Una hilera armada de paciencia y con el calendario en mano serpentea la estación de Plaza Constitución con la expectativa de conseguir el ticket dorado (y accesible) que los llevará de vacaciones este verano. La fila de 300 personas, que va desde la boletería, pasa por los locales, pega la vuelta por el pasillo de la entrada y llega hasta los molinetes, se va renovando minuto a minuto. Sale uno, entra otro. 

Familias enteras, algunos que se pidieron el día en la oficina, o que llegaron en cuanto terminó su jornada, y otros que mandaron a un amigo. Muchos de ellos reservan su lugar desde el miércoles pasado e improvisaron un acampe hasta que abrieran las ventanillas a las seis de la mañana de ayer. Como si ya estuvieran en la playa, entierran las reposeras en las baldosas de la estación y se abanican para soportar el calor. 

Quienes ya están primeros siendo las cuatro de la tarde, comenzaron la espera desde las ocho de la mañana. Tal como Susana, que apoyada en una columna dándose un poco de aire con un folleto, se vino desde Ranelagh para no pagar 25 mil pesos un pasaje en micro sólo de ida -recalca- y pasar sus vacaciones en Villa Gesell como todas las temporadas. 

Por entre los espacios que dejan los cientos de potenciales viajeros a la costa y otros destinos, se cuelan los miles de habitantes pasajeros de la estación que emprenden el gran acto de la hora pico, con hombreadas, mochilazos y corridas de por medio. Ante la carrera del que llega primero a casa, los pacientes permanecen en su lugar, imperturbables.

El paisaje no está lejos del campamento swiftie que se vivió los últimos meses en las puertas del estadio de River Plate. Quienes vinieron en grupo se turnan para descansar sentados en el piso de la estación, hay cebadores de mate con el termo bajo el brazo, y si hay desesperación es más bien interna. La única expresión colectiva sucede cada tanto con el estallido de un aplauso cada vez la fila avanza aunque sea unos centímetros.

Foto: Leandro Teysseire.

Los afortunados que luego de días -y en el mejor de los casos, horas- ya están por ser llamados son agasajados con sillas blancas de plástico en un corralito delimitado por cintas, similares a los de la fila de un cine. Las toman sobre todo señoras de canas o tinturas claras, con los anteojos colgando del pecho cual collar y las piernas cruzadas. Casi podría imaginárselas, así tal cual como están, con una baraja de cartas en la mano, a la sombra de una carpa en La Feliz.

Las muchachas que aguardan por su turno, así como todos los que siguen detrás de ellas, pagarán desde $ 2.696 para viajar en Primera, $ 3.230 para ir en Pullman y unos $ 9.430 si quisieran la opción con camarote. Los días u horas de cola lo valen -cuentan- contra un micro que "te arranca la cabeza". 

Lo mismo le pasa a Beatriz, que está casi última en la fila. Acaba de llegar luego de medio día intentando sacar sus pasajes por internet. A las doce de la noche de ayer empezó a formar en la virtualidad y ya tenía casi 60 mil personas adelante. Pasadas nueve horas de mirar el reloj en el monitor, llegó su momento de comprar, pero la página no respondía. Tras muchos intentos fallidos, cargó su frustación hasta la estación y se puso a hacer la cola de a pie a eso de las cinco de la tarde, con la esperanza de conseguir algo. Para esa hora, ya se paseaban los encarcagados de seguridad para avisar que no quedaban más pasajes para diciembre ni enero. 

Como en toda espera, hay algunos que desisten, buscan reorganizarse, trazan otro mapa para llegar a destino. Varios abandonan la fila de Constitución y, sigilosos, sin avivar giles, se toman el subte C para empezar, cual trabajo de hormiga, una nueva campaña en las boleterías de Retiro. Allí es un oasis de tan solo 20 metros de cola, pero que tarda en promedio dos horas para avanzar unos pocos pasos. 

Melisa, quien está en CABA de visita pero es oriunda de Santa Teresita, tiene el objetivo de volver a su casa este mismo noviembre. Estuvo desde la mañana hasta el mediodía pegada a la pantalla de la computadora esperando en la fila virtual sin éxito. Ante el colapso de la página de Trenes Argentinos, decidió venir presencialmente a conseguir el boleto de vuelta a su hogar.

Cumpliendo su deber cívico, los acampantes que aseguran su lugar desde el miércoles debieron turnarse también para ir a votar en el ballotaje del pasado domingo. Al contrario de los resultados, una muestra de la fila parece representar un fifty-fifty. Los victoriosos votantes de La Libertad Avanza no se muestran intranquilos con la promesa de la quita de subsidios al transporte público aunque reconocen que no podrían pagarlo y que hacen esta inmensa fila porque el boleto es más accesible. Contrastando, las caras largas del voto massista confiesan un miedo por perder la posibilidad de viajar tanto a larga distancia como en el día a día, y una preocupación por el tren en general, víctima fatal de la privatización en los noventa.

Informe: Carla Spinelli