A los sesenta años, el abuelo de Mariano Luque se separó de su mujer con quien había tenido nueve hijos. Compró una montaña en Pan de Azúcar, cerca de Cosquín y se volvió a casar. Había trabajado varios años como paisajista en Córdoba capital, así que forestó el terreno y al bosque lo llamó “El Silencio”. Se volvió a casar y tuvo ocho hijos más. Tiempo después murió y fue enterrado en ese bosque, debajo de sus árboles. Mariano Luque, el nieto de su octava hija con su primera mujer, empezó a acercarse a los hijos de su segundo matrimonio con una cámara; se puso a filmar a quienes sería, en cierto modo, sus tíos que, en edad, son más chicos que él. Los árboles, cuarta película del cordobés Mariano Luque, cierra el Doc Buenos Aires, y al mismo tiempo, funciona como antesala y espejo invertido para el estreno de su tercera película, Otra madre. En una misma semana, se estrenan dos largos (ficción y documental) y la Sala Leopoldo Lugones prepara un ciclo con los cortos y las primeras películas de este realizador cordobés de apenas 31 años.   

 “Tanto Los árboles y como Otra madre son películas sobre el paso del tiempo” dice Mariano Luque desde Santiago de Chile, donde se encuentra realizando un laboratorio de desarrollo de proyectos para su quinto filme, “sobre las decisiones que tomamos en el presente”. Parece una sentencia demasiado general para una película que pone en imágenes decisiones cotidianas, acciones pequeñas, casi invisibles, de un grupo de mujeres. Luque insiste: “Los personajes de Otra madre son de distintas edades. Hay una parte de la película que sucede en el futuro. No quiero decir que es una reflexión, digamos que es una lectura mía, una mirada sobre el paso del tiempo. Creo que todo eso tiene un poco que ver con la edad, con haberme ido de Córdoba”. Luque nació en Sierras Chicas, un suburbio de la ciudad de Córdoba en 1986, y hace tres años que decidió “probar suerte” de Buenos Aires, después de recibirse en la Universidad Nacional de Córdoba y estrenar, no sin problemas, su ópera prima, Salsipuedes, primero en el Festival de Berlín y después en el Festival de Mar del Plata. “Se armó un escándalo porque las autoridades de la universidad no permitían que la película se viera antes de que ellos la aprobaran. Cuando se enteraron no me permitían presentarla como tesis. Así que hicimos un corto sobre todo ese proceso que vivimos con el estreno”.

Otra madre vuelve al terreno de Salsipuedes con una mirada lateral: si en su ópera prima, Luque revelaba las consecuencias de la violencia de género en una pareja disfuncional, su tercera película pone el foco en las relaciones horizontales de un grupo de mujeres y en la omnipotencia del patriarcado, aspecto que también se toca en Los árboles, cuando el hombre de la familia ha muerto y es enterrado bajo un árbol. Luque vuelve a evitar los lugares comunes o el sensacionalismo que se pueda destilar de la elección de sus temas. No hay golpes bajos ni bajadas de línea; se apoya en las conversaciones, las caminatas por el pueblo hacia el trabajo, el discurrir del tiempo. “Surge de imágenes sueltas, de cosas que van apareciendo y tomando forma. Tenía ideas sueltas de querer hacer algo íntimo. Situaciones cotidianas de una familia de mujeres, y la fuerza que sacan para seguir en el día a día. Quería darle importancia a los problemas cotidianos que viven estas mujeres, cómo se ayudan.” 

Para Mabel, su personaje principal, una mujer recién divorciada que lleva adelante la crianza de su hija con dos trabajos –como profesora de natación y en un negocio de ropa–, Luque se volvió a apoyar en el trabajo de Mara Santucho, la actriz y cantante de la banda Los Cocineros, con quien había trabajado en su ópera prima. “Quedé muy enganchado, encontramos un vínculo de trabajo, y nos entendemos con facilidad. Ella al poco tiempo había sido madre y eso lo volcó mucho en el trabajo actoral.” Pero el verdadero hallazgo de Otra madre es Julieta Niztzchman, la hija de Mabel, de cuatro años. Luque trabajó con ella desde el guión hasta que le soltó un poco la rienda de actuación y logró una interpretación muy natural, ligera y emotiva. A diferencia de Salsipuedes, Luque abrió un poco más el juego al registro documental; al trabajar con Eduardo Crespo en cámara e Ivan Fund en la asistencia (dos directores con una fuerte pata en lo documental), Luque descartó el storyboard que había diseñado (“Vengo del palo del dibujo, así que imaginate”) y se permitió algunas licencias durante el rodaje; luz natural, planos largos, intervenciones de no actores. En cierto modo, anticipaba el trabajo que haría con Los árboles, el documental sobre su abuelo. Aunque, asegura, el guión fue siempre riguroso; desde las escenas hasta los diálogos detallados, línea a línea. 

El paisaje en Otra madre juega un papel principal. Villa Allende, el pueblo en donde fue filmada la película, es un lugar intermedio entre el campo y la ciudad, y al mismo tiempo, el lugar de nacimiento de Luque, quien tenía una idea de los recorridos y las caminatas por donde quería que los personajes transcurrieran: “En las Sierras Chicas tenés que caminar mucho, tomarte el bondi, y los trayectos suelen ser un poco largos. Es una zona particular, porque no es urbano pero hay casas, aunque muy separadas entre sí. No es un barrio pero tampoco es campo. Está la ruta y para ir de un lugar a otro hay que caminar mucho, o esperar el colectivo muchas horas.” El paisaje fue lo que, en un momento dado, cuando se estrenó Salsipuedes, la crítica usó para encasillar su película con un grupo de realizadores cordobeses que estaban empezando a filmar en la provincia. Luque es un poco reacio al mote. Para Luque el Nuevo Cine Cordobés es más una estrategia de publicidad y de producción que de afinidad estética. “En una entrevista que me hizo Roger Koza planteó un nexo entre el Nuevo Cine Cordobés y la campaña De La Sota, Cordobecismo, una típica estrategia de comunicación que hace fuerza en Defendamos Córdoba. Muchos políticos han capitalizado esa idea, esa cosa separatista, que los cordobeses somos los mejores, el antiporteñismo, etc. Y con eso vienen ganando las elecciones. Me parece que el Nuevo Cine Cordobés tuvo un poco ese gesto insular: películas enlistadas en un mismo movimiento por el mero hecho de transcurrir en Córdoba, sin pensar en sus tensiones ni sus particularidades, un criterio territorial, regionalista, y me parece que una película se vale mucho más que con el lugar o el territorio. Se trata de la forma de mirar ese lugar o ese territorio”.