La música, sublime idioma del alma, arte que requiere estudio profundo de por vida, que va de Mozart a Piazzolla, de Beethoven a Barenboim y de Guastavino a Ariel Ramírez, no puede tener un solo rostro que la represente.

Creer que la música que a uno lo conmueve y emociona es la mejor, ubica al que lo afirma en un mundo pequeño, ínfimo, casi primitivo.

A Cachito Contreras, de barrio Azcuénaga, lo hace lagrimear Pity Pity, por Billy Caffaro, porque conoció a la novia cuando, en la década del 60, sonaba en un baile el cantor de barbita candado.

Y a Luis Cervera, al que todos llaman “El Viejo”, se le pone la piel de gallina cuando suena El Abrojito, cantado por Alberto Morán.

El mellizo Bergamasco había prohibido que en su casa pusieran la música de la película La Casa Grande, que su hermano guardaba en un viejo disco de pasta, porque decía que le subía la presión.

Pablito Pasqualis hubiera puesto a Lennon de presidente del mundo, el Gringo Tonino a Pugliese y Oscar Otegui, a Floreal Ruiz. Mi viejo a D’arienzo y el Narigón Suriani, a Piazzolla. Dante Nasurdi a Beniamino Gigli y el Bombi Tixe, a Manzanero.

Hay fanáticos que elevaron a Gardel a la categoría de santo y en Funes, hay un hombre que solo escucha a Ray Conniff.

Seguidores de Yupanqui y de Falú se mantienen fieles a sus ídolos y el gran Gary Vila Ortíz, se emocionaba hasta la lágrimas con el Mono Villegas y con el Cuchi Leguizamón.

Conozco a un médico que únicamente escucha chamamé.

Hay coleccionistas de discos de Los Chalchaleros, de Julio Sosa, de Los Cinco Latinos y hay estudiosos de la música del Renacimiento y expertos en melodías del cine argentino. Existen aficionados que atesoraron audios radiales del Glostora Tango Club y videos antiguos de la orquesta de Varela Varelita en el viejo canal Siete.

Algunos tienen toda la obra de Litto Nebbia, otros la de Charly Garcia, muchos la de Andrés Calamaro y la de Fito Páez.

Se puede seguir enumerando hasta el infinito y todos tuvieron razón.

Los que no la tienen son los que, erróneamente, creen que el mundo empieza y termina con ellos y que su tiempo, es el único.

El día de los músicos no debería ser relacionado con nombres propios, seguramente valiosos, pero de significado parcial, casi mínimos, en la inmensidad de las obras de arte que nos dejaron todos los creadores, cada uno en su parte de la historia.

El mundo de la música, como los recovecos del alma, es interminable, es de todos y no puede tener un solo rostro.