La mujer del animal

(Colombia, 2016)

Dirección y guión: Víctor Gaviria.

Fotografía: Rodrigo Lalinde.

Montaje: Etienne Boussac.

Música: Luis Fernando Franco.

Intérpretes: Natalia Polo, Tito Alexander Gómez, Jesús Vásquez.

Duración: 120 minutos.

Sala: Cines del Centro, mañana a las 22.

9 (nueve) puntos.

 

En el marco del Festival de Cine Latinoamericano, organizado por Centro Audiovisual Rosario, mañana podrá verse (a las 22 en Cines del Centro) en carácter de estreno, La mujer del animal, la más reciente película del director colombiano Víctor Gaviria. Cineasta y poeta, Gaviria supo visitar la ciudad en varias ocasiones, una de ellas en calidad de jurado del mismo festival.

Con una trayectoria reconocida y celebrada, el cine de Gaviria transita por el margen, mientras retrata el rostro negado de su misma sociedad. Provistas de una sensibilidad y afecto llamativos, sus películas empatizan con sus personas y personajes, en tanto categorías que son una sola. Tal como lo corroboran films del calibre de Rodrigo D: No futuro (1990) y La vendedora de rosas (1998) -ambos nominados a la Palma de Oro del Festival de Cannes‑, los ámbitos por donde la cámara transita son lo que dicen ser: barrios pobres y calles de suburbios.

Gaviria sabe cómo acercarse a sus protagonistas, a quienes quiere y cuida, mientras narra historias de comida repetida o falta de ella, a la par de trabajo infantil y los golpes. Lo que llama la atención es que ninguna de sus películas -en una filmografía que se completa con Sumas y restas, de 2004, dedicada al problema del narcotráfico‑ había tocado la violencia de la manera en que lo hace La mujer del animal. De todos modos, debe constatarse que su cine está inserto en la violencia, bebe de ella, en el día a día de quienes han sido desplazados, en procura de una luz que les permita emerger.

Aun cuando sea parte de este cometido, La mujer del animal exhibe una dureza que duele mucho más. No hay posibilidad de sentir indiferencia, el film no la permite y golpea despiadado. Es por eso que, aun cuando las huellas del neorrealismo y tanto documentalismo estén presentes en Gaviria, no deje de imponerse la pregunta siguiente: ¿de dónde sacar el nervio, el vigor, para filmar algo semejante?

A partir de la tragedia de Margarita Gómez, La mujer del animal es un retrato de la crueldad humana, que Gaviria sabe cómo cifrar en el apodo del título. El seudónimo esconde el nombre de Libardo Ramírez, quien raptó y torturó a Margarita entre 1975 y 1982. El afán realista de Gaviria hace de la película una propuesta de sensibilidad extrema, ambientada en un barrio carenciado de Medellín. El "Animal" (Tito Alexander Gómez) es un amoral, pero es también parte de un grupo social en donde se inscribe y encuentra acólitos.

El maltrato organizado hacia la mujer surge como corolario pero también como denuncia, a través de un trabajo notable por parte de la actriz Natalia Polo, quien se ofrenda en dolor y cuerpo, con el fin dramático puesto en el logro de una voz propia. Gaviria no solo consigue este propósito, sino que hace de La mujer del animal un film imprescindible, y lo sitúa como un ejemplo obligado para la denuncia del patriarcado.

Causa una emoción honda observar cómo Amparo ordena la habitación de encierro donde permanece: busca pequeñas ramas con las que ingeniar una camita, barre la tierra, adorna con trapos. Hay una dignidad que la enaltece, todavía más vuelta madre, y que contrasta, de forma extrema, con la basura que la somete. Tal como se señalaba, el "Animal" no es un fusible o cable roto, sino engranaje de una misma sociedad. Al respecto, el retrato de Gaviria es impecable: la familia aparece como el núcleo protector de los peores secretos. Hay algo que se impone: a los propios se los cuida; y esos "propios" serán más fuertes si saben cómo emplear, justamente, la fuerza. Todo un tejido social se construye de esta manera, desde una legitimación que el mismo barrio fomenta o tolera.

Así, el "Animal" es celebrado, temido, reverenciado. Allí donde concurre se le respeta, mientras detrás suyo se arrastra la sombrita a la que Amparo se reduce, tironeada y golpeada, con un salvajismo que pocas veces el cine supo cómo mostrar. Cuando suceden estos momentos, pareciera que Gaviria se pone a prueba a sí mismo, al meterse dentro de la piel de ese golpe.

Es por decisiones como ésta que una película se define. La mujer del animal alcanza, en virtud de su arrojo estético, a tocar un límite desesperado. Se detiene allí y grita. Lo hace en silencio, mientras acumula golpes. Y la estridencia que alcanza, estremece.