nuestro oficio asistimos cotidianamente al punto insondable, azaroso y contingente donde el sujeto, a partir de un nuevo ofrecimiento, elige algo distinto que lo que funciona como oferta generalizada y más o menos “excluyente” o “exitosa”. Para captar la posibilidad de una contingencia debemos estar advertidos, dentro de lo posible, de cuáles son las coordenadas de la época porque ellas pueden empapar nuestras instituciones y hacer del psicoanálisis mismo una práctica sometida y acomodaticia.
La apuesta del psicoanálisis es suponer un ser hablante y hablado distinguiéndolo de individuo, de persona autónoma, de organismo, lo cual nos posiciona respecto de una constitución que supone a los otros y su deseo como transmisión de un Otro que se conforma en relación con la comunidad, la palabra, la ley, las costumbres, el medio, lo político.
Como efecto de los significantes que se juegan en el Otro resulta un sujeto que dependerá entonces de las determinaciones de su época. En ese punto hay determinismo, sujeto como efecto. ¿Es esto sometimiento? ¿Cuál es, si es que lo hay, el margen de decisión que esta constitución nos deja?
Se entrecruzan aquí conceptos siempre controvertidos respecto de la decisión, la elección, la responsabilidad.
¿En relación con qué coordenadas un sujeto elige? Nos referimos a una elección que no es conciente ni autónoma. Aclaremos que ello depende de coordenadas donde los derechos humanos, en un sentido amplio, estén preservados. Si no, el margen se reduce al mínimo y sólo quedan actos heroicos y concluyentes. No entraremos en esa discusión ahora.
Un sujeto elige respecto de lo que le es ofrecido, en este sentido al decir de Freud, toda psicología individual es psicología social, el otro interviene siempre.

 

Lo que es dato y lo que no


El filósofo Byung-Chul Han plantea en su libro Psicopolítica que el sujeto en nuestra época, a la que define como neoliberalismo y la distingue del capitalismo, resulta sometido a lo que llama el Big Data. Lo define como aquello que hace visible modelos de comportamiento colectivos. Y agrega: “Las correlaciones que descubre representan lo estadísticamente probable. Así, el Big Data no tiene ningún acceso a lo único” (Han, 2014).
Sin embargo, el sujeto es lo imposible de traducir en un dato, más bien los agujerea. Lo interesante es pensar qué tipo de sujeto arroja esta sociedad de control soportada en los datos y la estadística que forcluye la singularidad. Siguiendo al autor nos preguntamos cómo no quedar sometido a la ilusión que plantea este modelo de control que es sobre todo un controlarse a sí mismo vía la competencia, la libertad, la pertenencia y la elección como acto individual y autónomo.
En este sentido, en los últimos tiempos hemos asistido a los datos de la pobreza en los medios de comunicación de diferentes colores partidarios, económicos. ¿Habría alguna manera de sostener esa pseudo preocupación si no volviéramos a ese hambre que enoja, puro dato, número, estadística a ser utilizado para uno y otro lado?
Deleuze distingue la sociedad disciplinar determinada por el encierro, de la “sociedad de control”. En su texto Posdata plantea que: “…la empresa no cesa de introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo.(…) Ya no es un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir para la venta y para el mercado. Así, es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son lugares analógicos distintos que convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores. (…) El servicio de venta se ha convertido en el centro o el “alma” de la empresa. Se nos enseña que las empresas tienen un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo. El marketing es ahora el instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros amos. (…) El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado. Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las explosiones de villas-miseria y guetos” (Deleuze, 1991).
Retomando este texto, Han profundiza su posición planteando que la sociedad de control es sobre todo control sobre la subjetividad y los modos de comunicación. Los sujetos son sometidos a los medios de comunicación, de los cuales el régimen neoliberal hace uso como técnica de poder donde convergen la libertad y la explotación en la forma de autoexplotación.
Es la “hipercomunicación” lo que rigidiza el control y la vigilancia en el modo social planteado. Nos preguntamos si es pertinente llamar a esto lazo y qué tipo de sujeto es el constituido a partir del sometimiento.
Se trata de un modo donde nada debe ser dejado librado al azar, y la contingencia es reprochada al yo como defecto, bajeza, debilidad, mala inversión.
Han plantea que existe una auténtica “crisis de la libertad”. Vale la pena aproximarse mínimamente al concepto de libertad. El consumo es lo contrario de la libertad. Sujetos consumidores, consumidos, colapsados en la infinitización de objetos que suplan, suturen el vacío que nos constituye. Y que conviene dejar aireado a la contingencia de encuentros alegres que supongan el “aumento de la potencia de actuar”.
Refiere además que todo intento de liberación conduce nuevamente a la sumisión. Liberación y sumisión son las dos caras de lo mismo. Con Lacan podríamos decir que no hay despertar, pero hay distintos modos de dormir y vía la contingencia, el acontecimiento, se podrán tener sueños menos tontos.
No se trata ni por asomo, y asistimos a esa degeneración catastrófica, de liberarse de los significantes Amo que regulan la relación al sentido y los ideales sino de ahuecarlos.
Sujetos sometidos al neoliberalismo, a la hipercomunicación… ¿es que no hay margen? ¿Por qué habría que “creer allí”?
Este modelo, según Han, plantea un proyecto como figura de coacción que se sirve de la libertad individual como máscara. En el Seminario 21, Lacan plantea que asistimos a una época donde el deseo de la madre es preferido al decir del padre. Lo articulo porque creo que preferir un trazado rígido tiene como consecuencia forcluir el decir que resuena en el cuerpo. En contraposición, dirá que los sujetos afectados son los que ya han sido curados por un análisis. Lo contrario son aquellos irreventables, los neuróticos que según Lacan ni la guerra logró desencadenar… ¿por qué? Porque aún no habían sido afectados por un decir que resuene.
En este sentido, la locura sería la no afectación, la indiferencia, la creencia en el yo, el individuo y los datos como acceso al saber. La burocracia que tapona el vacío que implica la castración, lo indecible e inimaginable que constituye cualquier dispositivo de saber.
Ser libre, dice Han, significa “estar entre amigos”. En ese sentido, el margen de libertad posible es sujetado a otros. Es lo contrario del sometimiento. Sujetado en el lazo con los otros, lazo lo suficientemente aireado y dinámico para alojar la singularidad de cada quien.
En el neoliberalismo se trata de explotar la supuesta libertad, proponiendo la libertad individual construida como exceso: es el exceso del capitalismo.
Dice: “La libertad individual es una esclavitud en la medida en que el capital la acapara para su propia proliferación” (Han, 2014).
El sujeto es sometido a la ilusión de la libertad individual. Libre, como noción de la época, implica individuo, sin embargo, es lo no dividido aquello que lo somete. En ese sentido, considero que subrayar la división que lo constituye le ofrece un margen de libertad, ajustar las amarras en las cuales un sujeto se potencia, sin dejar de señalar el vacío que ellas implican, es hacerle la contra a la burocracia indiferente de la época.
Han considera que el neoliberalismo produce una mutación del capitalismo. Esta mutación plantea el autor, va de la lucha de clases en el sentido del marxismo a la lucha interna: culpa, responsabilidad vacía, como exigencia yoica, depresión, mezcla de narcisismo con avaricia. El sujeto se construye como un objeto de consumo, en ese punto coinciden el proyecto rígido materno propuesto por Lacan como propio de la época y el proyecto del control: comunicación instantánea, permanente, infinita. La comunicación supuesta se opone al decir, siempre a medias.
El dispositivo neoliberal implicaría un imperativo de transparencia. Dice: “los residentes del panóptico digital, por el contrario, se comunican intensamente y se desnudan por su propia voluntad (…) La entrega de datos no sucede por coacción, sino por una necesidad interna”. Y aclara: “la reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa sino la de un espectador pasivo. (…) La sociedad de la transparencia que está poblada de espectadores y consumidores funda una democracia de espectadores”. Y el resultado es evidente: “de la transparencia surge una coacción que elimina lo otro, lo extraño” (Han, 2014).
El enloquecimiento es aquí el del férreo anudamiento, no por la vía del delirio y la ruptura del lazo sino mediante un yo que no sólo se conoce a sí mismo, sino que también se muestra todo. Un yo no agujereado, obturado por numerosas capas de imágenes que coagulan la vía por la cual el yo se conecta a lo que es: un agujero. En contraposición, la posición del analista es la del pudor que constituye un sujeto y lo íntimo: en relación al yo, a los otros, a la interpretación.
Si, como plantea Lacan, “no hay despertar”, nuestra apuesta en el análisis será ubicar que hay distintos modos de dormir: un dormir obstinado, los “irreventables” y un dormir más liviano, donde se filtre la potencia de lo íntimo, lo amoroso y lo singular.
Si el sujeto es efecto de un discurso podemos pensar que el efecto vacío que él implica está trastrocado por el empuje a lo lleno, por lo que el autor llama la autoexplotación. Es el retraimiento de los ideales ligados a un decir paterno soportado en la castración que deja en evidencia el empuje al superyó como imperativo. Superyó que en este momento parece empujar a la libertad y la comunicación. Sujetos efecto de un discurso aplastante que llega al inconsciente.
En ese sentido, el psicoanálisis como todo discurso también puede adormecer. ¿Cuál sería el punto donde el psicoanálisis puede autoexplotarse cual rana que quiere ser buey? Quizás sea justamente a partir del concepto de responsabilidad.
En este punto en tanto analistas preferimos estar advertidos de que el concepto de responsabilidad puede quedar tomado en las redes de la ilusión de la existencia del individuo y la transparencia. De ser así, no deja de ser útil al neoliberalismo renegando de la castración, lo singular, el amor. Responsabilidad, elección, decisión no competen al individuo, tampoco al sujeto o al otro. Son más bien posiciones que se gestan “entre” el sujeto, el otro y el vacío.

 

El amor no es un dato


En psicoanálisis, el amor está relacionado con un decir y en tanto acontecimiento es amor a la castración, al no saber. Operación que define al analista, en tanto se trata de un decir que resuene afectando el cuerpo, más allá de la imagen y de los datos que la exacerbación de las imágenes supone.
Nos preguntamos entonces por la posible articulación entre la época actual y la transmisión de una palabra de amor.
Subrayamos la dificultad de pensar la época en la que vivimos, Agamben en su libro La desnudez dice: “…contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros… Por eso los contemporáneos son raros y por eso ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de coraje: porque significa ser capaces, no sólo de mantener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino también de percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se nos aleja infinitamente. Es decir, una vez más: ser puntuales en una cita a la que sólo es posible faltar”.
Sin embargo, eso no nos salva de hacer alguna aproximación, mínima para trazar el horizonte de la época y no evitar sus paradojas. En 1971 Lacan definió el capitalismo justamente como aquello que forcluye la castración, por lo tanto “deja de lado las cosas del amor”.
Un decir verdadero está ligado al amor y la singularidad, en tanto ahueca los sentidos establecidos y permite una invención. Lacan lo llamó “decir de órdago” que toca el cuerpo para darle un “asomo de vida a ese sentimiento llamado amor”. Es allí entonces el punto de complicación para pensar la función del decir en la época, en tanto, es éste, en última instancia, el que está rechazado.
El decir como dicho íntimo, con otros, es reemplazado por el control, nombre de la universalización burocrática de la creencia en el yo, la autonomía, las imágenes, y lo especular como modo de regulación inmediata entre los sujetos. Quizás sea esa la degeneración catastrófica que hay que evitar.
Es en este sentido que las imágenes coaguladas son las de la autoexplotación, empresario de sí mismo, suposición de ser libre pero también la explotación del “hambre que enoja” mostrando la arbitrariedad de un otro oscuro. La respuesta, en Villa Hidalgo, conforma las redes, los acuerdos, los pactos, lo que va mucho más allá de los datos.
La apuesta en tanto psicoanalistas, tributarios de la salud mental, es a un vínculo que haga lazo y no masa. Definimos masa como conjunto cerrado, narcisista y que constituye lo que Freud llama el “inconciente racial” con el riesgo que ello implica. Lazo, en cambio, nos permite pensar el amor a “lo otro” y la contingencia, el encuentro, que nos muestra cada vez que “no hay solución si no es de todos”, aun cuando se geste en lo singular de cada uno que, al ser lo íntimo, supone a los otros.

* Psicoanalista. Docente UBA. Supervisora clínica de hospitales en CABA.