Gabriel Otero es diputado nacional por el Frente Amplio (FA), en Uruguay. Llegó a Argentina a presentar su libro La fila de los inocentes, donde narra en primera persona las vivencias de él y las de otros niños que fueron, junto a sus madres, presos políticos durante la última dictadura. En dialogó con PáginaI12 desde la ex ESMA, el frenteamplista destacó el deber de contar sus experiencias, así como el lazo de hermandad con los demás niños con quien compartió esa etapa. Además, criticó al gobierno de Luis Lacalle Pou por la entrega del pasaporte express al narcotraficante Sebastián Marset y otros escándalos relacionados con su gestión.

-¿Cuál fue la motivación para escribir su libro?

-Además de la necesidad personal de sacar cosas a la luz, fue que en Uruguay esta situación de cautiverio político que pasamos decenas de niños y niñas en la dictadura, pero también en un par de años previos al golpe de Estado, estaba muy invisibilizada. Diría que era desconocida. Hubo una investigación por parte de Álvaro Rico, decano de la Facultad de Humanidades de Uruguay, donde encuentra la historia, pero como todo libro de investigación, no es una lectura popular. Ahí hay un esbozo de la situación, en números. Después, yo fui alcalde del municipio A, que es el municipio más grande del Uruguay y tuve una visibilidad importante. Los periodistas encuentran que yo había pasado esa situación y me empiezan a preguntar, pero yo declino a hablar de eso porque sentía que yo tenía que hablar de la gestión. Eso pasó hasta 2020, cuando dejo de ser alcalde. Se me convoca para una nota más profunda y ahí sale la historia. Luego de eso, un par de programas de tele. Entonces empieza a pasar que mis amigos me decían: “Nos conocemos hace 30 años y no me dijiste”, “fuimos juntos a la escuela y no sabía esto”. Empezaron a suceder esas cosas que eran naturales. A mí no me gustaba plantearlo porque era una historia dura y triste. Después me apareció el pedido de ayuda para unos libros de memoria, aporté a escritores muy jóvenes, y ahí me di cuenta que yo tenía más que el relato/anécdota, que no podía ser el único que tenía recuerdos de esa época porque era el más grande. Todos los demás eran bebés recién nacidos, yo entré a los cuarteles con dos años y me fui casi con cinco, entonces tengo recuerdos muy vívidos. Todo eso hizo que dijera: “No puedo quedarme con este botín, tengo que darle una mano a la larga fila de testimonios que hay y que han pasado desapercibidos”.

-¿Se siente un portavoz de todos esos niños?

-No, pero sí siento que era mi obligación escribirlo. Portavoz no, porque el grupo de niños en cautiverio somos absolutamente diferentes entre nosotros, pero pasa una cosa fuertísima también: somos una hermandad, tenemos una horizontalidad brutal. Tenemos nuestras actividades, nuestras muestras, y tenemos gente encargada de la casuística y que escribe un comunicado ante tal o cual cosa. Eso es lo representativo. Este libro es accesorio, pero sí cumple con la obligación de este ex-niño en cautiverio, de decir: “Bueno, te tocó ser el más grande, te tocó decir cómo vos viste el encierro, cómo lo viviste, y de qué manera pasó tu vida alrededor de eso”. Sí creo que el libro trascendió a niños en cautiverio, por suerte, porque hablo de los miles de niños y niñas que fueron a ver padres, madres, tíos y que no necesariamente estuvieron en un cuartel, pero que pasaron por una revisación, que pasaron por levantarse a las 4 de la mañana y la única plata que tenían para el boleto era de repente no comer dos días para ir a visitar a un padre o a una madre por los costos que tenían, llegar y no encontrar a tu padre o a tu madre y volverse para atrás con las manos vacías… El libro aporta porque el rol que tuvieron esas familias resistiendo los embates de los represores por ser hijos, sobrinos, nietos, abuelas, padres, tíos, hermanos, fue brutal.

-Su madre aparece muy presente en el relato. ¿Qué cree que sentiría ella al ver el hombre en quien finalmente se convirtió?

-Estoy convencido que lo primero que mi vieja sentiría con la sonrisa es que soy músico. Era melómana de un romanticismo brutal. Amaba Los Ángeles Negros, Aldo y los Pasteles Verdes… Cuando ya salí de los cuarteles y era más grande, la iba a ver al penal y me hacía cantar. Después, ella tenía un compromiso social y político que su cuerpo, su chasis, pagó sus ideas. Somos el chasis de las ideas que defendemos. Considero que tengo un compromiso de justicia social plena, me he dedicado 40 años de mi vida a un proyecto político, pero no basado en el compromiso de mis viejos, sino basado en el mío, en el que adquirí. Soy de un barrio proletario, Pueblo Victoria, La Teja. Tengo un escepticismo importante en los aspectos espirituales, pero a la vez tengo una trascendencia de pensamiento que me hace fantasear, que mi vieja podría ver en mí y en mis hermanos una continuación. Sin ponerla en compromiso, porque tengo mis defectos y mis hermanos también. Soy lo que soy por mí. Tuve dos hijas, he sido un padre presente, soy un abuelo re baboso… ¿Cómo me vería mi vieja hoy? creo que bien, tengo la impresión que mucho no la cagué.

-La dictadura usó el monopolio de la fuerza para hacer sus acciones, pero ¿qué siente al ver que un gobierno electo democráticamente utilizó su poder para otorgarle un pasaporte a un narco?

-En general, cuando gana, la derecha instala rápidamente su agenda. En este caso, sacar todas las políticas sociales que hubo en nuestro país. En el primer año las deshizo todas. Si bien las leyes de derechos que fueron ganados están vigentes, el gobierno no garantiza que se puedan llevar adelante. Dejó a un costado políticas de género, de niñez y el apoyo social en términos alimenticios. ¿Por qué pasa lo de Marset? Porque también la derecha tiene esos caminos. La Ley de Urgente Consideración (LUC) le dio todas las ventajas al narcotráfico y al lavado de activos. Si querías adquirir una vivienda tenías que demostrar de dónde salía tu dinero. Esa ley deja claro que podés ir a un banco a depositar hasta 120.000 dólares sin que nadie te pregunte. La derecha viene con las cosas claras, no hay que subestimar a nadie, aunque es muy burra y desconoce al Estado por el asco que le tiene al Estado mismo y a las políticas sociales que el FA profundizó. Solo conocen el lugarcito de los curros, como la concesión por 60 años del puerto de Montevideo y en Salto, donde está la represa de Salto Grande, que es binacional con Argentina, acomodaron 40 cargos con sueldos de 3.000 dólares. Lo de Marset es escandaloso porque además deja a la luz el poderío del narcotráfico en Uruguay, que hoy en día es un lugar de interés para ese sector.

Entrevista: Axel Schwarzfeld