Enmudece. Gira su cabeza a la derecha, a la pared blanca, sin ventanas ni pinturas; sólo cuelga de un clavo el calendario marital que hice editar. ¿Me olvidé de incluir algún cumpleaños de la familia? ¿Un aniversario? ¿la conquista de un trofeo de mi esposo?

Reviso mentalmente nuestra efemérides de matrimonio celebrado según las normas. Se me escapa algún acontecimiento omitido.

Trato de tomarlo a Sebastián por la mano. Él la retira antes de que se la aprese. Le tiendo el pocillo con café. Sus ojos sólo apuntan al hueco, fecha desaparecida del almanaque.

--Decime -suplico. Sé que no habrá respuesta; que no será formulada, quedará, ausente, dentro del espacio de todo a lo que le pido acceso sin poseer la llave. ¿El día de su santo? ¿aquél en que recibió su diploma de Técnico Botánico? ¿Nacimiento de su madre?

Sebastián permanece duro, maniquí de vidriera. Y seguirá inmóvil en ese sitio quién sabe hasta cuándo.

La mano que sostiene el pocillo se me acalambra. Le arrimo el plato de tostadas. Marido paralizado ¿por una semana? ¿o más?

Arriesgo: --¿ah, un día como hoy, hace tres años ganamos las elecciones municipales?

Aprieta su mandíbula. Me repudia sin signos.

"Pero hoy es miércoles", me digo y, como para Sebastián, dios creó las plantas al tercer día, suele celebrar los miércoles. Lo felicito. Nada.

--Acordate de la última vez -susurro- acordate qué pasó, Sebastián. Reconociste que sólo se trató de un error.

Pero él esconde esta fecha que ahora he relegado entre jornadas laborables o feriados, entre dogmas y odios: "no te interesan mis sentimientos, mis ideales, mis afectos", me espetó en una oportunidad luego de que logré descifrar la conmemoración con que me acosaba.

--Acordate -repito, quisiera abrirle la boca, meter mi lengua en la suya, despertar su reproche o revelación, sacarlo del tubo donde se enrosca.

La vez que duró más tiempo en exponer explícitamente la solución de la incógnita, terminó internado por inanición. Hasta que hoy decide confesarse. O imputarme: --Ese calendario -señala.

--Qué tiene de particular. No difiere de cualquiera de los anteriores, el del año pasado, el anterior...

--¿De dónde lo sacaste? Lo hiciste imprimir, ¿verdad?

--Como siempre. Y lo diseñé con énfasis en las fechas personales, de cada uno, o de nuestra pareja.

--A ese almanaque le falta algo. Importante.

--Cómo va a ser... imposible.

--Le quitaste un día. Porque apostaste a que aumenta mi desmemoria y se me escapan algunas cosas.

--¿Acaso éste es un año bisiesto?

--Algo que pretendés que no vea más. Como si no verlo significara olvidarlo.

Lo toma, señala un mes, con una fecha salteada. El almanaque, del 16 pasa al 18.

--Lo hiciste a propósito. -Su dedo fusilador apunta y acierta. Se me desinfla el corazón. La sangre corre desde mis lagrimales.

Mezquino palabras, sólo se trata de una confusión involuntaria, que probablemente el impresor cometió un error, que...

Hipótesis que operan como bumerangs, -justo el 17, ¿no? ¿y de octubre, no?- sonríe destilando tristeza, separación, alejamiento, alzando una pancarta, él cada vez más remoto, ya no más a mi lado, ni en mi ahora.

Le tiendo los brazos.. --Sebastián no. Ignoro qué ocurrió con nuestro almanaque. No estoy mintiendo. (¿Acaso me traicionó el subconsciente? Bumerang). "No hubo ningún plan ni intención de mi parte, escuchame por favor".

Da vuelta la cabeza, y me mira. Dice: --Agregá tu día con fecha de hoy, ?Día de la deslealtad? ¿no te parece?

Me va llenando de vellos, de hocico, y de saltos. Sus ojos me nombran con esas letras que no puedo pronunciar, si las ensamblo en palabra, me matan.

Ahora su dedo machaca la línea-fisura que se ha tragado el día que falta. Su dedo suena a bombos, a marchitas, a desfiles, a pabellones al viento.

Y su bandera se vuelve pañuelo o extremaunción, cruz de la lápida en que me entierra. Sebastián, espalda que no quiere oírme. Sebastián que se aleja.

Que repite esa palabra repudiable: --Gorila. Gorila.

Categoría injusta, intolerable, que no me corresponde.

--Hay gente de tu rótulo que traiciona. Yo no hago eso... Y ya no estamos en 1955 -aduzco.

--Estamos, sí -me encierra él en esa jaula.

Y es un llanto al unísono, aunque ninguno de los dos llore. Aunque cada uno piense dónde irá, dónde encontrar el remoto territorio en que se hable y se entienda el mismo idioma. Dónde.

 
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