"10 diciembre 1983. Reflexión en el umbral de una nueva era. Primer día del gobierno elegido por el pueblo. Esperanza y escepticismo. Esperanza, no sólo porque se acabó un sistema autoritario, inescrupuloso, criminal y porque nos hemos salvado de los peronistas, que también son autoritarios e inescrupulosos, sino porque en toda su campaña el presidente electo apeló únicamente a la Constitución y a los mejores sentimientos de los hombres. Escepticismo, porque el partido radical tuvo ya tres pésimos gobiernos, dos de Yrigoyen y uno de Illia. Es verdad que también tuvo un gobierno excelente, el de Alvear, que las nuevas autoridades omiten, o parecen omitir, de la tradición partidaria". 

Adolfo Bioy Casares volcó así en su diario sus reflexiones el día de la restauración democrática. En pocas líneas, el autor de La invención de Morel, fallecido el 8 de marzo de 1999 a los 84 años, plasmó su mirada liberal de la Argentina. Su mirada de auténtico liberal, convendría aclarar, para diferenciarlo del presente. No ahorra críticas a la dictadura, a la que califica de "criminal" (palabra que hace la diferencia y evita la equiparación cuando embiste contra el peronismo), saluda la derrota de Ítalo Luder, recuerda sin simpatías a Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia y reivindica admirado a Marcelo Torcuato de Alvear. Curiosamente, Javier Milei habla de "cien años de fracasos", lo cual contradice la idea de "gobierno exelente" del segundo presidente radical, hace justo un siglo.

Al borde de los 70 años, el autor dejó por escrito lo que sigue al iniciarse el período democrático más extenso de la historia argentina: "En favor de los radicales votamos todos los que no querían represión peronista ni represión militar. Ahora compartimos la alegría, el alivio del triunfo -nadie niega que es agradable vivir en libertad- pero tal vez en un futuro no lejano un buen número de los que hoy nos acompañan nos dejen para emprender la represión de todos los que no piensan como ellos".

Un caballero cortés

"Su mayor virtud era la cortesía", apuntó Abelardo Castillo sobre Bioy; y agregó: "Su error, ya irremediable, es haber escrito un Diario". Las miles de páginas de los diarios personales de Bioy se convirtieron en un torrente cuya consecuencia no deseada (a eso apuntaba Castillo) fue poner esos papeles privados en un primerísimo plano, en muchos aspectos con sentido chismográfico, al tiempo que de forma involuntaria minimizaban el resto de su obra. Bioy pasó a ser más conocido el Borges (así, con "el" adelante, como "el" Ulises el Joyce), y no tanto por El sueño de los héroes o Diario de la guerra del cerdo.  

Sin embargo, las 1500 páginas del mamotreto aparecido en 2006 (siete años después de su muerte) que reúne sus anotaciones sobre Borges y, muy en especial, el material recopilado en Descanso de caminantes (2001), ofrecen la mirada de un miembro de la alta burguesía argentina, una clase dominante e ilustrada que, en este último aspecto, está en vías de extinción. Una mirada honesta, descarnada, irónica, marcada por el antiperonismo, pero nunca a favor de cosas como el negacionismo o la venta de órganos.

No por nada, Bioy acompañó a Jorge Luis Borges en la solicitada del 12 de agosto de 1980, aparecida en Clarín, en la que se reclamó por los desaparecidos. El escritor que apeló a la idea de "héroe" en títulos como El sueño de los héroes o El héroe de las mujeres, y que tiene al heroísmo como eje de varias de sus historias, diría años más tarde: "Durante la dictadura no fui el héroe que me hubiera gustado ser".

El hijo de Adolfo Bioy Domecq (canciller de José Félix Uriburu y presidente de la Sociedad Rural Argentina) se espantó, como prácticamente toda su clase, cuando el ascenso del peronismo, lo que desde la literatura derivó en "La fiesta del monstruo". El cuento escrito a cuatro manos con Borges es una relectura de "El matadero" de Esteban Echeverría y de "La refalosa" de Hilario Ascasubi, con manifestantes peronistas que linchan a un hombre judío durante un acto en Plaza de Mayo. El cuento es de 1947, y apareció en libro en Nuevos cuentos de Bustos Domecq en 1977.

Testigo de la represión

Un año antes de su publicación, el 21 de mayo de 1976 (o sea, dos días después del almuerzo de Borges y Ernesto Sabato con Jorge Rafael Videla), Bioy presenció el accionar criminal de la dictadura y lo relató en uno de los cuadernos compilados un cuarto de siglo más tarde en Descanso de caminantes. Esa tarde, estacionó en San José e Hipólito Yrigoyen, a pocas cuadras del Congreso clausurado. Enfrente, sobre San José, había soldados en la puerta de un edificio. Al rato, al volver a su auto, tras no encontrarse con una amiga, vio un secuestro a manos del Estado terrorista. Así lo cuenta lo que paó cuando vio a un hombre perseguido al caer la noche:

"Uno de sus perseguidores (de civil todos) le aplicó un puntapié extraordinario y le gritó: ‘Hijo de puta’. Otro le apuntó desde arriba, con el revólver de caño más grueso y más largo que he visto, y empezó a disparar cápsulas servidas, que en un primer momento creí que eran piedritas. Las cápsulas caían a mi alrededor. Pensé que en esas ocasiones lo más prudente era tirarse cuerpo a tierra; empecé a hacerlo, pero sentí que el momento para eso no había llegado, que con mi cintura frágil (Nota: Bioy se fracturó la cadera en 1987) quién sabe qué me pasaría si tenía que levantarme apurado y que iba a ensuciarme la ropa; me incorporé, cambié de vereda y por la de los números impares caminé apresuradamente, sin correr”.

Refugiado en un garage, el escritor comentó lo sucedido con otras personas. "Pasó por la calle un Ford Falcon verde, tocando sirena, a toda velocidad; yo vi a una sola persona en ese coche; otros vieron a varios; alguien dijo: ‘Esos eran los tiras que mataron al hombre’. Yo había contado lo que presencié: ‘No cuente eso. Todavía lo van a llevar de testigo. O si no quieren testigos le van a hacer algo peor’. Agradecí el consejo. A pesar del frío, me saqué el sobretodo para ser menos reconocible y fui por San José hacia Yrigoyen. No me atreví a acercarme a mi coche. Aquello era un hervidero de patrulleros”.

Un policía no lo dejó avanzar hacia donde estaba su auto. En ese momento se encontró con su amiga. Sigue así: “Estaba en la esquina, muy asustada porque no me veía y porque cerca de mi coche, tirado en la vereda, había un muerto, al que tapaba un trapo negro; me abrazó, temblando”. Minutos más tarde subieron al auto. “No acerté en seguida con la llave en la cerradura; entré, salí. Al lado de ella me sentí confortado, de nuevo en mi mundo. No podía dejar de pensar en ese hombre que ante mis ojos corrió y murió. Menos mal que no le vi la cara, me dije. Cuando le conté el asunto a un amigo, me explicó: ‘Fue un fusilamiento’”

La elegancia de lo sutil

La sutileza recorre las páginas de los diarios con una elegancia ya perdida por la clase dominante argentina. El 18 de octubre de 1955, Bioy consigna que Borges acaba de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional. Al día siguiente, anota: "Borges recibió un telegrama de Ignacio Pirovano (peronista, hasta que lo echaron): 'Felicitaciones. Un gran abrazo'". Contestó: 'Condolencias. Un gran abrazo'".

De la segunda mitad de 1984 es esto: "En una pared de la peluquería hay fotografías de algunos clientes. La mía está al lado de la de Fernando de la Rúa. El peluquero me dice: 'Es un gran muchacho De la Rúa. Para presidente lo voto sin vacilar. Para presidente de un club mediocre, no grande como Boca o River; un club de barrio'". Figura en Descanso de caminantes, aparecido a mediados de 2001, cuando el gobierno de De la Rúa enfilaba hacia el colapso.

En el Bioy de los diarios brillan por su ausencia imprecaciones más actuales del liberalismo vernáculo como "¡Viva la libertad, carajo!", "Cárcel o bala", "No fueron 30 mil",  "Fin". Y hay resignación, teñida de aceptación, en los primeros meses de 1987: "Si no examináramos los resultados, podríamos recurrir a la socialdemocracia, a mitad de camino del triste y empobrecedor socialismo y del liberalismo próspero, brillante pero inhospitalario para los ociosos, los desdichados, los incapaces, contemplativos. Aunque estos últimos cuando se dejan estar, por lo general ganan, si hay liberalismo".

Una de las últimas anotaciones del Borges es del 23 de septiembre de 1985. Dos meses más tarde, Borges se fue de la Argentina para no volver. Aquel día de primavera, los dos escritores fueron invitados a un ignoto instituto universitario. Bioy detectó la calidad de los interlocutores, que casi cuarenta años más tarde escalaron alto en la política argentina: "En Uriarte 2472, con Alberto Benegas Lynch (h) y Borges en un acto en la ESEADE, un centro de estudios de liberales. Borges contesta preguntas absurdas, estereotipadas, etcétera".