Conoció a Eva Duarte antes de que fuera Evita haciendo radioteatros y no sólo la salvó de un despido cantado  si no que “hasta me consiguió un aumento”. En el resto de los formatos no se privó de besar a ningún galán, desde Jorge Barreiro (“Tan buen mozo… se te caían las medias”) a Arnaldo André (“Pero no sentí nada”). Trabajó once años con los hermanos Hugo y Gerardo Sofovich (“Hugo era muy agradable”). Hizo comedia con Guillermo Brizuela, Tato Bores, Olmedo, Porcel, Jorge Luz, Luis Sandrini (“Lo mío eran los sketch, la simpatía, componer personajes extravagantes, disfrazarme, hacer locuras en una época en la que la tele era en gran parte experimentación. Hice a viejas, gallegas, italianas, turcas... ¡y todo lo que imagines!”). Nelly Prince es del elenco estable de la historia de la comunicación argentina. Sus primeros recuerdos como espectadora son los bucles disciplinados de Shirley Temple rebotando al ritmo de una coreografía de tap sobre un piano de cola. Temple la transporta a sus propios inicios como actriz infantil. “Tenés más problemas que Los Pérez García” era una expresión del acervo popular para señalar a quien la suerte no lo acompañaba, y venía del radioteatro Los Pérez García, uno de los más importantes y sonados sobre las penurias de la clase media, del cual Nelly en su niñez formó parte. 

Su carrera empezó a los seis años: “Mi mamá tenía una boutique en Entre Ríos y Callao, frente a Radio Belgrano. Un día sin permiso crucé la calle corriendo en busca de Marilyn, que conducía La pandilla de Marilyn. Le dije ‘quiero ser artista’, hice una pequeña prueba y empecé al día siguiente”. El de Marilyn era un programa cazatalentos infantiles. Niñas y niños debían aprenderse efemérides, noticias, canciones, poesías y las leían al aire. Por allí pasaron versiones miniatura de Beatriz Taibo, Delfy de Ortega, Guido Gorgatti, Raúl Rossi. Era un trampolín de visibilidad para que esos pequeños aspirantes a actores y actrices pudieran seguir sus rumbos por otros lados. Y así fue para Nelly Prince. 

Habla, memoria

A los noventa y tres se da un gusto más: hace teatro independiente. “Y me encanta. La directora me viene buscando desde hace tres años, pero yo estuve desde entonces con agenda llena. Estaba haciendo Póstumos con José María Muscari, luego El jardín de los cerezos, en el Teatro San Martín con mi hija (Cristina Banegas), que hacía el protagónico”. La obra que la lleva por primera vez al under es Memento Mori, de la novelista británica Muriel Spark, adaptada y dirigida por Luz Orlando Brennan. Con una trama llena de conspiración, humor negro y chantajes, Memento Mori arma un montaje paralelo con lo que sucede en un geriátrico y las personas que fueron depositadas allí y, por otro lado, con lo que pasa en una casa de alta alcurnia donde casi todos sus habitantes se mueven como con las horas contadas. Algunos hablan de bueyes perdidos, pierden el oído, la cabeza, el filtro, otros se dedican a escribir, tachar y volver a anotar nombres en su testamento. Cada tanto, como un recado lapidario les llega un llamado: “Recuerde que debe morir”, dice una voz anónima en el teléfono. Son un elenco de once actores de ochenta para arriba encarnando papeles de personas de esa edad que reciben ese mensaje misterioso anticipando el final, sin saber quién será el próximo. A Hebe, el personaje de Nelly, se le ha diagnosticado demencia senil, pero sus desvaríos parecen apenas una excusa para hacer memoria selectiva. ¿Es o se hace? En las confusiones y omisiones de Hebe es muy difícil reconocer a Nelly Prince, a quien no le tiembla la voz ante ningún recuerdo y puede reconstruir su trayectoria como un rompecabezas casi sin bajas ni fisuras. Es mucho más fácil asociarla con los lapsus de iluminación de su personaje y con sus entradas que van mostrando progresiva elegancia y fuerza, aunque las haga en deshabillé. Hebe es una exitosa novelista jubilada. Y por más que los susurros de la muerte y los de sus pares octogenarios sugieran reclusión, no quiere renunciar a sus ritmos y sus ritos, las entrevistas, los amigos. “No hablo de la muerte en mi vida cotidiana, más que excepcionalmente –dice Prince–. Tengo una actitud vital y me encanta cómo este libro y esta obra abordan el tema de la vejez y la muerte. ¿Quién se anima a hablar tan frontalmente de la muerte hoy?”

¿Y quién no le tiene miedo al geriátrico? 

–Antes los abuelos vivían con nosotros, hoy la sociedad es otra. Hay algo muy cómico en la obra que es que te muestra cómo en el geriátrico son todos lo mismo: “abuelo” y “abuela”. ¿Y si yo no soy abuela? La obra toca lugares muy densos. Y animarse a encarar el tema con actores mayores, todos, de más de ochenta... Imaginate que a mí, mi nieta tuvo que imprimirme el libro con letra especialmente grande para estudiar. Hay que decirlo: la joven y encantadora Luz Orlando, directora de la puesta, se ha matado en los ensayos para sacarnos buenos. Y a la vez es un enfoque particular, no lo he visto en todas las décadas que llevo trabajando: ¡traje varias amigas a verla que no entendieron nada! Les dije: ¡No nos alcanzó para imprimir el folleto explicativo! Todos teníamos miedo antes del debut, temor de que el tema de la muerte ahuyentara, andá a saber. Pero las reacciones resultaron buenísimas. En escena van pasando los muertos, se los llevan en camilla. El otro día una señora del público cuando se llevaban a uno pregunta en voz alta: ¡¿otro más?!

Dar la cara

Desde su primer trabajo para cine El cantor de Buenos Aires (1940) no pararon de llover papeles, en un arco que iba desde los personajes más cándidos, como la vendedora metiche de Asunto terminado (de 1953, con Juan Carlos Thorry y Malvina Pastorino) hasta la joven víctima de una violación en Días de odio (1954), de Leopoldo Torre Nilsson, producida por Armando Bó y basada en el cuento borgeano “Emma Zunz”. En los primeros tiempos de la TV Nelly Prince fue un rostro fundamental en el pasaje entre la etapa de las desconfianzas ante ese invento al que nadie le tenía demasiada fe –en los comercios, frente a los aparatos los clientes exclamaban: “¡Qué lindo! ¿Funciona a gas?”– hasta el éxito comercial. A mediados de los cincuenta, la inversión en avisos publicitarios estaba en auge. Los locutores hacían del estudio su segundo hogar esperando su turno para salir al aire una y otra vez. Fueron los primeros grandes ídolos televisivos, los primeros en hablar de frente, directo a los ojos. Sus caras desfilaban todo el día por la pantalla y entraban a las casas sin pedir permiso. Entre esas caras estaba por supuesto la de Nelly ostentando cabellera batida frente al micrófono y simpatía de feliz cumpleaños. Los avisos eran en rima y en vivo, y los más desopilantes tal vez hayan sido los que ella hacía en dupla con Guillermo Brizuela. Para la serie de avisos de muebles Eugenio Diez, por ejemplo, fueron novios, expedicionarios e indígenas en taparrabo. La velocidad con la que Prince ascendió fue casi mágica, y lo hizo junto a otras grandes como Pinky (“Me acosté una noche y era Lidia Elsa Satragno y me desperté siendo Pinky”, solía decir), Nelly Trenti y Colomba. “Yo no soy locutora profesional pero en televisión hice tantos avisos que la gente me asoció. Un día hice el de la licuadora ‘Ime’ que tuvo un éxito sensacional y después no me paraban de llegar propuestas. Casi por casualidad: me dieron un texto y yo dije: ‘este texto no sirve, es de radio… ¿me dejan improvisar?’ Y así fue. Me llovía trabajo porque era una loca suelta que se divertía, y eso se ve que vendía.” 

¿Ganó mucho dinero?

–Y… me compré un departamento. Ganaba mucho más haciendo un aviso de un minuto que un programa de una hora. Que no me encantara el trabajo tenía un beneficio: les pedía cualquier plata pensando “no me la van a dar”. ¡Y me la daban! Se había generado una expectativa porque con Brizuela hacíamos siempre cosas delirantes y la gente estaba atenta a ver qué inventábamos ahora. Nos poníamos a cantar y bailar aunque no estuviera estipulado que lo hiciéramos. Y funcionaba. O él se olvidaba la letra y se arrodillaba y me pedía por favor que se la recordara. Jugábamos a que nos peleábamos ahí mismo ¡en vivo!

Como todo era en vivo seguro no faltaban papelones…

–Miles. Una vez me tocó hacer una parodia de un programa famoso de Nélida Lobato en el que ella se aparecía en el estudio con un caniche gigante. A mí, para parodiarla, me hicieron entrar con un camello. El animal se desgració: ¡una catarata de líquido y sólido! Los directores me contaban que hicieron un primer plano de mi cara justo en ese momento de espanto total. Y tuvieron para reírse como un mes. Con eso no había nada que hacer, no había edición. 

¿Por qué abandonó abruptamente esta fuente de fama, dinero y diversión?

–Se me fue desbocando. Los domingos llegué a hacer noventa y un avisos en vivo. Todo el día en el canal. Cristinita, chiquita entonces, venía conmigo y jugaba entre los decorados. A los once años mi hija me dijo un día algo que me mató: “Mami, ¿vos vas a seguir haciendo avisos siempre? No vas a poder volver a ser actriz”. Entonces, largué todo. Era 1961. Me quedé sin trabajo por un buen tiempo.

¿Cómo la conoció a Evita?

–Eso fue mucho antes, claro. La conocí cuando era Eva Duarte. Ella ya era primera figura en radio y hacía un ciclo de mujeres famosas. En una oportunidad me toca hacer de hija de ella. Yo tendría trece o catorce años. En un momento me llaman de la dirección de Radio Belgrano. Voy y me dicen que me iban a bajar el sueldo y a sacarme del elenco estable. Casi me muero. Cuando bajé al ensayo no pude contener el llanto. Eva me vio y le conté. Entonces, me agarró del brazo, me levantó en vilo. Flaquita como era me llevó poco menos que arrastrando escaleras arriba hasta el despacho de Samuel Yankelevich y le dijo “A esta chica no sólo no le bajás el sueldo ni la sacás del elenco, sino que le subís el sueldo.” Y lo hicieron. Siempre le estuve muy agradecida por eso.

¿Y la experiencia más linda que haya tenido en teatro?

–No sé... Te puedo contar la más inolvidable: Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, la hicimos en el Teatro San Martín hace cuarenta años con Norma Aleandro. Ella era Don Gil y yo Doña Inés. El día del debut fue maravilloso. El segundo día se ve que me dormí en los laureles, me olvidé toda la letra. Teníamos una escena larguísima. Las dos hablábamos con unos abanicos. Se me borró toda la letra y entonces inventé de principio a fin ¡y todo en verso! Norma casi no pudo hacer su papel de la risa que tenía. Todavía hoy cada vez que nos vemos nos reímos de eso. No sé cómo hice pero sí sé que cuando estás en una situación así, límite, se te acelera la boca y el cerebro y lo resolvés. Más en mi caso que soy piquito de oro o como me decía mi madre andaluza: “Niña, si tú hablás, no te matan”. La televisión en vivo es incluso más peligrosa que el teatro. El bochorno puede ser aún mayor.

¿Por qué son peores los papelones en TV?

–En el teatro tenés más chances de salvarte, moverte, improvisar. En la TV tenés planos y con ellos es más difícil disimular. Además con la televisión hay un misterio: desnuda tu alma. Se ve quién sos. Por algún motivo desconocido se te nota todo, la cámara lo capta. 

¿Cómo dio el salto a la televisión?

–Yo estaba haciendo en radio La chica de al lado de Nené Cascallar. Y la producción era de Walter Thomson con dirección de Eddie Williams. Eddie me ofrece ir a la tele. Abrí los ojos como dos huevos duros: “¡Sí!” No tenía la menor idea de lo que era la TV, pero había hecho teatro, cine y radio e imaginaba que era una mezcla de todo eso. Hice como protagonista el primer programa con decorado, con armado, con historia, de la TV argentina: Una ventana a la vida, que salió al aire en septiembre de 1952. Era una historia que contaba cómo era la televisión, todo de memoria, sin videotape, con distintos personajes y música. Mezclaba ficción con realidad, hablando de cómo era la TV en el mundo, las opiniones de los actores frente a este nuevo invento. Opiniones inventadas, claro. Era como presentarles a los argentinos la tele como innovación. Eddie Williams me vio en ese programa y me dijo “Vos naciste para estar en televisión”. Hasta ese momento lo único que se veían en la tele era pequeños flashes. En el elenco estaban Tincho Zabala, María Ester Podestá y Telma del Río. Una ventana a la vida fue el antecedente de uno de los primeros programas cómicos de la TV argentina: Telesolfas musicales. Con Jorge Luz hacíamos parejas famosas en la historia. Cuando nos tocó Frank Sinatra y Mia Farrow, yo me corté el pelo a lo mínimo porque no existían pelucas tan cortitas en esa época. Y mi madre, tan tradicional ella, me dice “Hija mía, menos mal que no tienes que hacer de María Antonieta porque si no, ¡te decapitas!”

Pasó una temporada en un circo también…

–Se lo debo a mi aptitud para el dibujo y a mucha casualidad. Dibujo desde siempre. Es un don familiar. Yo estaba en canal 7 grabando. Mientras esperaba mi turno me fui al camarín y de aburrida nomás empecé a dibujarme una cara de payaso. Cuando me vi en el espejo dije “Esto es lo que tengo que hacer”. Hablé con Jaime Jacobson y le dije “Con Brizuela queremos ser payasos. Estamos tan locos los dos que nos va a quedar bárbaro”. Y de ahí salió Ahí viene el circo, con libros de Hugo Moser. Formamos un elenco y nos fuimos a entrenar a un circo de Carlos Scazziotta (su papá y él eran dos glorias del circo). Y ahí estuvimos tres meses para aprender a tirarnos tortas a la cara, a caernos al suelo sin quebrarnos ningún hueso. Mucho después cuando al Luna Park llegó el circo norteamericano Bailey Circus me quisieron contratar. Era el sueño de mi vida pero dije que no.

¿Por qué?

–Muchas causas, pero para simplificar: dejé pasar la oportunidad por la familia. Insólito que alguien te venga a buscar para ofrecerte eso…. ¡Y me pasó dos veces! La segunda vez me pasó en la India, en el Sheraton de Agra. Yo había cantando unos temas en el bar del hotel, medio en chiste. Y justo estaba la plana mayor del Sheraton. Me ofrecieron contrato por dos años para cantar en todos los Sheraton del mundo. Imaginate ante un ofrecimiento así… Y decir que no a una gira mundial ¡dos veces! Una locura.

Ha besado a los galanes más famosos de la TV argentina…

–Me he besado pero no tuve romances con ellos. Si estás dentro de tu papel podés besarte apasionadamente con el máximo galán de todos los tiempos que no te pasa nada. Salvo que vos quieras que pase. Mirá: mi segundo marido tenía una fábrica. Yo estaba trabajando en canal 9 en un momento con Jorge Barreiro, que era muy amigo mío. Hacíamos una tira. Y alguien de la fábrica le dijo a mi marido “Ay, señor Valenti, la vi a su esposa besándose con Barreiro”. Cuando volví a casa me hizo una escena: “¿Cómo vas a aparecer besándote con un tipo?”. Le digo: “No es un tipo, es Jorge Barreiro, muy amigo mío y además es gay?”. Y dice: “Pero nadie lo sabe”. Y yo: “¿qué hacemos? ¿Le ponemos un cartel?”. A veces me ofrecían algún trabajo y mi marido preguntaba: “¿Cuánto te van a pagar? Yo te doy el triple”. Te imaginás a dónde lo mandaba. A mí no me vas a llevar de la nariz nunca.

¿Qué quiere decir con eso?

–Que he vivido mi vida muy libremente. Por ejemplo, acá el divorcio se legalizó hace relativamente poco. La gente se separaba obviamente pero la separación se veía con más naturalidad en el ambiente artístico, porque siempre en ese ambiente estuvimos un paso adelante con respecto a los modos de vida. Yo me casé muy jovencita y me separé muy joven también, siendo Cristina muy chiquita. Por suerte me importó siempre poco la mirada de los otros. Mi vida es mía y se terminó. Es insano tener una convivencia mala, pelearte, y estar sola, no solo físicamente pero sí porque el otro no te acompaña, y cuando el otro tiene violencia… Hay muchos tipos de violencia. Me encanta que ahora las chicas estén tan alertas, no hay que dejarse avasallar. La lucha por el espacio propio en mi época era durísima. Pero tenía yo decidido no negociar eso y así lo hice.