AGUAS SINIESTRAS 5 puntos

Night Swim; Estados Unidos/Reino Unido/Australia, 2024

Dirección y guion: Bryce McGuire.

Duración: 98 minutos.

Intérpretes: Wyatt Russell, Kerry Condon, Amélie Hoeferle, Gavin Warren, Jodi Long.

Estreno exclusivamente en salas de cine.

La originalidad no es uno de los puntos sobresalientes de Aguas siniestras, más allá de trasladar un tópico harto recurrente del cine de terror del interior hacia el exterior. El prólogo es clásico, inmediatamente reconocible. Los pormenores de la extraña desaparición de una niña en la piscina de su casa, décadas atrás, son expuestos hasta el último detalle. Basta que un botecito a pilas comience a navegar sin rumbo en la superficie del agua para que la chiquita se tire a rescatarlo. Es de noche y, a poco de sumergirse en el agua, una extraña fuerza comienza a acecharla; las luces se prenden y apagan, extraños remolinos aparecen y desaparecen y, de pronto, se produce el terrorífico evento. Corte al presente: una familia típicamente nuclear anda en busca de un nuevo hogar. Como no podía ser de otra manera, la casa elegida es precisamente esa, la embrujada. Bueno, no tanto la casa como la pileta, que allí radica el único cambio de eje en este nuevo exponente de una raza de relatos explotada hasta el infinito y más allá.

El trauma de origen, el elemento psicológico central de la trama, radica en la enfermedad degenerativa del padre de los Waller, exestrella del béisbol que, lógicamente, anda de capa caída. La doctora afirma que la rehabilitación acuática puede ayudarlo a sobrellevar el mal, y ahí está la maldita piscina dispuesta a recibirlo con las aguas abiertas de par en par. No pasa demasiado tiempo hasta que los hijos –el menor, tímido y reservado; la mayor, adolescente y noviando por primera vez– caen en la cuenta de que algo raro anda pasando ahí abajo. Lo mismo le ocurre a la madre (Kerry Condon, la Stacey Ehrmantraut de Better Call Saul), que una noche se mete sola en la pileta y sale pitando como si la persiguiera el diablo. Algo de eso hay, desde luego, una maldición que se explica –como dictan las reglas narrativas– durante el tercer acto. El único que no se da cuenta de nada es precisamente Papá Waller, que de manera casi milagrosa empieza a recuperarse de la enfermedad, para sorpresa de los médicos.

El segundo largometraje de Bryce McGuire está basado en un corto propio del mismo nombre, Night Swim en el original, de apenas cuatro minutos de duración. Los 98 de Aguas siniestras se sienten un poquito excesivos, y el seguidor del terror cinematográfico podrá anticipar todas y cada una de las vueltas de tuerca que la historia le tiene reservadas. Hay algo de la vieja escuela en el film, que esquiva en gran medida los sustos de cotillón diseñados para saltar en la butaca, y eso se agradece, pero no alcanza para que los resultados vayan mucho más allá de la medianía. Con su base de suspenso sobrenatural, efectos digitales al uso y escasez de hemoglobina, sin hundirse hasta el fondo pero haciendo la plancha narrativa, la película de McGuire puede ser disfrutada en familia a partir de los 13 años.