El rayo de la literatura llegó a la vida de una nena de rebeldes rulos azabaches, que entonces vivía en un suburbio industrial de San Pablo. En ese hogar no había biblioteca: solo una Biblia –que nadie leía– y un manual culinario. La curiosa y hospitalaria mirada de Andréa del Fuego transmite la sutil emoción que le provoca una certeza: no puede ni debe olvidar de dónde viene y quién fue la responsable de bautizarla en la fe por la lectura. “Los libros llegaron a mi vida gracias a la escuela pública. Mi maestra, Celia Aiko, era una apasionada por la literatura. Ella nos dio a leer a (Joaquim) Machado de Assis y me impresionó muchísimo que no fuera real lo que estaba leyendo. ¿Cómo es posible inventar así? Celia también nos alentaba a escribir. En ese momento empecé a escribir ficciones sin imaginar que iba a ser escritora”, recuerda la autora de las novelas Los Malaquias –premio José Saramago 2011– y Las miniaturas, ambas publicadas por Edhasa. “Cada vez que doy mis talleres de escritura, quiero creer que soy Celia Aiko. Vengo a dar esta noticia: necesito pasar el rayo de la literatura como una religión”, afirma la escritora, que está participando de varias actividades del 9° Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), edición dedicada a un tema candente: “Tiempos violentos”. Del Fuego reflexionó sobre los “territorios en llamas”: dictaduras, narcotráfico, pobreza y ausencia de derechos. En el Malba, hoy a las 19, leerá un texto especial que escribió sobre una foto de Diane Arbus junto a Jean Echenoz, Mariana Enriquez y María Gainza, quienes también prepararon textos sobre otras fotos de la artista neoyorquina.

–¿Qué relación hay entre lo maravilloso y lo real?

–Lo maravilloso y lo real son la misma cosa. El realismo mágico es una realidad expandida, como lo dijo Julio Cortázar en una entrevista con (Ernesto González) Bermejo. Esta idea de realismo expandido me interesa porque es como si hubiera un inconsciente óptico para mí. Ahora estoy aquí, te estoy mirando, pero mi inconsciente óptico está enfocando lo que está detrás, lo que está alrededor. En la escritura, todas estas cuestiones que son mágicas pueden entrar y convivir para dar también una sensación de realismo. No me parece que lo maravilloso y lo real sean términos tan antagónicos, porque la realidad es mucho más improbable de lo que postula el realismo mágico.

–En Las miniaturas es crucial la relación entre una madre y un hijo. ¿Qué se puede explorar a través de este vínculo?

–La relación madre e hijo es muy rica. La maternidad es difícil y lo digo como madre de un niño de 5 años (risas). Al principio, la maternidad es revolucionaria: mi hijo es toda mi vida, un niño extraordinario; pero cuando hablo de lo difícil de la maternidad pienso en mi madre conmigo en mi infancia y en mi abuela con mi madre. En mi primera infancia, mi madre era el mundo entero para mí. Hoy yo tengo la responsabilidad de ser el primer mundo de mi hijo. La infancia que tuvimos marca nuestras vidas porque todo está ahí. La madre de Las miniaturas es una madre enferma, perturbada, con problemas. Ahora estoy escribiendo una novela en que una mamá desaparece al principio de la historia. En mi próximo libro, que ya empecé a escribir, hay una pediatra loca (risas). Me interesa mucho la perturbación.

–¿Qué le interesa de este desvío que supone una madre perturbada o una pediatra “loca”?

–No es un desvío, es la normalidad: la propia normalidad nos enloquece. ¿Qué es la perturbación en la maternidad? No hay un lugar fijo y sin embargo se necesita de un espacio estable para que el hijo se sienta seguro. La madre nunca está segura por muchos motivos: por cuestiones sociales, por la propia constitución humana de incompletud. Pero no se habla mucho de cómo piensa un cuerpo que lleva a otro cuerpo.

–¿Qué libros la formaron como lectora y escritora?

–Joaquim Machado de Assis fue uno de los primeros que leí y dejó una marca muy fuerte, que se nota en la forma de mi escritura: capítulos cortos y un lenguaje conciso. (João) Gimarães Rosa no es una influencia por la forma, pero sí por la libertad que me dio. Clarice Lispector también me dio la libertad de poder escribir como en un estado de entrega. La literatura argentina formó al continente latinoamericano. (Jorge Luis) Borges y (Julio) Cortázar son los autores que más leí y que más quiero desde mi adolescencia. En los últimos años, el discurso que más me influyó es el de la filosofía, porque estudié filosofía. Cuando (Maurice) Merleau-Ponty escribe sobre el cuerpo, lo hace de una forma poética. Siempre leí de una manera deformada. No puedo ser una académica porque lo deformo todo (risas). Las miniaturas surgió después de que leí un libro en un curso de filosofía, La interpretación de los sueños, de un filósofo griego del siglo II, Artemidoro de Daldis, que escribió este libro para su hijo. Hay lugares inexplorados que sola la literatura alcanza. Ni la ciencia ni la historia pueden llegar a esos lugares. La literatura entrega una teoría del mundo que las narrativas oficiales no tienen.

–A propósito del tema de esta edición del Filba, “Tiempos violentos”, ¿cómo vivió el golpe contra Dilma Rousseff?

–La salida de Dilma fue muy traumática, tanto para los que la votamos, como para los que no la votaron. La corrupción en Brasil es sistémica y no está sólo enquistada en un partido. Hay un pensamiento de derecha que se está inflamando porque Donald Trump, en tanto representante de la narrativa oficial de una buena parte del mundo, inyecta discursos que alientan el racismo y la xenofobia. Todo puede pasar en este momento y no hay mucha perspectiva a corto plazo de una recuperación económica. El pensamiento de izquierda hoy, en la figura de Luiz Inácio Lula da Silva, está demonizado. El ex alcalde de San Pablo, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, tenía una política de cuidado social de travestis y transexuales que viven al margen y precisan de la ayuda del Estado. Esto ya no existe. La violencia hacia los transexuales es muy preocupante. Cuando el Estado saca la ayuda social, deja muy vulnerable a aquellas personas que empezaban a sentirse ciudadanas. Esa ciudadanía hoy está amenazada.