El cambio climático es una realidad. Para mantener los estándares de 1,5 grados Celsius por encima de la temperatura media de la era preindustrial, que dentro del daño irreversible del calentamiento global sería tolerable para que el mundo siga siendo un lugar habitable, es preciso apostar a la generación limpia y llegar a 2050 con emisiones cero. Pero no depende solo de un recambio tecnológico. Caras y Caretas dedica su número de diciembre, que estará en los kioscos el domingo opcional con Página/12, a este tema acuciante de la agenda ambiental.

En su columna de opinión, María Seoane sostiene que “el auge de las derechas fascistas en el mundo es una barrera al avance del Acuerdo de París y otros, aunque limitados, sobre el efecto invernadero y explotación de cursos de agua y desertificación del mayor pulmón verde del planeta, el Amazonas. La llegada de Lula da Silva y la salida de Jair Bolsonaro de la presidencia de Brasil mejoraron el panorama de defensa del Amazonas, explotado por bandidos. Está claro que el anarcocapitalismo es la doctrina favorita de los motosierreros del siglo XXI. Algunos líderes políticos de derecha, como Donald Trump, Jair Bolsonaro y el recién inventado por X de Elon Musk, y flamante presidente de la Argentina, Javier Milei, que asume en medio de una crisis social gravísima, se sitúan en el grupo de aquellos que niegan la agenda del cambio climático. En una entrevista realizada en 2021, el economista libertario expresó su escepticismo sobre el calentamiento global y culpó al ‘socialismo’ y al ‘marxismo cultural’ de impulsar políticas relacionadas con esta problemática. El estilo de estos líderes anarcocapitalistas, terminators para el estilo de gobiernos democráticos, es un enigma, y el curso de sus políticas en este frente también. Porque si algo se sabe es que estos grupos de nuevos depredadores seriales –socioculturales y ambientales– no pueden corregir el rumbo de sus políticas porque apuestan a escenarios apocalípticos, donde la violencia determine quién gana: el caos es su mejor aliado”.

En su editorial, Felipe Pigna reproduce una carta el jefe Seattle, de la comunidad swamish, al presidente estadounidense Franklin Pierce, que en 1854 le pidió a la comunidad indígena del oeste de los Estados Unidos que aceptara una oferta económica por sus tierras y el traslado a una reserva: “Cuando el Gran Jefe Blanco de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. Pero eso no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua cristalina que escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus hijos que ella es sagrada y que los reflejos misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deberán recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por tanto deberéis tratar a los ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada”.

Desde la nota de tapa, Marina Aizen explica y problematiza las perspectivas respecto del cambio climático: “En solo dos siglos, la civilización humana ha sido capaz de inflar desproporcionadamente el volumen de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Fue de 285 partes por millón (ppm) a 418 ppm. Y eso desencadenó un proceso de cambios físicos que se están acelerando rápidamente: los polos están inquietantemente inestables, los glaciares desaparecen, ríos y lagos se secan, llueve torrencialmente o no llueve nunca, los huracanes son infernales, sube el nivel del mar. Y hace mucho calor. Ahora nuestro lindo mundo azul parece querer emular a Venus. La buena noticia es que se puede frenar la escalada del termómetro. Eso demanda apostar plenamente en un término a la generación limpia y llegar a emisiones cero antes de 2050. La ecuación parece sencilla porque hay instrumentos para salvarnos. Pero hay un temita que todo lo complica: esta no es solo una cuestión de recambio tecnológico. Es un asunto de poder”.

María Inés Carabajal escribe sobre los peligros del negacionismo ambiental. Horacio Fazio analiza el cambio climático en relación con los modos de producción del capitalismo. Luciana Clementi aborda la transición energética. María Elena Saludas reflexiona sobre el modelo extractivista, que depreda los recursos naturales.

Sabrina Pozzi da cuenta de las consecuencias del monocultivo y el desmonte. Josefina Bordino sostiene que el planeta se encuentra al borde de la sexta extinción masiva de especies. Y Oscar Muñoz analiza la situación de los recursos hídricos.

Desde la perspectiva de la ecofilosofía, Alicia Irene Bugallo propone alternativas para un planeta habitable. En tanto, Gustavo Sarmiento analiza la deuda ecológica de las grandes potencias. Y Ricardo Ragendorfer aporta su clásica crónica negra, esta vez, con el telón de fondo en el Amazonas.

El número se completa con entrevistas con Flavia Broffoni (por Olga Viglieca), Sergio Federovisky (por Demián Verduga), Sandra Díaz (por Damián Fresolone) y Cecilia Gárgano (por Adrián Melo).

Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.