“¿Qué es pensar?”, pregunta la profesora a sus talleristas que promedian los 3, 4 años. “Pensar en alguien que no ves hace mucho”, se le ocurre a Aurora. “Usar la cabeza”, dice Félix. “¿Y qué piensan ahora?”, redobla la docente. “En aviones que imagino”, Levi. “En mis dinosaurios”, sigue Félix. “Que extraño a mi mamá y no sé si me trae un regalo hoy”, saca Aurora. “Pienso en tomar jugo”, Amelie. “¿Y por dónde salen los pensamientos?”, “De la cabeza y de la nariz”, “De la cabeza y de las manos”, “Por la cabeza, que se abre”. 

Este Taller de Filosofía para Niñxs se dicta a la hora en la que sus participantes salen del jardín. Entonces, Patricia Yamella, su facilitadora, realiza un no-ritual: escapa de los márgenes planteados por el creador de este método, el estadounidense Matthew Lipman. Tiene su permiso para hacerlo y lo ha probado aquí, en esta casona de Villa Crespo, lo probó en aulas espontáneas formadas en las plazas y en grupos de chicxs que, según sus maestrxs, tenían problemas de conducta. “Este es un programa abierto. Se modifica según las características de cada cultura. Nosotras lo hacemos en el marco de la educación no formal. En todos los casos se trata de cultivar espíritus curiosos, de acompañarlos para que puedan apreciar el mundo más que registrarlo. Es un proceso. No se trata sólo de desarrollar las capacidades para pensar sino de formar hábitos y conductas, una forma de ser y de vivir” dice. De transformar su realidad. De pensar el mundo y cómo estar en él desde un punto de vista propio.

¿Filosofía para principiantes? No tanto. “A partir de los 3 años están en una etapa perfecta, llenos de preguntas. ¡Y si no tienen respuestas las inventan! Nosotras no bajamos línea, todo queda abierto. La idea es ir ampliando los típicos porque sí, proponer otras miradas”, describe Yamella.

Los temas centrales de la historia de esta disciplina son presentados a partir del lenguaje cotidiano. Por ejemplo, si sale el tema del amor por tal compañerx o serie, les comenta que había alguien llamado Platón... Cada encuentro se divide en tres partes. Primero, la teoría. Se elige un texto que más que un cuento funciona como manifiesto, como un punto de partida para la discusión filosófica. Los títulos varían según los conceptos que se quieran abordar: la identidad, el amor, la justicia, la verdad, la felicidad, la belleza. Los favoritos de la profe: un policial infantil de Clarice Lispector que invita a adivinar qué tendrá el conejo enjaulado que al mover el hocico comienza a pensar y así atraviesa los barrotes y gana praderas llenas de zanahorias. Donde viven los monstruos les sirve para explorar no sólo el tema miedos sino también el de la imaginación. Un chico de pelo largo, para afirmarse en la autodeterminación. Segundo, juegos. Praxis. “Así aplicamos lo que vimos de modo racional. Con la rayuela, por ejemplo, aprenden a esperar su turno, que se puede perder...” Tercero: abordar el tema desde la plástica, con las propuestas de la artista Luciana Malfatti.  

En estas semanas las docentes planean comenzar a rodar un documental con testimonios de los chicxs, pensando en hacer circular ese registro por escuelas y congresos. Lo que buscan es contagiar. “Por ahora la llegada es muy elitista, sólo en CABA un puñado de salas de nivel inicial lo implementan.”

Patricia Yamella es profesora de filosofía y poeta, estudió recreación, trabajó en el Estévez de Temperley, un hospital de prevención en salud mental. Allá realizó también este taller, su equipo eran mujeres bajo tratamiento psiquiátrico, y pese a todas las brechas los resultados fueron excelentes. Implementarlo permite desnaturalizar la realidad, pensar en colectivo, desarrollar la inteligencia emocional, crear conceptos, habilitar la escucha, encontrarse, dialogar. Y

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