Ernesto Bohoslavsky es historiador, dirige el Grupo de Trabajo de Clacso llamado “Derechas contemporáneas: dictaduras y democracias” en el cual participan sociólogos, historiadores y politólogos. Teniendo en cuenta los aspectos específicos de cada país de la región, se pueden pensar ciertos vectores comunes: el lugar que tiene el Estado para estas derechas, la composición de sus bases (si es que las hay), las características sociológicas y culturales de la población que acompaña estos procesos, el miedo a convertirse en Venezuela, su configuración en torno de las ONGs, entre otros. Lo cierto es que resulta necesario conocer en profundidad estos procesos que llevan más de una década de construcción política y muestran una alta eficacia –lo que no equivale a legitimidad en todos los casos– en sus métodos para acceder al poder.

–En el Grupo de trabajo de Clacso que Ud. dirige hablan de “derechas contemporáneas”. ¿Qué entienden por contemporáneas? Hay todo un debate sobre la caracterización de estas derechas.

–En el grupo participa gente que viene de historia, ciencia política y sociología. Teníamos que encontrar una categoría que nos permitiese trabajar juntos y pensar problemas actuales. De ahí la caracterización de “contemporánea”. Con esto hacemos referencia al tiempo del cual uno tiene memoria personal y se refiere al barro en el cual uno está metido, no sólo a través de los libros sino por medio de la experiencia personal. ¿Cuando empieza lo contemporáneo? Bueno, ese es uno de los deportes favoritos de los historiadores. Creemos que hay una serie de innovaciones en estas derechas que surgen a principios del siglo XXI, a partir de lo que se dio en llamar la “marea rosa” en referencia a los gobiernos más de izquierda. Ahí lo contemporáneo tiene que ver con los últimos 15 o 20 años. Es una definición pensada para América Latina pero que después a nivel nacional siempre hay que ajustarla. Estamos ante un cambio de época, donde uno encuentra saltos y diferencias respecto de lo que marcó la época de los 80’ y los 90’, la agenda de la transición y consolidación de la democracia y la implantación de modelos económicos neoliberales. Hace quince años que estudio a las derechas en diversos momentos del siglo XX y en varios países de América Latina. Cuando empecé con esto era un objeto de estudio “frío”, no generaba ningún tipo de engranaje o de polémica fuera de los especialistas. Hoy, estudiar a las derechas es una cuestión de salud pública, es decir, un problema de primera magnitud. De hecho, que en Clacso nos hayamos juntado historiadores y politólogos de distintos países da cuenta de esa cuestión. Clacso normalmente financia grupos que estudian a los jóvenes, campesinos, mujeres, sectores vulnerables, pero ahora decidió apostar al estudio de las derechas y me parece que expresa un calentamiento del tema que excede las preocupaciones de los académicos y que se entronca, creo yo, en un interés social notablemente más amplio. El punto es cómo establecer lazos de colaboración entre un saber más académico y una praxis política.

–El planteo de que hay algo novedoso en las derechas latinoamericanas es algo que está resonando en varios análisis de coyuntura.

–Es una pregunta recurrente saber qué tiene de nuevo lo nuevo. Pensemos que la derecha de Chile de finales de los años 60 también se llamó nueva derecha. La novedad tiene que ver con la capacidad para mostrarse como nuevos. No sólo ser nuevos, sino mostrar convincentemente que son nuevos. En ese aspecto creo que son más exitosos: en convencer de que son nuevos más que en serlo. Convendría diferenciar lo que son de lo que ellos aseguran que son. Uno de los puntos centrales tiene que ver con cómo se define a sus enemigos puesto que todas las fuerzas políticas recortan su identidad no sólo por una serie de valores sino por quienes quedaban afuera de esa alianza. Me parece que cuando uno mira el caso de Brasil, Argentina, Paraguay o Ecuador, encuentra un miedo transnacional en torno del fantasma bolivariano que expresa varias cosas a la vez: la posibilidad de un orden internacional alternativo al que se encuentra orientado por el libre mercado o tratados de libre comercio. Trasluce, además, una amenaza en términos identitarios, divergencias ideológicas a pesar de que el horizonte bolivariano está actualmente menos definido y sólido de lo que sus enemigos dicen. Su capacidad para amenazar el orden global está hoy notablemente reducida y es más simbólica que fáctica. Sin embargo, parece funcionar como un aglutinante. A fines del siglo XVIII el miedo era a que se reprodujera Haití, en la década de 1950 el miedo era una nueva Guatemala, en el decenio siguiente el temor era la repetición de Cuba. En el siglo XXI el gran miedo es a la reproducción de Venezuela. El caso de Brasil es muy particular puesto que allá opera el anticomunismo cuando en realidad no hay comunismo desde hace décadas. ¿A qué se teme cuando se desconfía de los médicos cubanos que trabajan en el nordeste de Brasil?¿Qué es lo que ese fantasma significa? ¿Por qué resulta convincente o verosímil que el gobierno de Dilma marchaba efectivamente hacia algo parecido a Venezuela?

–¿Cree que hay un cambio cultural en las sociedades latinoamericanas, en sus sistemas de valores, que hacen que estas derechas puedan instalarse en la región?

–Algo de eso es probable que esté sucediendo aunque es difícil de medir. Incide también cierto desgaste inevitable con gestiones sostenidas por mucho tiempo. El chavismo gobierna desde 1998. Aún cuando hubiese sido un gobierno perfecto (que distó de serlo) son casi 20 años. El PT gobernó en Brasil casi 15 años y así sigue la lista. Eso genera un desgaste y expectativas de cambio, que a veces la derecha aprovecha mejor. Creo que algo de esto incide en los procesos y las transformaciones a nivel de los valores. En algunos casos, como en Brasil, hay que tener en cuenta que un cuarto de la población pertenece a alguna corriente de pensamiento neopentecostal. A esa población difícilmente le tiente una agenda de legalización del aborto, casamiento entre personas del mismo sexo, despenalización del consumo de drogas, etc. Entonces, en términos de transformación de valores, creo que hay un desplazamiento desde las posturas más solidarias y cooperativas hacia un sistema de valores más individualistas y conservadores. Eso me parece muy claro. La gran pregunta es por qué aquellos que más pierden en términos materiales bajo la promoción de estos valores, son aquellos que apoyan a estos gobiernos.

–En el GT de Clacso, buscan analizar a las juventudes y a los movimientos de mujeres de derechas. ¿Cual sería una caracterización posible?

–Un punto que me parece interesante del proyecto es la percepción de que quienes apoyan a la derecha, o son la derecha social, son muchos más que los beneficiados directamente por las políticas públicas con esta orientación. Ello es resultado de un proceso de hegemonía por el cual sectores que no llevan las de ganar, sienten que su patria es ésa y no otra. Lo relevante de percibir ese fenómeno es que le devuelve centralidad al estudio de los procesos de identificación política. Las opciones políticas no se derivan exclusivamente del bolsillo, sino también de procesos más complejos donde ciertos sectores se sienten más ligados o más apartados respecto de algunas orientaciones.

Considero desafiante hacer el ejercicio con las mujeres en particular, porque normalmente se ha considerado que las mujeres tienen más inclinación a la derecha, porque son conservadoras respecto del orden familiar. En cambio, los varones serían más propensos a la izquierda, a los desafíos y a la movilización. Esta lectura es profundamente machista, pero además es reduccionista: ningunea la existencia de mujeres que efectivamente hicieron la revolución o de mujeres ansiosas de que esposos e hijos marchen a la guerra. Es importante desnaturalizar las opciones políticas que toman las mujeres y estudiar sus procesos de identificación política. Las mujeres nazis están muy estudiadas: estaban felices de mandar a sus hijos a la guerra, porque entendían que se encontraba en juego el destino nacional por sobre el individual. Una investigadora norteamericana, Margaret Power, investigó sobre las mujeres opositoras a Allende en Chile. Ella destacó que estas mujeres se organizaron políticamente de una forma muy moderna, autónoma y por fuera de los carriles estatales, pero con una ideología que no era feminista. Eran mujeres que desplegaron un conjunto de prácticas políticas como estar en la calle, forcejear y a veces agarrar armas para defender a la familia tradicional y a su lugar subordinado en ella.

–¿Cuál es el lugar del Estado para esta derecha contemporánea?

–Hace unos meses apareció Un libro muy reciente del irlandés Barry Cannon, The Right in latin America, basado en numerosas entrevistas realizadas a líderes de derecha de varios países latinoamericanos. Cannon demostró que en ellos hay una orientación neoliberal, en el sentido de que insisten en que el Estado tiene que desregular y brindar oportunidades a quienes tienen mayor capacidad para emprender. Y si bien en esas entrevistas no se veía un abandono de la faceta más social del Estado, se mostraba una mayor creencia en la capacidad del mercado para proveer servicios y oportunidades que normalmente proveía el Estado. En el fondo, hay una fuerte creencia en que el mercado podrá encargarse de todo y que, allí donde no alcance, debería estar el Estado supliendo ese límite.

–Sobre la continuación de programas sociales ¿Considera que existen diferencias sustanciales en términos de políticas públicas?

–En algunos casos hay líneas de continuidad y en otros países hay una ruptura explícita. Y a veces hay continuidad de facto con ruptura simbólica. El gobierno de Temer es de quiebre respecto de la agenda del PT: la reforma laboral, la reducción de los presupuestos universitarios, reforma previsional, etc. Ahora, en el gobierno de Macri hay modificaciones regresivas de las políticas sociales, pero no hay –o no hay todavía– una privatización del sistema previsional ni una eliminación de la AUH. Otros cambios, por ejemplo, en la política científica o de regulación del mercado de comunicaciones, son muchos más evidentes y programáticos. Hay recortes y también hay torpezas, evidentemente, pero no sé si hay una voluntad de avanzar en términos de destrucción completa de las políticas sociales heredadas. No veo una orientación hacia un suicidio político, ni mucho menos. Lo que sí creo, es que hay una confianza en que el mercado resolverá las cosas, pero hasta que eso ocurra parece necesario un Estado social mínimo, bastante diferente de un Estado innovador, como fueron los gobiernos de Evo Morales, de Michelle Bachelet, de Lula o de Cristina Fernández, es decir que sean agresivos con sus políticas sociales.

–El gobierno viene negociando con cada sindicato, de a poco, con una jugada de desprestigio a los sindicalistas opositores, etc. ¿Es posible o necesaria una reforma laboral, como la de Brasil, aplicada en Argentina?

–Es difícil de saber. Los organismos multilaterales tienen en agenda una reforma, y el Poder Ejecutivo ha insistido en ese punto. No sé cuán viable es introducir esto en Argentina, porque enfrente hay rivales de peso. Los sindicatos son entidades poderosas en Argentina, todavía, por lo menos más que que en Brasil en términos relativos. Creo que los sindicatos argentinos muestran una gran capacidad para resistir, en el buen y en el mal sentido. Por un lado el sindicalismo argentino ha logrado confrontar a muchas modificaciones neoliberales. Pero además son en muchos casos resistentes a cualquier tipo de modificación democratizante de su funcionamiento. Cuando uno sale del mundo CTA, se pueden encontrar casos de poca democracia interna, liderazgos muy personalistas, muy extendidos en el tiempo y con recurrente uso de violencia física para amedrentar o perseguir a opositores y militantes del propio gremio. El desafío es cambiar lo que nos interesa cambiar del mundo sindical argentino, sin abrazar una legislación que llegue a ponerlos en crisis.

–En el análisis sobre las derechas históricas de la Argentina, ubica la necesidad de estas de proscribir a los partidos que recogen simpatías populares. Actualmente no hay proscripción, sin embargo, ¿Se puede pensar su análogo en la persecución mediático–judicial?

–En este sentido se puede decir que las derechas están forzando las reglas, más de lo que las están violando. En el caso del golpe de Paraguay contra Lugo, utilizaron el formato de juicio político express, que claramente atenta contra el derecho de debida defensa. Pero hicieron algún tipo de pantomima de que lo resolvían las instituciones. El juicio político contra Dilma, era insostenible como para destituirla. Sin embargo, lo llevaron adelante a través de una votación que ganaron en el Senado. Están en el borde: no rompen con la legalidad, no son golpes de Estado como el de Honduras, donde al presidente Zelaya lo sacaron en pijama del palacio presidencial. Es un camino pedregoso y ambiguo para el cual resulta indispensable tener un poder judicial que esté dispuesto a avalarlo y máquinas mediáticas que le den sentido a lo que ocurre. Si uno piensa el proceso de esa manera, puede entender por qué cuando no prospera la vía político–partidaria, las derechas exploran otras vías. Esto se ve muy claro en Venezuela, donde está jugando en el campo de las presiones en la calle, en los medios, en la vida económica, en los foros internacionales, y todo esto al mismo tiempo.

–¿Cómo modifican las ONG  (políticas) al escenario político-partidario tradicional?

–Las ONG parecen haber conseguido un espacio de inserción profesional y político para sus integrantes y un ámbito propicio para la difusión de ciertas ideas. En los 80’ y los 90’, cada partido buscaba a sus autoridades y responsables políticos entre sus cuadros. Desde finales de los 90’ y lo que va de este siglo, los especialistas no tienen necesariamente un filiación partidaria: son expertos que tienen la capacidad para mostrar que poseen un saber neutral que es comercializable. Pueden, literalmente, venderlo: asesorías, producción de informes, proyectos legislativos, etc. Las ONG tienen una serie de ventajas respecto de otras organizaciones: son trasnacionales, pueden funcionar en diversos escenarios; pueden recibir dinero del exterior; no tienen la obligación de rendir cuentas públicamente, es decir, pueden predecir una inflación del 50 por ciento, y si se equivocan no pasa nada; no deben explicar por qué asesoraron a tal o cual gobierno. Tienen un lugar de funcionamiento un poco gris, están debajo de la superficie pero tienen un vínculo permanente con el Estado porque este recluta allí recursos humanos, ideas, políticas, etc. Esos aspectos les dan ventajas operativas respecto de otras organizaciones que sí están sometidas a una valoración, ya sea en términos electorales o de la opinión pública.

En muchos casos funcionan como un espacio de formación de líderes: personas que se van formando en emprendedurismo, y políticas sociales y que luego dan un salto a la política pero que no parten desde una formación político–partidaria. En determinado momento deciden convertir su capital social en capital político. Hay varios estudios hechos sobre think tanks en América Latina, lo que se sabe es que los más importantes son los de inspiración neoliberal. Son organizaciones con capacidad para incidir en la agenda, para producir información calificada que es vendida tanto a autoridades como a inversores y que apuntan a ejercer una influencia concentrada sobre la cúspide social y política, que toma las decisiones más importantes.

–Mencionaba al “emprendedor” como un nuevo agente para el Estado, el nuevo destinatario de las políticas públicas. ¿Cómo sería eso?

–Algunos estudios muestran que cuanto más alto es el porcentaje de los emprendedores, (entendiendo por emprendedores a aquellos que tienen un trabajo autónomo), peor es la calificación de ese país en términos de desarrollo humano. Donde existen más relaciones formales en términos de dependencia laboral el nivel de desarrollo humano es más alto. Por el contrario, en países con más gente suelta y emprendedores, hay mayor vulnerabilidad. La historia de los emprendedores que se difunde es la de aquellos a los que les fue bien, que armaron una punto.com y se volvieron millonarios Pero no cuentan la historia de los miles que crearon punto.com y se hundieron. Esa es una primera cuestión estructural: el emprendedurismo puede ser pensado como un culto a la vulnerabilidad. Esta idea que también estuvo muy presente el primer año de gestión del gobierno de Macri que incentivaba a dejar el empleo y salir a buscar lo que la vida nos tiene preparado. Todo bajo la idea, muy new age, de “si sucede, conviene”. Para mí esto es claramente basura ideológica. Para este discurso las cadenas de seguridad y solidaridad social son paralizantes para el individuo e inhiben su capacidad. Esto reproduce la falsa idea de que el hambre impulsa la creatividad. La figura del emprendedor es un ente individual que guiado por una especie de lotería genética descubrió lo que podía vender y de qué manera. Su “éxito” es el resultado de una genialidad individual más que de una construcción colectiva o de políticas públicas. Ese emprendedurismo desplaza o erosiona el interés social en mantener relaciones laborales formalizadas y lazos intergeneracionales que sostengan la política previsional. Promueve relaciones laborales y comerciales informales y temporales, de manera que aquel que quiera huir de ese universo económico supuestamente sobrerregulado o sobreprotegido pueda hacerlo, para alcanzar así la prometida felicidad.