El feminismo no debería abdicar de la maternidad. Una joven que no quería tener hijos de pronto descubre el intenso deseo de ser madre. Ella, que buscó ser “otra clase de mujer”, estudió abogacía, fue profesora en la Facultad de Derecho, militó en política y, en medio del duelo por la muerte de su mamá, decidió abrir la librería Lata Peinada, dedicada exclusivamente a la literatura latinoamericana, primera sede en Barcelona y luego otra en Madrid. En La librería y la diosa, la escritora, librera y gestora cultural Paula Vázquez se atreve a narrar desde una perspectiva feminista el camino del rechazo a la necesidad de ser madre y las dificultades que enfrentó. El libro deviene una lúcida cartografía de la pérdida de dos embarazos hasta el nacimiento de Valentín, que llegó al mundo “con una trascendencia imposible de medir, destinada a modificar la propia vida y el mundo conocido, todo a la vez”.

El libro anuda el dolor por las pérdidas con la expectativa de la búsqueda del embarazo de una mujer, la propia narradora, que no sabe si alguna vez llegará a tener en sus brazos “un cuerpo surgido del mío”, como escribe en esa deriva atravesada por la incertidumbre. “Mi deseo de ser madre es un bien en sí mismo. Quiero detenerme en la naturaleza y la sensación de mi deseo, quiero contemplar la distancia sin sentir que hay un agujero entre mi cuerpo y ese horizonte”, plantea Vázquez, que fue directora de Asuntos Culturales de la Cancillería entre 2021 y 2023. La autora del libro de cuentos La suerte de las mujeres y la novela Las estrellas -donde enlaza la enfermedad de su madre con el duelo posterior a su muerte- confiesa a Página/12 que quiere escribir un ensayo que se titule A favor de los hijos, un texto que explore el ejercicio de una maternidad feminista.

“La escritura es un modo de pensar la vida, un modo de indagar, un método de reflexión, de buscar algunos sentidos también. Yo creo en el poder oracular que tiene la escritura”, dice Vázquez y reconoce que al principio le producía temor narrar las pérdidas. “Mi miedo era pensar que la interrupción de los embarazos tuviese que ver con una perspectiva muy fijada desde mi infancia de pasar todo por la cabeza, por lo intelectual, por el pensamiento. Yo creía que para que ese proceso fuese virtuoso necesitaba más de mi cuerpo que de mi cabeza”, sugiere la escritora y destaca el impacto que tuvo asistir a clases de cerámica en el taller de Mishal Katz. “Hay metáforas bastante obvias entre lo que es el proceso de la cerámica y el de un embarazo, pero cuando empecé cerámica no fue por esas similitudes”, aclara y agrega que le compró a Mishal unas piezas en el barrio de Chacarita y que después comenzó a participar del taller, “algo que jamás en mi vida hubiese imaginado”, confirma con una sonrisa en la que flamea el asombro de esa experiencia de haber encontrado un espacio para trabajar con las manos.

Le costó mucho darse cuenta de que la maternidad era un deseo porque estaba “clausurada” y “no aparecía en mi horizonte de vida”, admite como si estuviera buceando en un paisaje del pasado que ahora contempla con cierta incomodidad. “La maternidad más cercana que viví fue la de mi mamá y eso me llevó de forma reactiva a fundarme sobre unos cimientos alejados de la vida que ella tuvo, que fue una vida dedicada al mundo de lo doméstico, de los tres hijos que tuvo”, compara la escritora. “Mi mamá abandonó su carrera, se casó muy joven con un hombre machista y vivió una situación de limitaciones patriarcales en torno a la administración del dinero. Yo siempre le reprochaba por qué no se divorciaba, ella quería hacerlo pero no podía; tenía el deseo pero no las posibilidades reales y parte de eso lo entendí al haber sido madre”, reflexiona Vázquez.

Escribir es un modo de emanciparse. “El desarmado del mandato de la maternidad y los discursos de los feminismos que nos garantizaron por ejemplo la libertad de no ser madres, si no queremos ser madres, se convirtió en un mandato para cierto tipo de mujeres”, advierte y pone el ejemplo de Contra los hijos, de la escritora chilena Lina Meruane, libro en el que observa “cierta infantilización sobre las mujeres que decidimos ser madres porque lo que nos pasa es que sucumbimos al mandato patriarcal y no se admite que el deseo de maternidad sea un deseo realmente elegido”, cuestiona Vázquez, y considera que hay un trabajo por hacer para pensar la maternidad desde una vida feminista. “Por supuesto que se tiene que priorizar la agenda de los cuidados y garantizar que no solamente las madres que tenemos cierta posición económica privilegiada podamos mantener una vida profesional, una carrera o un despliegue de la vida que no sea solamente dedicarnos a ser madres, porque si no la maternidad termina convirtiéndose en un privilegio. El feminismo tiene que luchar siempre contra los privilegios”, subraya la escritora que ha colaborado en Cuadernos Hispanoamericanos, Pliego Suelto y la revista Crisis.

“La maternidad es un campo en el que las mujeres también podemos ejercer nuestra libertad”, postula la escritora. En La librería y la diosa su padre emerge como una sombra desplazada. “Me parece que tiene que ver con que es una figura que ha tenido tanto peso que mi camino fue empezar a empujarlo hacia las sombras y poder descubrir también otro modo de ser hombre como padre con mi marido, un modo amoroso de ser padre y de compartir conmigo el amor por mi hijo, el cuidado, las tareas y todo lo que implica el tránsito de convertirse en madre. La maternidad es un quiebre brutal del yo”.

El proyecto de abrir Lata Peinada también en Buenos Aires quedó en suspenso. “Teníamos un local reservado en Chacarita, pero ahora no sé porque hubo una multiplicación de librerías el año pasado. El contexto de la Argentina está muy difícil, estoy pensando hacia dónde ir. Una librería como la nuestra implica mucho trabajo y mi socio vive en Barcelona, entonces no sé si estoy con esa energía que requiere abrir una librería. Es un proyecto que ojalá en algún momento se nos dé, pero no en lo inmediato”, precisa y revela que otro asunto pendiente es crear una editorial en Barcelona, que se llamaría también Lata Peinada, como la librería. 

“Nosotros nos especializamos no solo en literatura latinoamericana, sino en editoriales independientes y hacemos importación propia; entonces hay libros que tenemos que no están en otras librerías en España”, explica la librera y escritora. “Hay muchos editores y agentes que se acostumbraron a ir a Lata Peinada a buscar escritores como si fuese una especie de semillero. Muchas veces nos pasó que libros que llevamos por primera vez después se editaron en editoriales españolas”.

-¿De chica fantaseabas con ser librera o con escribir?

-Fue muy difícil para mí que la literatura, el contacto con los libros o la escritura pudiese ser algo más allá de un pasatiempo, de una cosa marginal, casi una tontería, diría, porque vengo de una familia en donde el mantra principal es el trabajo productivo en función del dinero. Yo no soñaba con ser librera. Soñé con ser abogada, con tener mi propio estudio, con ese tipo de cosas. Después me di cuenta de que eso era lo que tenía que desarmar. Y es también lo que fui haciendo. Y sucedió en paralelo a la construcción de la librería. O sea, mientras empecé a construir la librería, empecé a desarmar esa otra vida.