A Maradona nada le resulta indiferente. Si un tema domina el escenario político, él se suma al debate. No importa donde se encuentre. Si en Villa Fiorito, Nápoles o Abu Dhabi. Sus palabras son filosas. Van directo hacia la médula. Entre tanta podredumbre mediática, las frases obscenas e inhumanas de Elisa Carrió y los trolls del macrismo, convocó a salir a la calle por Santiago Maldonado. Habló de “hacer una manifestación increíble” y en vísperas de las elecciones invitó a “hacernos cargo y pensar bien a quién votamos”. Teléfono para Mauricio Macri, del que dijo a un toque: “nunca vi a un presidente que haya viajado tanto…” Un Diego auténtico, tan probado en sus aciertos como en sus contradicciones. 

La hechura del personaje, su posición dominante en el universo de los protagonistas más grandes del deporte, siempre lo dejan expuesto a sufrir un traspié dialéctico. Como a todos los de su condición. Su espesura emocional, se verborragia sin filtro, seguramente no resisten un archivo pormenorizado. Pero en un tema como la desaparición forzada de Maldonado, con lo que conlleva su sensibilidad social y compromiso con la causa mapuche o lo que trasunta su lucha, Maradona juega como cuando jugaba al fútbol. Se pone al lado de los que sufren y bien lejos de los poderosos. Le pone el pecho a lo que venga. 

Su actitud no es novedosa. Ni siquiera se trató en este caso de levantar las banderas del Che, Fidel o Chávez, tres líderes a los que les profesa admiración. Tampoco tiene que transmitir a su manera la lucha de clases. La desaparición de Santiago ya lo había impulsado a participar en las redes sociales. Fue en septiembre. “Largá a Maldonado”, le había exigido al presidente de la Nación en Instagram. “Un día más y sigue sin aparecer…” “Todos los argentinos te esperamos, al igual que a todos los desaparecidos”, completó aquella vez.

El profesor Fernando Signorini lo acompañó en la Selección y lo conoce muy bien. En enero de 1999 dijo en una entrevista: “Yo me sentía muy feliz con el Diego contestatario porque respondía a su condición social, cuando se peleaba con el Papa, con los poderes. Ese era un Diego auténtico”. Dieciocho años después, la esencia de Maradona es la misma. Arriesga, va al frente. No quiere una Argentina “adormecida”, como pidió ayer. 

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