En tiempos en que aplanar y trivializar conforman el hueso más duro de roer del presente político, el “parlanchín porteño”, así se define el sociólogo y escritor Horacio González con esa ironía empecinada en burlar los lugares comunes, regresa a ese rol del profesor universitario apasionado por el lenguaje y sus derivas para interrogar e incomodar, dos lemas vitales que cultiva a cada paso que da y en cada artículo que escribe. Escucharlo en Las Armas y las Letras, programa de UNITV –canal de televisión de la Universidad Nacional de General Sarmiento <http://www.uni-tv.com.ar/> que dirige Alejandro Montalbán– que consiste en un ciclo de cinco clases abiertas sobre el centenario de la Revolución Rusa, es como un gran tronco del que agarrarse en medio de la tempestad de un neoliberalismo demasiado atroz. Cada viernes, en la página web del canal, se subirán las clases: La Comuna de París, La Revolución de Octubre 1, La Revolución de Octubre 2, Mayo del 68/ Liberación en el Tercer Mundo y Cosmogonía Argentina de los 70.

“Horacio es como un relámpago, en un instante breve ilumina un territorio y cuando desaparece, la imagen queda inscripta adentro tuyo”. Basta escuchar las dos primeras clases para coincidir con esta certera definición de Mauricio Kartun. “La televisión es un ámbito que lo podemos contraponer a las clases y esa contraposición funciona muy bien –dice González a PáginaI12–. Cuando uno da clases, los alumnos están en presencia y si eso se filma produce extrañeza una lógica tan diferente a la televisión. Pero la clase tiene una pequeña captación como una lejanísima heredera del teatro. Después a partir de los programas de Ricardo Piglia charlamos bastante con la dirección de canal 7 de aquel momento, con Tristán (Bauer) y (Martín) Bonavetti. Con Piglia estábamos seguros de que una clase, sabiendo que iba a ser una escenificación pero con alumnos que tomaran apuntes, podía producir ese choque entre el alumno real y una televisión que hace un poco más irreal al alumno. Entonces, salvando las diferencias insalvables que aparecen, a la Universidad Nacional de General Sarmiento se le ocurrió repetir esa experiencia con otro tema y con otra persona”. 

–¿Por qué decidió empezar con La Comuna de París?

–El tema parecería cerrado sobre sí mismo porque es la Comuna de París y la Revolución de Octubre, lo que llamaríamos Revolución Rusa o Revolución Soviética. Todo es como una campana de vidrio que la podríamos ver museísticamente; es el tema para el historiador, para el memorioso, para el que aún piensa su vida militante en relación a estos episodios. Abrir ese cofre enorme que es la Comuna de París y la Revolución de Octubre es una gran aventura cultural. Poco a poco van apareciendo los comienzos de un lenguaje cuyos restos seguimos utilizando en tanto grandes utopías. La idea es contar una historia sin estructuras de divulgación. Yo soy bastante adverso a la idea de divulgación: estoy tratando de dar una clase, pero una vez que aparecen los focos y gente que te hace señas, se pierden ciertas libertades expositivas, asociativas y pedagógicas que tiene una clase. Las marcaciones de tiempo sí aparecen, pero no aparecen las marcaciones de comprensión.

–Lo que también aparece es la divagación “horaciana”, por llamarla de alguna manera, como sucede cuando insinúa una conexión entre chispa y su traducción en ruso: “iskra”.

–Esa divagación me gusta porque quizá no sea así (risas). La palabra chispa en ruso tiene una sonoridad interna como un chasquido. Las sílabas de “iskra” y chispa producen el mismo eco en el conjunto de la palabra. Sin comprobación científica alguna, puesto que no conozco el ruso, me pareció que a falta de otras asociaciones más terminantes la sonoridad de dos palabras podría ser interesante. La Comuna de París duró tres meses con un comienzo no muy claro porque no se declaró de inmediato La Comuna. Se declaró un gobierno provisional contra el sitio alemán, que había derrotado al ejército francés. Poco a poco fue apareciendo la idea de tomar las medidas que estaban en los libros que se habían escrito antes, que eran los de (Pierre-Joseph) Proudhon, toda la teoría jacobina y algunas cosas de (Auguste) Blanqui. En cuanto a las armas y las letras, la cuestión era qué hacían los escritores de la época, de la Francia de mitad del siglo XIX, los escritores que aún leemos. Los episodios de la Comuna fueron muy sangrientos; está la idea de que por el Sena no corría agua sino sangre, según escribían los periodistas de lo que sería el diario Crónica de aquella época. Y está el fuerte simbolismo de la Comuna de derribar columnas, quemar edificios, que al mismo tiempo respondía a una violencia mucho mayor del lado de Versalles. Todo eso supone un momento exaltado de la historia. Una exaltación breve, una chispa. Los escritores más conocidos y leídos de la época están en contra: (Gustave) Flaubert y Émile Zola, que años después pasaría a escribir el “Yo acuso” y se convertiría en una especie de héroe de la libertad de expresión. El propio (Karl) Marx, desde Londres, vio La Comuna con cierta preocupación. 

–¿Qué le preocupaba a Marx?

–Marx condenaba el tiempo circular y la repetición de la historia basada en grandes momentos del pasado que los hombres del presente repiten sintiéndose cautivados. A Marx cautivarse por el pasado no le gustaba. Después cuando escribe el famoso trabajo La Comuna de París es alguien que hace algo incluso inusual en él, que es defender todos los actos de La Comuna de París que fueron actos incendiarios comparándolos con la mayor violencia de Versalles. Y ahí escribe unas cuantas páginas que son meditaciones sobre la guerra. Yo lo que intento hacer en las clases es poner en cuestión qué es estar en una guerra, donde aquel que no lo esperaba de repente viste un uniforme y puede ser muerto o matar a alguien; una circunstancia de excepcionalidad que puede convertirse en rutinaria. El ejército alemán estaba sitiando y estaba el joven (Friedrich) Nietzsche, que en Así hablaba Zaratustra hace una mención sobre lo que ve a la distancia: el derribamiento de la columna Vendôme, que era el símbolo del Imperio. La Comuna es fuertemente simbólica, es lo que le preocupa a Marx. Si bien es un gran analista de símbolos, Marx también es casi un simbolista francés. La Comuna atiende menos la cuestión de las fuerzas productivas; es la pasión política armada. La crítica que hace Marx es que no tocaron al Banco de Francia, pero tocaron todos los símbolos. La Comuna tiene la influencia de Proudhon; son no solo votaciones por circunscripciones que después federativamente forman un gobierno, sino también la Guardia Nacional es votada. Los oficiales obedecen al voto y por lo tanto son mandatos revocables. Altera toda la estructura constitucional de las naciones conocidas; eso tenía de revulsivo La Comuna. No se hablaba de marxismo ni había partidarios de Marx en número suficiente. Lo que había era jacobinos, viejos memoriosos, que le molestaban a Marx, proudhonianos y blanquistas. 

–¿Por qué en la primera clase plantea que las diferencias entre Trotski y Lenin nunca se saldaron?

–El momento en que no tienen la misma posición es un momento muy específico de la historia del siglo XX, que es la convención que se hizo en la ciudad de Zimmerwald, en Suiza, donde se reunieron los principales líderes del socialismo europeo. Ahí hay una clave teórica: convertir la guerra mundial en una guerra de clases o en una lucha de clases. Lenin, que estaba leyendo simultáneamente a Clausewitz y a Hegel, ve la transformación de una guerra entre naciones en una guerra de los proletarios de cada una de las naciones contra los burgueses de cada una de las naciones, con lo cual se borraría el peso en la vida de las personas vinculado al ser social y la identidad colectiva. Los soldados de cada una de las naciones pasarían a ser hombres armados y otro ente que aparecería dialécticamente sería la lucha de clases y la reconstrucción de la humanidad. No era fácil que un soldado francés descubriera que es un proletario y que detrás de su uniforme tenía el mameluco de obrero. Para quienes era mucho más fácil, como se demostró después, era para los soldados rusos. La Revolución Rusa se hace a fuerza de la dialéctica del obrero ruso, que es un campesino o un soldado. Por eso son muy famosos los soviets de soldados, campesinos y obreros. Soldado, campesino y obrero es un trípode en el cual piensa permanentemente la Revolución. Hoy que vimos todo el proceso completo podríamos decir que siguió habiendo barro, siguió habiendo muertes más invisibles, siguió habiendo desapariciones. El estatuto de la muerte ha cambiado para los Estados: se mata de muy distintas maneras; los campos de concentración cambiaron mucho. La Revolución Rusa suscitó mucho entusiasmo en el mundo. Tuvo que ver una suerte de fortuna de la historia, donde el indignado y el sufriente estuvieron en el centro de la situación. 

–¿Qué sucede con la palabra comunismo?

–Sigue siendo una incógnita qué pasó ahí, lo que parecía con cimientos tan sólidos de repente cayó. Hay algo a reflexionar de la Revolución Rusa y la tradición comunista, como hace Alain Badiou y tantas otras personas que no quieren abandonar el concepto de comunismo, pero ya desprendido de la tradición del partido bolchevique, como si hubiera algo en las personas que las llevara a un vivir en común al que habría que agregarle no la palabra subjetividad, tan recurrente, si no un trabajo sobre las conciencias, fórmulas comunitarias y de tratamiento de la lengua, que obligaría incluso a volver sobre la Revolución Rusa y el fracaso de la Comuna de París que había ocurrido cuarenta años antes. Si el fracaso de tres meses de la Comuna, no tenía comprimido el desarrollo entero de la Revolución Rusa en setenta años. Esos setenta años hoy importan, no están en un museo, congelado detrás de una vitrina, sino que sin ser algo destinado a repetirse, sí tiene que haber una interrogación. En medio de este neoliberalismo atroz, tenemos que preguntarnos en qué mundo estamos viviendo. La pregunta hoy es si hay valores tan superiores para que se justifique que multitudes y masas humanas de gran magnitud y capacidad de movimiento tengan una visión del sacrificio como aquello que redime a generaciones futuras. No parece ser este momento del mundo, sino al revés. Hay una noción de sacrificio en el militante armado que paga costos altos porque tiene un grado de exposición mayor a los demás, pero eso lo hace en nombre de valores superiores que serían el “hombre nuevo” o el socialismo. El gabinete de esos valores no está presente en esta época de la tercera revolución industrial como una especie de superchería que anda circulando por ahí, ni en los medios de comunicación ni en la vida política. Hoy sí hay una militancia sacrificial deliberada de sectores pequeños de la teología política, sobre todo de los que provienen del islamismo. Ahí lo sacrificial está en el centro: “si tengo que matar es porque yo también muero”. Me sorprendieron algunos atentados donde el que los hace no muere, cuando en general son militantes sacrificiales. Se busca el atentado masivo donde muere cualquiera, como si el enemigo fuera difuso y no tuviera nombre. Ni la Comuna de París, ni la Revolución Rusa, ni los años 70 argentinos pensaron de esa manera. Se puede cuestionar estas figuras, pero lo cierto es que la historia de la vida contemporánea se hizo bajo estos conceptos, afirmándolos o rechazándalos.

* Los capítulos de Las Armas y las Letras se pueden ver en www.uni-tv.com.ar.