Ivana Rosales se quedó sin aire en el baúl del auto, doblada como un bolso forzado a entrar sin que importen sus dobleces, como una cosa que no necesita oxígeno, como un paseo con la muerte acechando en una oscuridad sin espacio.  Nada parecía peor a la violencia extrema que le había amagado la muerte. Nada peor al abuso de sus hijos. Nada peor a que la justicia la juzgue a ella y no a quien buscaba matarla. Nada parecía peor y, por eso, la directora de cine feminista Susana Nieri decidió filmar su historia. El título resumía todos los prejuicios sobre esa violencia embalsada en las mujeres como si fueran cadáveres sin libertad ni articulaciones: “Ella se lo buscó”. Pero antes de terminar de editar el film la hija de Ivana se suicidó. No soportó los abusos y el miedo. Los coletazos de las amenazas y las vejaciones sobre el cuerpo obligado a quedarse mudo. El desconsuelo se volvió un abismo.

En el 2002, su ex esposo Mario Garoglio, la asfixió con un cable alrededor del cuello, le pegó con una piedra en la cabeza hasta que la creyó muerta y la metió en el baúl del auto. Un vecino vio los golpes y aviso a la policía. Si no llamaba Ivana era un femicidio más, igual que cada uno de los que se entierran, cada 24 horas, en Argentina. El colectivo La Revuelta, con Ruth Zurbriggen a la cabeza, la ayudó a enfrentar el juicio. La acusaron de infiel como si la Edad Media lapidara con piedras cualquier atisbo de deseo. La Cámara Segunda en lo Criminal de la ciudad de Neuquén se conmovió con Garoglio y calificó de atenuante la intimidad de Ivana y le dictó una pena de solo cinco años para el delito de intento de homicidio agravado. La violencia institucional no frenó. El Juez Martín Gallardo consideró que el padre tenía derecho a visitar o ser visitado por sus hijos/as (Mayka, Gean Carlos y Abril) porque la violencia era un expediente aparte. La impunidad permitió la violación de las chicas. Y la doble impunidad que Ivana fuera acusada del inexistente Síndrome de Alienación Parental (SAP) cuando sus hijos relataban los abusos de su padre.

En 2005 el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) denunció ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la violencia institucional contra Ivana (y contra ella, es contra todas). Hace dos meses estuvo en Perú reunida con representantes de Neuquén y del Estado. Quería abrir un refugio para víctimas de violencia machista con el nombre de Mayka. Y pedía que se implemente el patrocinio jurídico gratuito para víctimas de violencia de género.

Fuerte como una piedra

Fui a entrevistar a Ivana, el domingo  14 de abril del 2013, caminaba por las calles empedradas de San Telmo, rumbo al Centro Cultural Tierra Violeta y saltaba las piedras como un muro al que no quería llegar. Ninguna pregunta me dolía tanto como la pregunta a Ivana sobre su hija que ese día cumpliría 18 años y no estaba.

-Ella quería ser mochilera. Ese era su sueño. Pero no es un día para quedarme encerrada llorando. Es un día de lucha. Si una adolescente se animó a denunciar a su papá pese a lo mucho que lo amaba y que lo odiaba yo tengo que ser, como ella me decía, fuerte como una piedra. Soy una sobreviviente. El Estado te dice que la violencia es contra vos, no contra ellos y te obliga a llevarlos con el padre aunque tengas la cara destrozada. Mi hija sufrió un trauma y no lo pudo superar-, contó Ivana a Las/12.

Lo más difícil de las entrevistas no son las palabras que se transcriben sino el abrazo en donde la esperanza se vuelve un intento de pujanza, comprensión o duelo para esfumar, un rato, la desgracia por los dedos. No encontraba cómo espejar aliento en Ivana. Pero fue Ivana la que encontró la manera de acercarnos. No solo ese día, desde Neuquén, siempre, de manera constante, surcaba palabras en las fotos cotidianas que se convidan en las redes sociales y armaba de mi admiración por su fuerza una admiración redoblada por su dulzura brindada a compartir hilvanadas de familiaridad que nunca la desterraron de la vida.

El miércoles 6 de septiembre trasnoché leyendo la carta de una mamá que perdió a su hija. Busqué el agua para renacer entre el cuerpo sin respuestas a un dolor que abisma y pensé en Ivana entre la lluvia que no barría, con esponjas, un dolor que paraliza. Cinco años después de sus respuestas pensé en Ivana, la entrevistada que sentía como un callejón sin salida y que, sin embargo, se fue convirtiendo en una amiga enredada de distancias territoriales y cercanías de palabras. Con el tiempo deje de temer como alentarla y le dije, simplemente, mi admiración ante cada comentario familiar, aunque se repitiera el respeto por su historia tan distante a cualquier otra circunstancia. Estaba lejos, pero presente en las mañanas y las noches de las pantallas en donde te levantas y acostas y te saludas como por una ventana. Se volvió familiar y aguerridamente amable.

A las pocas horas del agua en su recuerdo abrí la pantalla y me encontré con la noticia de su muerte. A veces, como esta semana, como con Ivana, como otras, creo que lo de nombrarnos brujas es un poco más que historia. Es una mística sin misterio, pero tampoco lógica. La escucha nos hace sentirnos en el cuerpo. A Ivana la violencia machista se le cobró más que en su cuerpo, en el de su hija y en su ausencia y aunque su caso es emblemático y llegó a tribunales internacionales, no traspasó las fronteras del periodismo de género (con Mariana Carbajal e Irina Hauser como alguna de las que la entrevistaron para que su historia viva) que hubieran permitido que se convierta en una bandera masiva y emblemática.

Ivana tenía 41 años y fue encontrada muerta en su casa de Plottier el 6 de septiembre. Su hija Abril fue a buscarla porque no contestaba sus mensajes. Estaba embarazada de cinco meses y llevaba casi dos días fallecida. Sufría epilepsia desde que Garoglio la asfixió para matarla. El certificado de defunción dice muerte súbita, pero de súbita no tuvo nada. El gobierno de Neuquén declaró duelo provincial. No alcanza con la bandera a media asta. Ivana es, por sobre todo, una bandera alta de las mujeres que decimos basta.