Durante unos 40 años admiré a Federico Luppi por sus actuaciones en muchas películas que me han marcado en diversas épocas (su debut en El Romance del Aniceto y la Francisca, Facón Grande en La Patagonia Rebelde, Bengoa en Tiempo de Revancha, ese anarco alter ego de Aristarain en Un lugar en el mundo, el Cronos de Guillermo del Toro y varios etcéteras.). Desde hace unos tres o cuatro años, charlando con él sobre un proyecto que finalmente no pudo ser, lo terminé conociendo y, si bien no nos hicimos íntimos amigos, fuimos compartiendo más de media docena de larguísimas charlas sobre literatura, cine, política y la vida en general.

Como se había mudado a Caballito, varias veces se vino caminando munido de su cuchillo campero para compartir algunos asados en mi casa en Parque Centenario. Le hablé en un par de ocasiones de mis lecturas de ese momento, El hombre que amaba a los perros, de Padura, y de la monumental y genial Vida y destino de Vassili Grossman, que terminé regalándoselos. Él los leía con una dedicación encomiable en pocos días (dos libros de cerca de 1000 páginas cada uno) y luego nos encontrábamos y me hablaba por horas de sus impresiones. Los dos le habían maravillado.

Hace cerca de un año y medio le propuse una participación especial en Necronomicón, la película de terror que terminé rodando en febrero y marzo de este año y que se presentará en febrero de 2018. El ya estaba débil y con el carácter más hosco y desconfiaba un poco del género, de esa traslación del universo de Lovecraft a Buenos Aires, atravesada por laberintos borgeanos, y no se encontraba con el personaje que le proponía. Y yo lo remitía una y otra vez a sus trabajos con su amigo Guillermo del Toro y le decía que lo veía como a Vincent Price.

No se negaba simplemente. Fiel a su tradición, polemizaba conmigo con un nivel altísimo sobre estructura dramática, universo conceptual y función del personaje. Tanto, que me obligaba a replantearme partes del guión y a discutirle algunas certezas propias. Finalmente aceptó participar (y parte de esa decisión se la debo a la ayuda inestimable de Susana Hornos, compañera infatigable y amorosa de Federico). Elaboramos el personaje, hablamos mucho, se hicieron las pruebas de vestuario y los moldes de maquillaje y como él ya estaba muy débil, hicimos algunas pequeñas cosas y decidimos que trabajaríamos el rostro del personaje (que es alguien fuera de lo humano) digitalizando y animando algunos de sus rasgos, en las pocas veces en que se lo ve frontalmente. Y para terminar de definir ese personaje de Dieter, el Guardián del Libro, nuestro artista conceptual en la película, el gran dibujante Salvador Sanz, realizó una ilustración, al igual que hizo con los otros siete personajes del film.