Desde Barcelona

UNO Rodríguez frente a las puertas del CCCB. Siglas (cada vez hay más siglas, pronto todo será pura inicial) que corresponden al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, en el barrio del Raval, alguna vez agujero negro y delictivo y hoy paraíso del cool-turismo cult-turista. Y, sí, Rodríguez le debe y agradece al CCCB grandes mañanas y tardes de su vida. Aquellas exposiciones dedicadas a Borges y a Kubrick y a Ballard y a Sade y tantas otras. La de ahora --ahí fuera flamean estandartes anunciadores-- está dedicada a otras siglas: IA. Inteligencia Artificial sin puntos separando las iniciales. Y los posters de la exposición (para alegría y alivio de Rodríguez) no caen para no levantarse en el ya comentado/pensado lugar común de variaciones carnales/metálicas de esas manos de creador y creado en las alturas de la Capilla Sixtina. Ni, tampoco, en lo de cabezas/cerebros meta-pixelados-codificados-etc., o en esos esquemas de la evolución del hombre terminando en androide. No, lo que identifica aquí a la muestra son chimpancés robotizados aporreando máquina de escribir. Ya se sabe y si no se sabe ahora: homenaje a la Teoría del Mono Infinito. Eso de que --según Émile Borel-Cantelli en su libro Mécanique Statistique et Irréversibilité-- un número infinito de simios, disponiendo de un tiempo muy pero muy largo frente a un teclado, más tarde que temprano acabarían escribiendo como Shakespeare o Cervantes o Dante. Pero Rodríguez lo buscó en Wikipedia y se enteró de que en realidad a Borel-Cantelli se lo cita rápido y mal. Y que lo que en realidad postuló fue todo lo contrario y que "Para Borel, el propósito de la metáfora de los monos era ilustrar la magnitud de un acontecimiento extraordinariamente improbable". O algo así. Rodríguez no está del todo seguro. Lo leyó muy rápido y por encima y sin demasiada atención, porque cada vez le cuesta más concentrarse en cualquier cosa que no sea la desconcentración de las cosas. Después se levantó de su pantalla y fue a la cocina y peló y masticó y tragó una banana.

DOS Pero ahora está ahí, a las puertas del CCCB, preguntándose si entrar o no. Por un lado el tema no le interesa (no es que no le interese sino que no quiere que le interese aún más de lo que ese tema, omnipresente y omnisciente, ya parece interesarse por él y por su especie); por otro, de un tiempo a esta parte se siente cada vez más ludita y anti-maquinal. Y lo cierto que empieza a cansarse un poco de sus diatribas en defensa de lo unplugged y sus condenas a teléfonos (des)inteligentes. Y se pregunta si --como cantaba John Lennon, ahora inteligenteartificializado-- no corresponde give Mac a chance. Sí: no le vendría mal algo que lo ayudase un poco a reconciliarse con este presente al que ya llegó el futuro sólo que --como postula el cyberpunk/cool hunter William Gibson-- este está muy mal repartido. Y Rodríguez quiere su parte del pastel así que compra entrada sin saber si en ese acto de abrir la puerta para entrar a supuestamente jugar se está jugando algo mucho más importante. Rodríguez entra preguntándose si, al hacerlo, está no abandonando toda esperanza sino provocando que toda esperanza lo abandone a él.

TRES Pero también es cierto que, en los últimos días, Rodríguez se expuso a las radiaciones de debates y sesiones de investidura y trámites legislativos constitucionales o no y votaciones varias (de un tiempo a esta parte Rodríguez sólo dice "Voto a Zeus"). Muchos sonríen que "se abre un tiempo nuevo", otros tantos se cierran y gimen que lo nuevo no es necesariamente mejor. Así que por qué no reponerse un poco de tanto probado y humano libre albedrío con algo de la supuesta exactitud de fantasmas de las máquinas diseñadas, paradójicamente, por seres indisciplinados cuyas acciones suelen resultar, generalmente, en resultados poco resultones. Es decir: el peligro y la paradoja de haber accedido a todo el conocimiento gracias a ciertas máquinas pero, casi de inmediato, ser cada vez más dependientes de esas mismas máquinas para poder aplicarlo para hacerse un café o conseguir el FFWD-REW de resucitar dinosaurios. Y, por supuesto, esas mismas máquinas tan compañeras y auxiliadoras (como Siri & Cortana & Alexa & el tan preocupado por reproducirse Proteus, con una "ayudita" de Julie Christie, en Demon Seed aquella película) pueden "descomponerse": superficial eufemismo que apenas esconde a un "rebelarse" o, aún más perturbador, abrazarse violadoras a la idea de esa Singularidad que fundirá a la carne con el metal en mucho menos tiempo del que se piensa o con el que se cuenta, regresivamente, hacia adelante.

CUATRO Y como todas las del CCCB --Intel·ligència artificial, coproducida por el CCCB y el Barcelona Supercomputing Center, a partir de una exposición itinerante original comisariada y organizada por el Barbican Centre de Londres en el año 2019-- está muy bien. Y mantiene una tan encomiable como elegante neutralidad: celebra a la vez que advierte, previene al mismo tiempo que invita a zambullirse en una piscina cuya exacta profundidad se desconoce. Tampoco se sabe si, allí abajo y al fondo, no hay algún artefacto eléctrico listo para electrocutar a clavadistas que, en el aire y en caída libre, recién se dan cuenta de que son muy buenos saltando desde el trampolín pero no están del todo seguros de cómo era eso de mantenerse a flote.

Así, la expo se ofrece retro (ahí está la maqueta de la máquina analítica diseñada por Charles Babbage en 1837); juguetona (como el pararse frente a esa ¿app/algoritmo? que te descompone en patrones geométricos, oler las flores de un árbol extinguido en el siglo pasado o poner voz a una composición musical creada con IA); historicista (esa breve pero ya casi ilimitada cronología del fenómeno, evolucionando a la velocidad de la luz y de la sombra, arrancando en noviembre de 2017 con Facebook detectando problemas de salud mental con IA hasta noviembre de 2022 con el lanzamiento de CHATGPT o "la aplicación que crece más rápido de la historia"); artística (numerosas instalaciones interactivas cantándole y oyendo cantar al body electric). Y, por supuesto, como corresponde, destellos y cortocircuitos que van de lo sci-fi pasando por lo conspiranoide hasta llegar al reflexivo versus que enfrenta a la inteligencia humana y a la artificial y que gane la mejor o sálvese quien pueda mientras uno se pregunta sin respuesta si es mejor tener novia holográfica que no tener novia.

Por el momento, saliendo del CCCB, a Rodríguez casi lo atropella un descamisado skater de aspecto más cromañon que sapiens; aunque su sonrisa está llena de metal y el tatuaje que le cubre el pecho ese ojo rojo sin párpados del súper-computador HAL 9000 en el cada vez más exterior espacio de 2001: A Space Odyssey: esa película que empieza con antropoides aporreadores y alguna vez fue futurista y que ahora es histórica, porque transcurre en el pasado pero hasta más el infinito y más allá. Mientras tanto y desde entonces, todo parece indicar que --a partir del fracasado estreno de la muy fallida The Marvels-- lo que parece que empieza a contraerse, con el permiso del mesiánico Ultrón, es el llamado Marvel Cinematic Universe. Seguro, piensa Rodríguez, que su guion fue escrito con la ayuda de algún artificioso algoritmo.

 

Errar es --también, todavía, por suerte y esperemos que por un largo rato más-- inhumano.