En esta muestra nos hemos propuesto reunir la obra pictórica y gráfica de Eduardo Sívori (Buenos Aires, 1847-1918), toda la que hemos hallado hasta ahora, con el propósito de dar inicio a una catalogación razonada de la vasta producción de quien fue el principal protagonista de la generación de primeros modernos argentinos a fines del siglo XIX. Desde la exposición póstuma organizada por su discípulo Mario Canale y la Comisión Nacional de Bellas Artes (CNBA) en 1919, no se ha dedicado una exposición retrospectiva a este artista, a quien se conoce apenas por algunas grandes obras como Le lever de la bonne (El despertar de la criada), con la cual suscitó el primer escándalo artístico en Buenos Aires en 1887.

Eduardo Sívori fue quien desplegó una producción artística más amplia y sostenida de todos aquellos primeros modernos argentinos, no solo fundadores de la primera Sociedad de artistas, sino también de todo lo que vino después, en el período de entresiglos: academia, museo, salones. Era el mayor de todos ellos. Un periodista lo caracterizó como “el más viejo de los jóvenes”, el único que había viajado a Europa a comienzos de la década de 1870 y que, a su regreso, compartió con sus jóvenes amigos las ideas acerca de la modernidad artística francesa y la pintura al aire libre, su admiración por Jean-François Millet y la Escuela de Barbizon. Fue también el más constante y profesional de todos ellos. Aun cuando no necesitaba vender sus cuadros para sostenerse económicamente, envió obras a todos los salones parisinos durante su estadía en la capital de Francia y expuso en la totalidad de los salones argentinos, desde su regreso a Buenos Aires hasta su muerte.

Hemos dividido esta vasta exposición en cinco secciones en un orden que, si bien no es estrictamente cronológico permite seguir el hilo de los intereses, líneas de reflexión, ideales estéticos, redes de afectos y trascendencia de este artista singular en la historia del arte en la Argentina (…).

Fue durante su segundo viaje a Europa, entre 1883 y 1891, cuando Eduardo Sívori encaró sistemáticamente el estudio de la pintura en la Academia Colarossi y adoptó el estilo naturalista, que por entonces disputaba con el posimpresionismo el espacio de las nuevas tendencias en el Salón de París. Y fue una elección deliberada. No supuso ―como sostuvo una historiografía eurocéntrica y evolucionista― una “ceguera” frente al impresionismo. Envió obras a esa gran vidriera internacional desde 1887 hasta su regreso a la Argentina, y le fueron aceptadas pinturas todos los años, en ocasiones dos o tres en un mismo Salón. Todos esos grandes cuadros que hemos podido localizar se exhiben en esta sección, de gran importante en el contexto de esta exposición.

Los cuadros realizados en Francia en esos años muestran un oscuro clima de crítica social en un estilo naturalista que comparten con las obras de otros artistas latinoamericanos que actuaron en la capital francesa por entonces, como los venezolanos Arturo Michelena (1863-1898), Antonio Herrera Toro (1857-1914) y Martín Tovar y Tovar (1927-1902); los brasileños Víctor Meirelles (1832-1903) y Pedro Americo (1843-1905); el colombiano Francisco Antonio Cano (1865-1935), y el chileno Pedro Lira (1845-1912).

Si se examinan esas obras de Sívori en conjunto, se percibe en ellas un particular interés por el universo de las mujeres trabajadoras, de clase baja, en la ciudad moderna: empleadas domésticas, criadas, cantantes de cabarets nocturnos, entre otras. Este es el asunto no solo de su cuadro más célebre, Le lever de la bonne ―el desnudo que causó escándalo en Buenos Aires cuando Sívori lo envió a la Sociedad Estímulo tras su exhibición en el Salón de París en 1887―, sino también de La petite rentière, La nouvelle bonne (ambas de 1889) y Alouette de Barrière (1890), del que apenas se conservan dos fragmentos, pero que conocemos por fotografías y grabados de la época. Un clima equívoco, que sugería las oscuras redes de la prostitución en el caso de las jóvenes trabajadoras domésticas, se trasunta en estas obras.

Sin duda, la pintura más radical fue El despertar de la criada, un impactante desnudo de una mujer de clase baja, con pies callosos, formas fuertes y rotundas, y un tono oscuro en la piel. Un cuerpo así no se representaba desnudo, aun cuando fueran muchas las mujeres sumidas en la miseria que se desplegaron en la pintura naturalista. Por el contrario, siempre se las representaba vestidas. Las reacciones ante el cuadro de Sívori fueron de desagrado por el tema, incluso de franca crítica por “exponer al público” semejantes “fealdades”, pero a su vez esta obra lo consagró como pintor. Por ella fue reconocido en Buenos Aires como un artista de extraordinario talento y manejo de la técnica (…).

Luego del regreso a Buenos Aires, Sívori aclaró su paleta y abandonó casi por completo la pintura de asunto. Hizo muchos retratos, como veremos más adelante, pero aquello sobre lo cual volvió una y otra vez fue la inmensidad del paisaje de la pampa. A lo largo de su vida, Sívori dedicó especial atención a la búsqueda de un paisaje pampeano que fuese a la vez moderno y único, sobrecogedor (…)

Aun cuando nuestro pintor más de una vez se lamentó de que la única ocupación rentable de los pintores argentinos fueran los retratos, y en algún momento de su carrera no consideró este género más que como un modo de ganarse la vida en una ciudad que no apreciaba el arte, algunas de sus obras más célebres y justamente valoradas son, precisamente, retratos. (…)

Eduardo Sívori fue, a la vez, un maestro admirado y amado por sucesivas generaciones de estudiantes.(…) Aquel viejo que siempre fue joven despertó vocaciones y dedicó su vida no solo a la creación de un arte nacional en la Argentina, sino también a la enseñanza, la conformación y el sostén de instituciones artísticas. Además de fundar la Sociedad Estímulo, participó en la organización de las exposiciones del Ateneo, y fue un actor clave en la creación del Museo Nacional de Bellas Artes, la nacionalización de la Academia de Bellas Artes y en la organización de los Salones Nacionales de Artistas desde 1911. (…)

Al reunir y repasar la producción de Sívori reconocemos a una generación de artistas e intelectuales que pusieron sus privilegios de clase, su talento y sus conocimientos al servicio de un compromiso vital en función del bien común y del despliegue de las artes de cara a las generaciones futuras.

* Curadoras de la exposición, que sigue en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Av. del Libertador 1473, hasta el 4 de febrero. Fragmentos editados del texto del catálogo.