¿Qué se lleva cada una de las que vuelve cada año del Encuentro Nacional de Mujeres a su casa, a su cotidianidad? Hay tantas respuestas como asistentes, claro está, pero se podría ensayar una, en construcción: se lleva la riqueza de haber compartido tres días en los que las identidades contrahegemónicas toman la palabra en los talleres y las plazas, gritan sus verdades desde las inscripciones en el cuerpo, desde las pancartas, desde los fanzines, desde los stickers y la indumentaria (“Fanática de los boliches”, decía una remera, haciendo potencia aquello que un diario usó para descalificar a Melina Romero, víctima de un femicidio aún impune). Se lleva esa posibilidad de verse las caras sin jerarquías pero sobre todo se lleva el entusiasmo de convertir en acción militante, en activismo, aquello que se logró plasmar colectivamente en cada taller, en cada actividad paralela, en las asambleas que fueron un lugar de encuentro alternativo para plantear líneas de acción durante todo el año.

Muchas llegan organizadas en sus partidos políticos, sindicatos, organizaciones sociales, y su participación en el Encuentro lo que abre es nuevas líneas de interpelación a esos espacios. Saber con otras que no se trata de una pelea individual sino que es la trama de muchas voluntades la que logrará interpelar al machismo de cada institución. Y otras, las que van sueltas, no siempre se vuelven activistas pero muchas, muchas, deciden durante esos días potentes que pueden pasar a la acción, que hacer con otrxs es la mejor forma de encontrar un cauce para los dolores, las violencias, los despojos que se fueron expresando y desandando en los talleres. No sólo ahí. En la marcha torta, en la plaza, en cada lugar se trama algo por hacer. 

El año pasado se creó el Frente nacional por la Educación Sexual Integral y este año, la propuesta fue ampliarlo a las provincias en las que no existe aún. También en 2016 se dio el puntapié inicial a la Red Federal de Ni Una Menos en el ENM de Rosario. Del taller de activismo gordo salió este año la intención de hacerse federal, de modo de ampliar los límites mucho más allá de la ciudad de Buenos Aires. La enumeración es acotada, e injusta con las otras miles de iniciativas que surgen allí. 

Si cada una se lleva la propuesta de activar en su territorio, las grupas se multiplican, como se puede ver en cada lugar adonde se hace el Encuentro. A la llegada de las miles de mujeres la antecede la formación de agrupaciones de lo más diversas. Y cuando todo termina, quedan las que continúan con las asambleas, pero también se van muchas que llevan los contactos, las ideas, las posibilidades de hacer, a su propio lugar. Así, ir al Encuentro es también encontrar argumentos, estrategias y propuestas para seguir todo el año pensando en darle carnadura política a la construcción de un poder popular que cada vez es más feminista y se ancla en las desigualdades que sufren las identidades disidentes. Hace  muchos años, en Mar del Plata, se debatía si las trans podían participar. Hoy, el taller trans es masivo, y sería impensado cuestionar que participen de este ritual que cada año interpela al patriarcado. Porque el Encuentro también es el lugar para ampliar el horizonte, para encontrarse en la diversidad y perder los miedos a lxs otrxs.