Podría ser una simple galería de curiosidades: los experimentos a color de un reconocido fotógrafo del blanco y negro. Pero la exposición dedicada a Robert Capa en el cuarto piso de la Casa del Bicentenario (Riobamba 985) es, en realidad, la suma de varias historias. Por un lado, la historia de cómo un fotoreportero se reinventa a sí mismo y a su trabajo. Por otro, una mirada que captura el clima de época, de una transición política global sin horizonte claro. Y al mismo tiempo, una lograda descripción de un modo de trabajar y hacer los medios en el clima de la posguerra. Capa en color está coorganizada con el International Center of Photography y curada por Cynthia Young. Se puede visitar hasta enero de martes a domingos (y feriados) de 13 a 21.

Robert Capa nació en Hungría en 1913 y murió en Indochina (hoy Vietnam) en 1954. No vivió mucho, pero le alcanzó para convertirse en un referente del fotoperiodismo, en especial como cronista de guerra. Cubrió la Guerra Civil Española y distintos frentes de batalla de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. El grueso de su obra se publicó en blanco y negro, y por eso se lo reconoce. Al punto que suele olvidarse que no sólo trabajó la fotografía a color en una época en la que aún se la miraba de soslayo, sino que la abrazó con entusiasmo. Su primer ensayo fue cubriendo la guerra entre China y Japón. No consiguió gran repercusión. Pero cuando atravesó el Atlántico como parte de un convoy naval de los aliados en plena Segunda Guerra, algo cambió.

Con ese viaje arranca la muestra Capa a color de la Casa del Bicentenario. Y el guión curatorial propone un recorrido cronológico (más allá de algún pequeño saltito) en el que el fotógrafo atraviesa el fin de la guerra, comienza a retratar los epicentros de los nuevos factores de poder mundial (Estados Unidos, Rusia) en la inmediata posguerra, y se reinventa como fotógrafo de sociedad para retratar al jet set y la realeza en los Alpes, los sets de filmación de las grandes estrellas de Hollywood, los balnearios franceses y las grandes capitales europeas en pleno auge del Estado de Bienestar.

Visitantes jóvenes esperando ver la tumba de Lenin, Moscú, 1947.

Además de las propias fotografías, la exposición también incluye cartas y documentos personales de Capa, originales de las revistas en las que fueron publicadas, una pequeña vitrina donde se explica el proceso que se siguió para restaurar el color en muchas de las obras (el kodacrhome pionero se degradaba rápidamente) y algunos detalles valiosos. El visitante también puede encontrar una buena serie de textos de sala, muy orientativos sobre el contexto de las fotografías, su producción y su lugar dentro de la obra de Capa y en el circuito de publicaciones de la época.

El color, advierte Young desde el Archivo de Robert Capa, reforzaba la imagen de bonanza que buscaban transmitir las revistas que empleaban a Capa y Magnum, la agencia cooperativa de fotografía que él había fundado junto a varios colegas. El color, a la vez, espantaba a los editores cuando había que mostrar imágenes de guerra en 1941, año en que Capa empezó a llevar a todos lados una cámara kodachrome. La reticencia de sus jefes no era el único obstáculo: las cartas que se incluyen en la muestra dejan clara la fragilidad de la flamante tecnología, ya que revelar una fotografía de ese tipo tomaba –literalmente– semanas. Suena inconcebible hoy, en que un click en el celular publica una imagen que queda disponible en todo el mundo, pero incluso para una época menos “instantánea” que la actual, “semanas” desafiaba los cierres de edición de cualquier revista. Y al mismo tiempo, ni Capa ni sus editores sabían muy bien cómo lidiar con los imponderables técnicos: ¿por qué ese rojo o ese azul no aparecían como debía? Un misterio a resolver.

Así, entre una tecnología para incorporar, retratos de turistas y gente común en Moscú, imágenes de la formación del entonces flamante Estado de Israel, coberturas de procesos políticos en Marruecos y Hungría, las revistas de la década del 50 fueron dando paso a temas más ligeros y Capa supo responder. Su lente ya no apuntó a los cargamentos de municiones ni a los rings sobre portaviones. Su blancos fueron Picasso, Humprey Bogart, Ingrid Bergman, la reina de Holanda, Ernest Hemingway. Si en los 40 Capa fotografió a los anónimos, en los 50 se volcó a las caras con nombre y apellido. En la sección de la muestra dedicada a Roma y París, por ejemplo, abundan las fotos de modelos. Y vale preguntarse en qué medida Capa –y los medios de comunicación en general– contribuyeron a cimentar esa imagen de París como ciudad del romance, que la capital francesa ostenta (y usufructúa) todavía hoy.

La exposición no sólo retrata un mundo del que hoy apenas quedan huellas y retazos, también deja patente un hecho incontestable: los diarios y revistas abandonaron las producciones especiales y dejaron de financiar proyectos como los que proponía Capa. Es, claro, otra época. Pero si Capa se fascinó con el color a sus 25 años, al punto de volcarse con fervor a la técnica, ¿qué no haría hoy con la fotografía digital y los filtros de Instagram?

Truman Capote y Jennifer Jones, Ravello, Italia, abril de 1953.