PáginaI12 En Cuba
Desde Santiago de Cuba

La ceremonia fue privada. Hasta ahora Raúl Castro, obligado a controlarse por sus cargos de Presidente y primer secretario del Partido Comunista de Cuba, había conseguido no quebrarse del todo por la muerte de su hermano. Su voz tembló en un momento del viernes en que anunció el fallecimiento. La voz volvió a temblar este sábado a la noche cuando, en la Plaza de la Revolución de Santiago de Cuba, cerró su discurso con un grito final que casi se le ahoga: “Hasta la victoria”. Ayer, muy temprano en la mañana, la familia pudo llorar en el cementerio de Santa Ifigenia. Las cenizas de Fidel ya están enterradas.

El cementerio de Santa Ifigenia es distinto a otros. Las piedras son blancas y le quitan una parte del carácter sombrío que tienen todos los camposantos del mundo.  

La familia de Castro (¿o el propio Castro?) eligió como tumba una roca blanca de Sierra Maestra. Una enorme piedra irregular. Ni mausoleo ni gran monumento. Solo se lee una palabra: “Fidel”. En negro. Ni siquiera un apellido. Lentamente Raúl depositó allí el cofre de cedro con las cenizas de su hermano. 

Los restos de Fidel quedaron cerca Carlos Manuel de Céspedes, el jefe de la revolución social y de independencia de 1868 y de José Martí, el líder del Partido Revolucionario Cubano muerto a comienzos de la guerra con España, en 1895. Y más cerca de Frank País, el dirigente del Movimiento Revolucionario 26 de Julio creado por los rebeldes para apoyar en las ciudades la guerrilla de Sierra Maestra. País fue asesinado por la policía secreta a los 22 años en 1959. Hoy tendría 77 años. Fidel trazaba siempre un hilo entre las rebeliones del siglo XIX y las rebeliones que dirigió en el XX. Martí y Frank son dos de los nombres de ese hilo.

El cortejo salió a las siete de la Plaza de la Revolución y llegó a Santa Ifigenia rodeado de la solidaridad popular. En el camino hubo otra vez un cordón humano a cada lado, como en toda Cuba. El sol santiaguero ya pegaba de manera implacable, sin una nube y sin un atisbo de viento fresco. Algunos portaban gorra de béisbol. Otros y otras se animaron a exponer la cabeza a los 33 grados de mañana. Cada uno tenía una bandera cubana. Muchos, un brazalete con los colores rojo y negro y el número 26 por el MR-26.  

La contraposición de momentos resultó nítida. Los homenajes en La Habana fueron masivos, con dos días de cola, el lunes y el martes, para firmar el libro depositado junto a un gran retrato de Castro. Luego los cubanos pudieron agolparse en el camino por donde transitó la cureña con las cenizas.

Y tras la inhumación privada, igual los cubanos se quedaron parados fuera del cementerio, tal vez para completar instintivamente su duelo personal. El “Yo soy Fidel” es una consigna política, sin duda, pero sobre deja lugar a la asunción individual del significado de Castro para cada uno.

Silvio

Silvio Rodríguez fue uno de los pocos que hizo público cuál es su Fidel. No solo ahora, que acaba de cumplir 70 años después de la muerte de Castro y pidió “gloria eterna” al líder cubano.

En algún momento escribió su canción El necio, en rigor un título de doble sentido para quienes veían a Fidel como necio y no tenaz, y dijo que había pensado en Fidel para componerla.

“Lo que me llevó a escribir –dijo una vez Silvio– fue el ambiente ideológico de fines de los 80, principios de los 90, con el derrumbe del campo socialista. Ya estaba la glásnost en la Unión Soviética y se veía que aquello apuntaba hacia algo catastrófico. Hubo varios periodistas en La Habana que me preguntaban por qué no me pronunciaba al respecto. Y yo pensaba, sigo pensando y siempre pensé igual, que no tengo tampoco por qué pronunciarme acerca de cada cosa que sucede. Ese no es mi oficio, no es mi trabajo. A veces no tengo nada que decir, o se está produciendo todavía un proceso de acumulación necesario para que en algún momento se convierta en expresión y brote. Mientras tanto, no puedo hacer nada, ni forzar las cosas, porque no me sale una buena canción”.

“Es mejor quedarse con la boca cerrada a hablar boberías”, explicó Silvio. “Y en el caso de la canción, es más imperdonable todavía, porque, ¿cómo tú vas a hacer trascender algo que no vale la pena?”

Dice El Necio: “Para no hacer de mi ícono pedazos./ Para salvarme entre únicos e impares. / Para cederme un lugar en su parnaso. / Para darme un rinconcito en sus altares./ Me vienen a convidar a arrepentirme, / me vienen a convidar a que no pierda./ Me vienen a convidar a indefinirme. / Me vienen a convidar a tanta mierda”.

Sin culto  

Una de los tramos más significativos del discurso de Raúl Castro el sábado a la noche estuvo dedicado al culto a la personalidad de Fidel. Es decir, a la voluntad de Fidel de que no hubiera antes y no nazca después de muerto lo que Raúl definió como “culto a su personalidad”. 

La cremación resuelta por el mismo Fidel impidió que algún fanático soñara con embalsamar el cuerpo.

Nada de monumentos. 

Nada de invadir Cuba con cuarteles, fábricas, canales de televisión, calles y plazas con el nombre de Fidel Castro. 

Raúl dijo que Fidel rechazó en vida esa práctica. 

Prometió el presidente cubano que para asegurar el deseo de Fidel el gobierno enviaría al congreso los proyectos de legislación necesarios para institucionalizar las convicciones del líder muerto.

No se trata de algo menor en un sistema político socialista. El “culto a la personalidad” es una categoría soviética. Así fue como, por ejemplo, el primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética Nikita Kruschov definió en el XX Congreso de la agrupación el período de José Stalin. Lo hizo, naturalmente, con Stalin ya muerto. 

El “culto a la personalidad” era más que una simple obsesión por rendir homenaje en vida al jefe de turno, que en el caso de Stalin abarcó casi 30 años seguidos. Era más que una inundación de retratos. Reflejaba un extremo centralismo político y una verticalidad capaz de ahogar todo tipo de participación democrática y de reflexión crítica, incluso dentro de los círculos más altos del propio PCUS. 

El “culto a la personalidad” de un jefe muerto también tiene un efecto político porque congela el pasado, endiosa al que falleció, construye retrospectivamente una historia falsa y crea un dogma. Además, termina cansando a la gente de a pie, que se ve sometida a una hiperpolitización de las formas que encima despolitiza en el fondo. 

La conversión de los deseos de Fidel en leyes podría servir como un intento de disuadir a cualquier burócrata de utilizar el pasado como una justificación de la necesidad de congelar la Revolución Cubana. 

La China de hoy no invoca las 24 horas de los 365 días del año a Mao. Lo hizo durante la Revolución Cultural de 1967.

El Vietman actual rindió su gran homenaje a Ho Chi Minh, al punto que su principal ciudad lleva el nombre del líder fallecido, pero tampoco su memoria. 

Corea del Norte vive atada al culto a la personalidad de Kim Il Sung. 

Acaban transformándose en una caricatura. 

A Silvio no le gustan las caricaturas. Dice El Necio: “Yo no sé lo que es el destino./ Caminando fui lo que fui./ Allá dios, que será divino./ Yo me muero como viví”.

Hay dos costados en el “culto a la personalidad” de los muertos. El primero es el costado político de fondo. La cristalización del pensamiento y la imposibilidad de avanzar. O la coartada para no hacerlo. Y la caricatura. 

¿Qué costado habrán querido afrontar Fidel (en vida) y sus compañeros de la conducción cubana, sobre todo Raúl como número dos? ¿Los dos, el político y el folklórico? El futuro lo dirá, pero de todas maneras el discurso de Raúl y las leyes futuras podrían ser útiles para marcar el tono a miembros de la segunda línea afines a un estilo más rígido. 

Algunos periodistas de radio, los menos, incurrieron durante la última semana en la hagiografía, el relato sobre Fidel como un santo. Chocaron con el tono de los chicos y las chicas en la calle, que mostraban su pesadumbre pero tenían pocas palabras para expresarla. Lo más humano en estos casos es callar, como recomendaba Silvio. Salvo que uno pueda cantar esto: “Dicen que me arrastrarán por sobre rocas./ Cuando la revolución se venga abajo./ Que machacarán mis manos y mi boca. /Que me arrancarán los ojos y el badajo. /Será que la necedad parió conmigo./ La necedad de lo que hoy resulta necio./ La necedad de asumir al enemigo. /La necedad de vivir sin tener precio”.

Algunos no lograr callar. El jueves a la noche, cuando las cenizas habían llegado a Bayamo, inició la vigilia de homenaje el primer secretario del Partido Comunista de la provincia de Granma. 

El mensaje hubiera dejado feliz a un enemigo de la Revolución Cubana. El camarada llamó a los reunidos a “seguir rindiendo homenaje con la marcialidad que han demostrado” y con “la disciplina y la organización de siempre”. Los homenajes que siguieron la caravana de la libertad de La Habana a Santiago fueron ordenados y organizados pero en ningún momento marciales. Y no mostraron otra disciplina que el orden mínimo necesario para reunir multitudes y garantizar que cada uno de los cubanos pudiera agitar su bandera al paso de la cureña con el cofre de cedro envuelto en la bandera de Cuba. 

El discurso sonó irreal. Una formalización que no reflejaba la cotidianeidad de los sentimientos expresados desde que Fidel murió el viernes 25 de noviembre a las 22.29 de la noche.

A veces esa irrealidad impostada es solo un estilo. Otras, el estilo es el fondo.

Fidelismos

Dejar con la rienda suelta a un fidelismo de monumentos podría sepultar el fidelismo del corazón que vivió y vive Cuba. El liderazgo de Castro se fue construyendo con numerosísimos mojones. Son muchos incluso si solo se toma la etapa de derrocamiento del dictador Fulgencio Batista. La planificación del asalto al Moncada en 1953. Su fracaso. El discurso a sus 27 años en el juicio con la frase histórica “La historia me absolverá”. La vuelta a Cuba con el Granma en 1956. La lucha en Sierra Maestra. La planificación de las acciones y el triunfo de la Revolución Cubana en cada ciudad y cada pueblo hasta tomar Santiago el 1° de enero de 1959. El asentamiento en el barrio santiaguero de Tivolí, donde vivió, donde está ahora el Museo de la Clandestinidad y donde se aloja buena parte de la tradición rebelde universitaria de Oriente. El avance de la caravana de la libertad para confirmar la victoria punto por punto de la isla hasta consolidar para siempre el nuevo gobierno en La Habana. 

Ya son un material suficiente la presencia constante de Fidel, los discursos diarios, el liderazgo puesto en acto, las anécdotas en Cuba y en el resto del mundo, la radio y la tele con sus frases y sus charlas. 

Canta Silvio: “Yo quiero seguir jugando a lo perdido. / Yo quiero ser a la zurda más que diestro. /Yo quiero hacer un congreso del unido./ Yo quiero rezar a fondo un hijo nuestro./ Dirán que pasó de moda la locura./ Dirán que la gente es mala y no merece/ mas yo seguiré soñando travesuras./ (Acaso multiplicar panes y peces)”.

Llamar a cada rincón de Cuba “Fidel Castro” congelaría la isla. Pero aquí hace mucho calor, chico. De pronto todo cogería candela y Cuba quedaría derretida. Y para qué tanta pena si un día se acabó la diversión de la mafia, llegó el comandante, mandó a parar y empezó una diversión nueva. El 1° de enero cumplirá 58 años. Por primera vez los cubanos festejarán esa diversión sin Fidel.

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